Libro áureo de Marco Aurelio - Fray Antonio de Guevara
LIBRO ÁUREO DE MARCO AURELIO EMPERADOR
LIBRO I
Antonio de Guevara
PRÓLOGO
Comiença el Prólogo dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad del
invictíssimo semper Augusto, el Emperador Nuestro Señor, don Carlos,
Quinto de este nombre, por la graçia de Dios Rey de Castilla, de León, de
Aragón, etcétera. Embiado por fray Antonio de Guevara, de la Orden de los
Frailes Menores de Observançia, Predicador en la Capilla de su Imperial
Maiestad, sobre la translaçión que hizo de griego en latín, de latín en romançe,
al libro llamado Áureo, el qual habla de los tiempos de Marco Aurelio,
decimoséptimo Emperador de Roma.
La mayor vanidad que hallo entre los hijos de vanidad es, no contentos ser
vanos en la vida, procuran aya memoria de sus vanidades después de la
muerte.
Parésçeles que, pues estando en la carne al mundo sirvieron con obras, desde
la sepultura le offrezcan a más no poder sus voluntades. Yo iuraré iuren los
tales que, si el mundo les diera perpetua vida, para siempre ellos
permanesçieran en su locura. Paresçe que esto sea verdad, porque todo el
tiempo que naturaleza los tuvo en esta vida sin occuparse en otra cosa, en
serviçio del mundo emplearon la vida. Los que son del mundo, biviendo en el
mundo, no es mucho que sirvan al mundo; pero lo que nos escandaliza es por
qué después que les atajó los passos la muerte, sin que tome gusto la carne
quieren oler a la vanidad del mundo en la sepultura. No se suffre que vean
todos el fin de nuestra vida y ninguno jamás vea el fin de nuestra locura.
Tranquillo cuenta que, estando Iulio César, último dictador y primero
emperador, en la Ulterior España, en la çiudad de Gades (que agora llamamos
Cáliz) mirando en el templo esculpida la imagen del Magno Alexandro y sus
victorias, dio de lo íntimo del coraçón un sospiro, y preguntado por qué
sospirava, respondió: «¡O, triste de mí, que en los treinta años de la edad que
yo tengo agora, ya tenía Alexandro sojuzgada toda la tierra y estava
descansando en Babilonia. Yo, siendo romano, ni he hecho cosa porque
merezca gloria en la vida ni dexe fama después de mi muerte.» Aulo Gellio, en
el libro de las Noches áthicas dize que el noble Germánico, preguntado por
qué primero la sepultura de Sçipión yva a visitar antes que a alguna guerra se
huviese de partir, respondió: «Visito la sepultura de Sçipión muerto, delante el
qual temblava la tierra siendo bivo, porque mirando su ventura cobro esfuerço
y osadía. Y digo más: gran ánimo pone herir en los enemigos tener memoria
que ha de dexar de sí memoria en los siglos advenideros.» Dize Çiçerón en su
Rhetórica que vino dende las Thebas de Egypto un cavallero a Roma sólo por
ver si era verdad lo que dezían de Roma. Preguntado por Meçenas qué era lo
que sentía, respondió: «Más me contenta la memoria que ay de los passados
que no la gloria que tienen los presentes, y la causa de esto es que unos por
passar a los bivos y otros por igualar con los muertos hazen tan estrañas
hazañas en la vida, que meresçen renombres de immortales después de la
muerte.» Toda aquella gentilidad antigua, como no temían furias del infierno
con que penar, ni esperavan gloria en la gloria que gozar, sacavan de la
flaqueza fuerças, de la covardía coraçón, para que con los bivos honra y con
los muertos memoria alcançasen.
¡O, quántos y quántos se cometen a los baybenes de la fortuna sólo por dexar
de sí alguna memoria! Pregunto: ¿quién hizo al Rey Nino inventar tantas
guerras, a la Reyna Semíramis hazer tantos edifiçios, a Ulixes navegar tantas
mares, Alexandro Maçedo peragrar tantas tierras y poner a las vertientes de los
montes Ripheos sus aras, a Hércoles griego poner donde puso las columnas, a
Cayo Çésar, el romano, dar çinqüenta y dos peligrosas batallas? Por çierto, no
lo hizieron sólo por el dezir de los que entonçes eran, sino porque dixésemos
lo que dezimos los que agora somos. En esto se conosçen los covardes y los de
animoso coraçón, que los unos buscan occasión para hallar la muerte y otros
inventar mill regalos para alargar la vida. Los ambiçiosos de fama tengan por
averiguada esta sentençia: que el que tuviere en mucho su fama ha de tener en
poco su vida, y el que tuviere en mucho su vida, de éste ternemos en poco su
Fama.
Si los varones heroicos no hundieran sus vidas en el crisol de los peligros, no
sacaran tan immortal memoria para los siglos advenideros. Aquel famoso
capitán Marco Marçello, el qual fue el primero que vio las espaldas de
Hanníbal en el campo, preguntóle uno por qué era tan denodado en las batallas
y atrevido en los combates. Respondió: «Amigo, yo soy romano, y pongo en
peligro la vida porque de esta manera asseguro la fama.» Tornado a preguntar
por qué con tanta feroçidad hería en los enemigos, y después con tanta
clemençia llorava con los vençidos, respondió: «El capitán que no es tyranno,
sino romano, con las manos ha de derramar sangre de sus enemigos, y
iunctamente ha de derramar lágrimas de sus ojos proprios. (Y dixo más.)
Quando estuviere en el campo, mírelos como enemigos, y que los puede
vençer; pero después de vençidos, acuérdese que son hombres, y él puede ser
vençido.» Por çierto fueron palabras dignas de tal varón.
A buen seguro osaremos dezir que todos los que esto oyeren, loarán las
palabras que aquel romano dixo, pero muy pocos imitarán las obras que hizo.
Los hombres que tienen los coraçones muy generosos y los pensamientos muy
grandes, quando tuvieren embidia a los antiguos que alcançaron grandes
triumphos, acuérdense qué trabajosos trabajos passaron antes que se viesen en
ellos. Iamás por iamás famoso triumphador triumphó en Roma sin que primero
mill vezes no arriscase la vida. Pienso que no me engaño en esto que quiero
dezir, y es que la cañada de la fama todos la desean gustar, pero el peligro del
hueso duro ninguno le quiere roer. Si por solos deseos se huviese de alcançar
la honra (digo la honra que se tiene por honra), yo iuro que mayores los tiene
un pajés de este tiempo que los tuvo en su tiempo Sçipión el romano. ¡O,
quántos y quántos muy inflatos de sobervia con solo blasonar de la fama se les
passa la vida sin fama! En aquella edad dorada hazían y no dezían; en este
siglo maldito dezimos y no hazemos. Y pues ya todos los hombres vanos
desean y procuran dexar de su vanidad memoria, tales cosas deven hazer en la
vida por las quales fama gloriosa y no fama vergonçosa se les sigua después
de la muerte. De muchos passados en las historias ay memoria a los quales,
sabida la verdad, ternemos más compassión que embidia. Pregunto: ¿quién
terná embidia a Semíramis peccando con su hijo; a Eneas y a Anthénor, que
vendieron a Troya; a Medea, que mató a sus hijos; a Tarquino, que forçó a
Lucreçia; a Bruto, que mató a Çésar; a Catilina, que tyrannizó la patria; a
Sylla, que derramó tanta sangre; a Calígula, que estupró a sus hermanas; a
Nero, que mató a su madre; a Domiçiano, que no sabía sino matar hombres
por mano agena y caçar moscas con su mano propria? Y como digo de estos
pocos podría armar una flota de otros muchos. Yo siendo ellos, no sé qué
quisiera; pero ellos siendo yo, más pena me diera cobrar la infamia que
cobraron que perder la vida que perdieron. Dexada la ley divina, hablando
según presumpçión humana, el que pierde la vida y no pierde la fama, haga
cuenta que no pierde nada; mas el que pierde la fama, escapando la vida,
téngase por dicho que ninguna cosa le queda.
Viniendo, pues, al propósito, Sereníssimo Prínçipe, dende agora adevino y iuro
que iuraría Vuestra Magestad desear más immortal fama para la muerte que
qualquier reposo para esta vida. Y si no me engaña la experiençia de las
victorias passadas, y el exerçiçio de la guerra presente, y el indiçio que ay de
conquistas futuras, caso que Vuestro Imperial Estado sea mucho y Vuestra
Cathólica Persona merezca más, yo, Señor, hos miro con tales ojos, que son
tan altos vuestros pensamientos para cosas altas desear, y tan animoso vuestro
coraçón para las emprender, y tan determinada vuestra persona para la
aventurar, y tan delicada vuestra consçiençia para ninguna cosa iniusta tomar,
que Vuestra Magestad tiene en poco lo mucho que heredó de sus passados
respecto de lo mucho más que entiende ganar y dexar a sus herederos.
Preguntado Iulio César por qué las noches prolixas del invierno trasnochava
en tantas nieves y las fiestas del enojoso verano caminava con tan grandes
calores, respondió: «Yo quiero hazer lo que es en mi mano; después hagan los
hados lo que es en la suya. Por çierto, amigos, entre sabios en más es tenido el
ánimo con que se da la batalla que no la dicha de alcançar la victoria, porque
lo uno da la fortuna y lo otro guía cordura.» Fueron palabras como de capitán
romano y prínçipe muy venturoso. Esto digo, Césarea Magestad, porque si
Dios lo permittiendo, vuestros y nuestros peccados lo meresçiendo, fuese tan
baxa vuestra fortuna como son altos los pensamientos, a lo menos los
escriptores que escrevimos de vuestro siglo para los siglos advenideros
pornemos en nuestras escripturas que por hazer verdad la letra del Plus ultra
que traéis en torno de vuestra divisa, intentastes conquistar toda la tierra. Por
çierto, animoso coraçón Vuestra Magestad en su cuerpo vidriado devía sentir
quando por estas palabras, Plus ultra, pregonadas por todo el mundo, a todos
los passados hos obligastes passar.
No quiero, Señor, hazeros serviçio con aquello que ni queréis ni devéis ser
servido, que es mostrarme lisongero. Muy iniusto sería que adulaçiones por
orejas de tan alto prínçipe se osasen entrar, y por boca de mí, que predico las
palabras divinas, las viesen salir. En Vuestra Çelsitud sería poquedad oírlas, y
en mi poquedad sería sacrilegio inventarlas. En fee de saçerdote hablo: deseo
más ser perseguido por dezir verdades que ser sublimado por servir con
lisonjas.
Muchas vezes me paro a pensar, y aun curiosamente me pongo a mirar, si la
Magestad Eterna que dio a los emperadores Magestad temporal, si como hos
hizo mayores que a todos en todas las grandezas, por ventura si hos hizo más
exemptos que a los otros de las flaquezas humanas. Y al fin al fin veo que
todos los prínçipes, como sois unos de los hijos de este siglo, no podéis bivir
sino a la manera del siglo; veo que como andáis en este mundo, no podéis sino
saber a cosas del mundo; veo que como bivís en la carne, siempre tenéis
resabio a la pega della; veo que quando bivís en la vida, estáis como yo
emplazados de la sepultura; y iuncto con esto veo que, como sois mortales por
natura, hos queréis hazer immortales por fama. Muévome a esto dezirlo
porque hos servís de vuestros vasallos, hos aprovecháis de vuestros amigos,
gastáis sin rienda vuestros thesoros, exercitáis vuestras fuerças, cargáishos de
mill cuidados, aventuráis vuestra persona y, teniendo en poco la vida, jamás
formidáis de la hora de la muerte. Todas estas cosas holgáis ponerlas en
almoneda por solo comprar la fama.
Los que desean ser prínçipes buenos miren a otros que fueron muy buenos. Es
loado Licurguio, que dio leyes buenas a los Laçedemonios; Numa Pompilio,
que honró los templos; el noble Marco Marçello, que lloró a los por él
vençidos; Iulio César, que perdonó a sus enemigos; Octavio, por ser tan amado
de sus pueblos; Alejandro Magno, porque fue tan dadivoso de sus dones;
Héctor el troyano, por ser tan esforçado en sus guerras; Hércoles el Thebano,
por emplear tan bien sus fuerças; Ulixes el Griego, por aventurarse a tantos
peligros; Hanníbal Carthaginense, por ir a ganar honra en tierras estrañas;
Pyrrho, el Rey de los epirotas, por inventar tantos ingenios; Catulo Regulo,
por suffrir voluntarios destierros; al buen Traiano, por su iusta iusticia; a Tito,
por ser padre de huérfanos; finalmente, al presente Marco Aurelio, porque
supo mas que todos y fue muy amigo de sabios. Toda esta flota de
emperadores y varones famosos según la diversidad de las edades floresçieron
en diversas proezas. Yo ni digo, Cesárea Magestad, que un emperador de los
presentes esté obligado a cumular en sí todas las hazañas de los passados; pero
también digo que, como un prínçipe seguir a todos en todo le sería imposible,
assí no seguir a ninguno en ninguna cosa le sería infamia.
Un Romano muy sabio dixo una vez a Catón Censorino: «Padre Catón, ¿sería
posible que toda la Filosofía se encerrase en una palabra?» Respondióle
Catón: «Lee lo que está en este mi anillo, que solo de este consejo en mi vida
me he aprovechado.» En el anillo estavan escriptas estas palabras: «Esto
amicus unius et inimicus nullius.» Quieren dezir: «Sey amigo de uno y
enemigo de ninguno.»
Por çierto, debaxo de estas palabras están muchas y muy graves sentençias.
Applicando, pues, a mi propósito, digo: el prínçipe que quiere governar bien
su república, tener con todos iustiçia, gozar de su fama en la vida y dexar de sí
eterna memoria, deve tener las virtudes de uno y caresçer de los viçios de
todos.
Alabo y mucho alabo los prínçipes tener ánimo y deseo de igualar y pujar a
muchos; pero consejo y mucho consejo que la maña y fuerça no la empleen
sino en imitar a pocos. Los perros que van a caça donde ay mucha caça,
pensando alcançarla toda no dan alcançe a alguna. Quiero dezir que los
hombres que con su vida piensan passar a todos, las más vezes se mueren sin
igualar con alguno. Por mucho que uno aya hecho y blasone más que ha de
hazer, al fin al fin cada uno de los mortales no tiene más de un ser, un querer,
un poder, un nasçer, un bivir, un morir; y finalmente, pues no es más de uno,
no presuma más de por uno.
De todos los prínçipes buenos que arriba puse en el cartel de la iusta, nombré
el postrero a nuestro Marco Aurelio porque quedase por mantenedor de la tela.
Ha sido mi intençión, Sereníssimo Prínçipe, persuadiros a imitar y seguir no a
todos, no a muchos, no a pocos, sino a uno; y si a uno, a este solo Marco
Aurelio, con las virtudes del qual igualaron pocos o ninguno.
A este noble Emperador tome Vuestra Magestad por ayo en su moçedad, por
padre en su governaçión, por adalid en sus guerras, por guión en sus jornadas,
por amigo en sus trabajos, por exemplo en sus virtudes, por maestro en sus
sçiençias, por blanco en sus deseos y por competidor en sus hazañas. Yo
confieso que en la sagrada religión christiana fueron tantos y tales muchos
emperadores en la tierra que fruyen oy de Dios en la gloria; pero quanto éstos
me combidan a ser bueno, tanto Marco Aurelio me espanta en no aver sido
malo. Por çierto éste para seguir la virtud o apartarse del viçio, ni temía
infierno, ni esperava paraíso.
La vida de éste que fue gentil, y no la vida de otro que fuese christiano, quise,
Señor, escreviros, porque quanta gloria en este mundo tuvo éste pagado por
ser bueno, tanta infamia en éste y tanta pena en el otro terná Vuestra Magestad
siendo christiano, si fuerédes malo.
Veed, Sereníssimo Prínçipe, la vida de este prínçipe y veréis quán claro fue su
juizio, quán recta su iustiçia, quán recatado en su vida, quán agradesçido a sus
amigos, quán suffrido en sus enemigos, quán severo con los tyrannos, quán
paçífico con los paçíficos, quán amigo de sabios y quán émulo de simples,
quán venturoso en sus guerras y quán amigable en las pazes; y sobre todo quán
alto en sus palabras y quán profundo en sus sentençias. Veo yo, Señor, que sois
uno y tenéis de complir con muchos; sois solo, y no podéis estar siempre
acompañado. Y véohos engolfado en muchos negoçios. Por cuya occasión los
prínçipes tenéis neçessidad de muchos avisos. Como Vuestra Magestad es
grande, si como hombre hacéis algun yerro, no se hos osa dar por ello castigo,
por lo qual tenéis neçessidad más que nosotros de aviso y consejo. Quánta sea
la exçellençia de esta escriptura, no quiero lo escriva mi pluma, sino que lo
confiessen los que lo leyeren la obra.
Diré lo que siento. Hablando con hombres sentidos de mi edad, pienso he
leído mucho, pero fuera las Divinas Letras, jamás me espantó cosa tanto.
Traduziendo este libro, muchas vezes me espantava ver la Divina Providençia
que en juizio de un gentil tantas cosas ponía. Sacarle de griego en latín, y de
latín en nuestro vulgar, y de vulgar grosero ponerle en estilo alto y suave,
quántos sudores en el enojoso verano, quántos fríos en el encogido invierno,
quánta abstinencia aviendo de comer, quánto trasnochar aviendo de dormir,
quánto cuidado aviendo de descansar iúzguelo el que lo experimentare si a mí
no me creyere. La intençión de mis trabajosos trabajos offrezco a la Magestad
Divina, y a Vuestra Magestad de rodillas presento la presente obra. Yo pido a
mi Dios, Sereníssimo Prínçipe, que la doctrina de este libro tanto provecho
haga en vuestra vida quanto daño me ha causado en la salud corporal de mi
persona.
He querido offresçer a Vuestra Magestad la suma de mis vigilias, y si no se
acordare de mis trabajos, ni por eso dexaré, ni cesaré hazeros serviçios; y
quando otra cosa fuere, en los siglos advenideros será mi fee loada de muchos
y su olvido retraído de todos. Y porque va en pos de otras cosas mi pluma, al
presente no le supplico sino que la rudeza de mi ingenio, la baxeza de mi
estilo, la cortedad de mis palabras, el mal ordimbre de mis sentencias y la
poquedad de mi eloqüencia no haga tener en poco tan exçellente obra. Yo he
hecho lo que pude; Vuestra Magestad haga lo que deve, dando a la presente
obra gravedad y a mí, su intérprete, autoridad. No digo más, sino que la Divina
Clemençia, que dio a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad tal ser y poder en
la tierra, le dé la fruiçión en el çielo de su essençia divina. Amén, amén, amén.
ARGUMENTO
Síguese el Argumento del intérprete, en el qual declara quiénes fueron los
escriptores de este libro, y cómo hasta este tiempo á estado occulto, y con
quánta soliçitud por el dicho padre fray Antonio de Guevara fue buscado.
Como el tiempo sea inventor de todas las novedades y un registro çierto de las
cosas antiguas, y al fin el tiempo dé fin a todo lo que suffre fin, sola la verdad
entre todas las cosas está privilegiada a que quando el tiempo paresçiere tener
quebradas las alas, entonçes ella como immortal tome mayores fuerças. No ay
cosa tan entera que no se desminuya; no ay cosa tan sana que no se estrague;
no ay cosa tan rezia que no se quebrante; no ay cosa tan guardada que no se
corrompa: todas estas cosas el tiempo las acaba y sepulta, sino a sola la
verdad, la qual del tiempo y de todo lo que es en el tiempo triumpha.
Por no ser favoresçida de los buenos y ser perseguida de los malos poder
podrá la verdad estar algún tiempo a somorgujo y encallada; pero aunque pese
a quien pesare al fin salirá a buen puerto y tomará tierra. Las fructas de la
primera vera ni tienen fuerça para dar substantia, ni dulçura perfecta para dar
sabor; pero passado el verano, y en la octoñada madurando ya más el tiempo,
lo que se come danos esfuerço, y lo que se prueva tiene más gusto. Quiero por
estas palabras dezir que en aquellas primeras edades, quan estimados fueron
los hombres por sus columbinas palabras y costumbres, tanto fueron después
reprehendidos por sus depressos entendimientos.
Por çierto los antiguos muy antiguos philósophos, assí caldeos como griegos,
que primero se remontaron a especular los astros del çielo, y se subieron al
monte Olympo a contemplar las influençias de los planetas en la tierra, osaré
dezir que más meresçen perdón por su ignorançia que graçias por su sabiduría.
Ellos fueron los primeros que quisieron buscar las verdades de los elementos
del çielo, y aun los primeros que sembraron errores en las cosas naturales de la
tierra. Dezía Homero en su Illíada estas palabras: «De los philósophos mis
antepassados condemno lo que supieron y agradézcoles lo que desearon
saber.» Muy bien dixo Homero, porque si en los antiguos no reynara tanta
ignorançia, no huviera tantas sectas en cada academia. Quien ha leído las muy
antiguas antigüedades de los philósophos no me negará que la presumpçión de
lo que sabían y la ignorançia de lo que deseavan saber. Caso que, siendo la
sçiençia una, las sectas fuesen diversas (conviene a saber: çínicos, stoicos,
peripatéticos, académicos, epicuros), los quales todos fueron tan contrarios en
las opiniones quan diversos en sus naturalezas. No quiero tampoco que mi
pluma se desmesure a reprehender tanto los passados, que quede la gloria solo
en los presentes. De verdad si meresçe galardón el que me enseña el camino
por donde tengo de ir, no menos meresçe graçias el que me avisa de dónde le
puedo errar.
La ignorançia de los antiguos no fue sino una guía para açertar nosotros, y
porque ellos erraron entonçes, hallamos el camino nosotros después. Y para
más gloria suya y mayor infamia nuestra, digo que si los que somos agora
fuéramos entonçes, supiéramos menos que supieron; y si los que fueron
entonces fueran agora, sabrían más que sabemos. Paresçe esto ser verdad
porque aquellos sabios con su diligençia de las veredas y sendas çerradas
hizieron caminos, y nosotros con pereza de las carreras llanas y caminos
abiertos hazemos prados.
Viniendo, pues, al propósito de lo que quiero dezir, no nos podemos quexar los
que somos como se pudieran quexar los que fueron, que la verdad (la qual dize
Aulo Gellio ser hija del tiempo) en este postrero terçio del mundo no aya
declarado los errores de que avemos de huir y las verdades y doctrinas que
avemos de imitar. Está oy la maliçia humana tan experta, y los juizios de los
mortales tan abibados, que en lo bueno nos falta poco que saber y en lo malo
sabemos más que de lo que conviene saber, de manera que unos con carta de
más y otros con carta de menos, todos presumen el juego ganar.
Caso que esto sea verdad, es tan poco lo que alcançamos y ay tanto que
podíamos y devíamos saber, que lo mucho que sabemos es la menor parte de
lo que ignoramos. Assí como en las cosas naturales, según la variedad de los
tiempos, assí hazen sus operaçiones los elementos, por semejante en las cosas
morales según han succedido las edades, assí se han descubierto las sçiençias.
No por çierto todas las fructas vienen iunctas, sino que, quando se acaban
unas, comiençan a tomar sazón otras. Quiero dezir que ni todos los doctores
entre los christianos, ni todos los philósophos entre los gentiles concurrieron
en un tiempo, sino que muertos unos buenos nasçieron otros mejores.
Aquella Suprema Sabiduría que todas las cosas mide por su iustiçia y las
reparte según su bondad, no quiso que en un tiempo estuviese el mundo
estremado de sabios y en otro estremado de simples; a unos cupiese la fructa y
a otros no más de la hoja; de manera que éstos tuviesen astío de lo que
aquéllos estavan empalagados. Aquel antiguo siglo que fluyó en los tiempos
de Saturno, que por otro nombre es llamado dorado, el qual fue tan estimado
de los que le vieron, tan loado de los que dél escrivieron y tan deseado de los
que dél no gozaron, no fue dorado por los sabios que tuvo que le dorasen, sino
porque caresçió de malos que le desdorasen. Esta nuestra edad de hierro
ninguno piense que se llama férrea porque le faltan sabios, sino porque le
sobran maliçiosos.
Confieso una cosa, y pienso terné muchos me favorezcan en ella: que jamás
tuvo el mundo tantos que enseñasen virtudes y nunca huvo menos que se
diesen a ellas.
Aulo Gellio dize en el libro de sus Noches áthicas que por eso fueron tenidos
en tanto los antiguos, porque avía muy pocos que enseñasen y muchos que
deprendiesen. Agora es al contrario, que ay pocos que deprendan y muchos
que enseñen. La poca estima en que son estimados agora los sabios se puede
ver por la mucha veneraçión en que fueron tenidos los philósophos. ¡Qué cosa
fue ver a Homero entre los griegos, a Salomón entre los hebreos, a Licurguio
entre los lacedemonios, a Phoroneo entre los griegos, a Livio entre los
romanos, a Çiçerón entre esos mesmos latinos, a Apollonio Tianeo entre todas
las bárbaras naciones! Cúpoles en su fortuna de venir en tales edades, que
estava el mundo tan rico de simples y tan pobre de sabios, que concurrían de
remotas tierras, de diversos reynos, de estrañas naçiones, no solo a oír sus
doctrinas, pero aun otros a ver sus personas.
No creo me engaño en las historias, que quando Roma en su prosperidad más
triumphava, entonçes Tito Livio sus hazañas escrivía. Affirma en el prólogo de
la Biblia el glorioso Hierónymo que más venían a Roma por ver la eloqüencia
de Livio que no por gozar de algún triumpho romano. Quando Olympias parió
al Magno Alejandro, Philipo, marido della y padre del moço, escrivió una
carta a Aristóteles en que dezía: «Yo doy muchas gracias a los dioses, no tanto
porque me dieron el hijo quanto por dármele en tiempo que pudieses tú ser su
maestro y él tu disçípulo.» Marco Aurelio Antonio Emperador, cuya es la
presente obra, hablando de sí mesmo escrive a Polión estas palabras: «Hágote
saber, amigo, que a mí no me hizieron emperador por la sangre de mis
passados, ni por el favor de los presentes, sino porque fui amigo de sabios y
enemigo de nesçios.» Muy dichosa fue Roma en elegir emperador tan cuerdo,
y muy fortunado fue este buen Emperador venir a la cumbre del Imperio no
por patrimonio, sino por sabio. Y si fue gloriosa aquella edad en gozar su
persona, no menos lo será esta nuestra en gozar su doctrina.
Yo he querido intitular este libro el Libro áureo, que quiere dezir 'de oro',
porque en tanto han de tener los virtuosos descubrir en su tiempo este libro
con sus sentençias como tienen los príncipes las minas de oro en sus Indias.
Yo prometo a todos los que este libro tuvieren que hallarán tanto provecho sus
ánimas en passarle y buscar sus doctrinas como daño sus cuerpos en passar las
mares por oro de las Indias. Pero yo adevino dende agora que avrá más
coraçones desterrados en la India del oro que ojos empleados en leer la obra de
este libro.
Dize Salustio que se deve mucha gloria a los que las hazañas obraron, y que
no se deve menor fama a los que en buen estilo las escrivieron. En este caso ya
confiesso no meresçer por mi traduçión alguna fama; antes pido perdón a
todos los sabios por las faltas que hallaren en ella. Fuera de las Divinas Letras,
no ay cosa tan bien escripta, que no tenga necessidad de çensura y lima.
Paresçe esto ser verdad, porque Sócrates fue reprehendido de Platón; Platón,
de Aristóteles; Aristóteles, de Avenroiz; Cesselio, de Sulpeçio; Lelio, de
Varrón; Marino, de Ptolomeo; Ennio, de Oracio; Séneca, de Aulo Gellio;
Erastonestes, de Strabón; Théssalo, de Galeno; Hermágoras, de Çiçerón;
Orígenes, de Hierónymo; Hierónymo, de Ruffino; Ruffino, de Donato. Pues en
éstos cupo correctión y en sus obras, que supieron tanto, no es mucho que sea
yo de su cofradía, no sabiendo alguna cosa.
Al paresçer y examen de sabios y virtuosos, de mi voluntad subieto la presente
obra, y a los que no fueren tales requiéroles se contenten ser lectores, y no
juezes della. No ay paçiençia que lo suffra, ni ley que lo permitta, lo que un
sabio con mucha madureza y acuerdo escrive, un simple solo leerlo una vez lo
menospreçie. Muchas vezes son reprehendidos los autores y escriptores, no de
los que saben traduzir y componer obras, sino de los que no saben entenderlas
ni aun leerlas. Declarándome más, digo que fueron muchos los que escrivieron
de los tiempos de este Marco Aurelio, exçellente Emperador, conviene a saber:
Herodiano escrivió poco; Eutropio, menos; Lampridio, mucho menos; Iulio
Capitulino, algo más. Las escripturas de éstos y de otros paresçieron mas
epíthomas que no historias. Ay otra differençia entre esta escriptura y la suya,
que aquéllos escrivieron de oýdas, pero de lo que yo compuse la presente obra
fueron testigos de vista; que no lo oyeron a otros, sino que lo vieron ellos
mesmos.
Es de saber que entre los maestros que a este Emperador enseñaron las
sçiençias fueron tres, conviene a saber: Iunio Rústico, Cina Catulo, y a Sexto
Cheronense, sobrino del gran Plutarcho. Estos tres fueron los que escrivieron
la presente historia: Sexto Cheronense en griego, y los otros dos en latín.
Pienso de esta historia tienen muy pocos notiçia, porque hasta agora no la
avemos visto impressa. Quando me huve salido de los collegios de mi estudio,
y llevado a predicar a palaçio, como vi tan nuevas novedades en las cortes,
acordé con deseo de saber darme a indagar y saber cosas antiguas. Acaso
pasando un día una historia, hallé en ella esta historia acotada, y una epístola
en ella inserta, y paresçióme tan buena, que puse todo lo que las fuerças
humanas alcançan a buscarla. Después de rebueltos muchos libros, andadas
muchas librerías, hablado con muchos sabios, pesquisado por muchos reynos;
finalmente descobríle en Florençia entre los libros que dexó Cosme de
Medicis, varón por çierto de buena memoria.
He usado en esta escriptura, que es humana, lo que muchas vezes se usa en la
divina, que es traduzir no palabra de palabra, sino sentençia de sentençia. No
estamos obligados los intérpretes dar por medida las palabras: abasta dar por
peso las sentençias. Como los historiógrafos de quien sacava eran muchos, y la
historia que sacava no mas de una, no quiero negar que quité algunas cosas
insípidas y menos útiles, y entrexerí otras muy suaves y provechosas. Tengo
pensamiento que todo hombre sabio después que huviere leído este libro no
dirá yo ser el autor prinçipal de la obra, ni tan poco sentençiará que me
excluya del todo della, porque tantas y tan maduras sentençias no se hallan en
el tiempo presente, ni tal ni tan alto estilo no le alcançaron los del tiempo
passado.
LIBRO ÁUREO DE MARCO AURELIO
Comiença el libro llamado Áureo, que tracta de los tiempos de Marco Aurelio,
decimoséptimo Emperador de Roma, sacado de muchos antiguos
historiadores, corregido, emendado y en suave estilo puesto por el Reverendo
padre fray Antonio de Guevara, predicador de la Capilla de la Sacra, Céssarea,
Cathólica Magestad, en el qual libro se contienen muy exçellentes doctrinas
morales y peregrinas historias.
Capítulo I
De la naturaleza y linage de Marco Aurelio Emperador.
En el año de la fundación de Roma de seiscientos y noventa y cinco, en la
Olympiada centésima sexagésima tertia, muerto Antonino Pío Emperador,
siendo cónsules Fulvio Cathón y Gneo Patroclo, en el alto Capitolio, a quatro
días de octubre, a pedimiento de todo el Pueblo Romano y consentimiento de
todo el Sacro Senado, fue declarado por Emperador universal de toda la
monarchía romana Marco Aurelio Antonino. Este excellente varón fue natural
de Roma, nascido en el monte Celio y, según dize Jullio Capitulino, nasció en
las seis calendas de mayo, que son, según el cuento de los latinos, a veynte y
seis días andados del mes de abril.
Su padre se llamó Annio Vero, por cuya occasión muchas vezes los
hystoriadores le llaman Marco Antonio Vero. Verdad es que Hadriano el
Emperador le llamava Marco Veríssimo, porque en él jamás se halló mentira
ni faltó verdad. Estos Annios Veros era un linaje en Roma que se iactava
descender de Numma Pompilio y de Quinto Curcio, el famoso romano que,
por librar de peligro a Roma y a su persona dar perpetua memoria,
spontáneamente se precipitó en aquel vorágine que en aquellos tiempos en
Roma fue visto.
La madre de este emperador se llamó Domicia Clavila, según cuenta Cina
Hystórico en los libros De los linajes de Roma. Estos Clavilos eran personas
en aquel tiempo muy estimadas, porque se iactavan descender de Camilo,
aquel famoso y antiguo capitán romano que libertó a Roma [24] de los gallos
que la tenían tomada. Los hombres que descendían de este linaje llamávanse
Camilos por memoria de Camilo, y las mugeres romanas llamávanse Clavilas
por memoria de una hija de Camilo que se llamó Clavila.
Era ley muy antigua que todos los romanos en aquel lugar tuviesen algún
particular privilegio, en el qual sus antepassados avían hecho al Pueblo
Romano algún gran servicio. Por esta costumbre antigua tenían de privilegio
que los del linaje de Camilo tuviesen la tenencia y guarda del alto Capitolio. Y
caso que la variedad de los tiempos, la muchedumbre de los tyrannos y el
bullicio de las guerras civiles fuesen occasión de desminuirse la antigua
pollicía de Roma y introduzirse una manera no buena de vida, no por eso
leemos esta preheminencia de los romanos ser quebrantada, si no fue en el
tiempo de Sylla, quando hizo la universal proscripción contra los marianos.
Muerto Sylla el cruel, como prevalesciese Iulio César el piadoso, hecho
dictador de Roma y cabeça de los marianos, anulló todo lo de Sylla y tornó en
el estado antiguo la república.
Qué aya sido la condición, estado, pobreza, riqueza, favores o disfavores de
sus padres de Marco Aurelio Emperador, no lo hallamos en las hystorias
antiguas, aunque con toda diligencia han sido escudriñadas. Los antiguos
romanos hystoriadores no tenían costumbre de escrevir las vidas de los padres
de los emperadores, mayormente quando los hazían monarchas más por el
merecimiento que tenían los hijos que por la autoridad que heredaron de sus
padres. Verdad es que dize Jullio Capitulino su padre de Marco Aurelio el
Emperador aver sido pretor en los exércitos y capitán en las fronteras en los
tiempos de Trajano el bueno y Hadriano el sabio y Antonino Pío el piadoso,
Emperadores.
Confírmalo esto lo que escrive el mesmo Marco Aurelio, estando en Rhodas, a
otro amigo suyo llamado Pulión, que morava en Roma, por estas palabras:
Mucho sentía, amigo mío Pulión, la absencia de Roma, mayormente desque
me vía tan solo en esta ysla. Mas como la virtud al estraño haga natural y el
vicio al natural torne estraño, como ha diez años que leo aquí en Rhodas
Philosophía, téngome ya por natural de la tierra. Y lo que me ha hecho olvidar
los regalos de Roma y abezarme a las asperezas de la isla es que hallo aquí
muchos amigos de mi padre. Ya sabrás cómo fue aquí capitán contra los
bárbaros por Hadriano, mi señor, y Antonino, mi suegro, por espacio de
quinze años. Y séte dezir que los rhodos son hombres agradescidos. Bien
quisiera en Rhodas tantos años leer Philosophía quantos mi padre en la mesma
Rhodas estuvo en la guerra; mas no puedo, porque Hadriano mi señor me
manda vaya a residir a Roma, y todavía huelga hombre de ver su naturaleza.
Pues por las palabras de esta charta creeremos Annio Vero, padre del
Emperador Marco, lo más de su vida aver expendido en la guerra. No se suele
por cierto fiar assí de ligero tener officio de frontero en la frontera si no es ya a
persona muy exercitada en los exercicios de la guerra. Y como toda la gloria
del romano de Roma era dexar de sí buena fama, aquél por cierto era tenido
por más esforçado y en el Senado tenía mayores amigos de quien fiavan la
conquista de los más crudos enemigos. Según dize Sexto Cheronenso
Hystoriador, los romanos, aunque tuviesen entre manos muy peligrosas
guerras, siempre tuvieron en quatro partes del Imperio muy enteras sus
guarniciones, conviene a saber: en Bizancio, que agora es Constantinopla, por
amor de los de Oriente; en Gades, que agora es Cáliz, ciudad de España, por
amor de los de Occidente; en la ribera del Rhódano, que agora es el río Rin,
por los germanos; en los Colosos, que agora se llaman los de Rodas, por causa
de los bárbaros.
En las calendas de henero, quando se repartían los officios en el Senado,
proveído el dictador semestre y los dos cónsules annuales, luego en el tercero
lugar se proveýan los quatro más excellentes varones para defender aquellas
cuatro fronteras. Paresce ser esto verdad porque todos los famosos romanos
leemos en su mocedad aver sido fronteros en aquellas fronteras: el gran
Pompeyo invernó con los bizancios; el dichoso Scipión, con los colocenses; el
animoso Julio César, con los gaditanos; y el muy estremado Mario, con los
rhódanos. Esto hemos dicho que, pues Annio Vero, padre de Marco el
Emperador, leemos aver sido pretor en los officios y uno de los quatro
capitanes de aquellas fronteras, que devía de ser en Roma una de las personas
muy señaladas.
Capítulo II
De los maestros que tuvo Marco Aurelio Emperador, y de las leyes que tenían
los romanos en criar los moços.
No tenemos por auténcticas hystorias dónde, quándo, cómo, en qué manera, en
qué exercicios, con qué personas o en qué tierras aya expendido lo más de su
vida este buen Emperador. Solamente en breves palabras dize Julio Capitulino
aver estado los veinte y tres años so encomienda de Hadriano el Emperador,
pero lo contrario se halla por otros hystoriadores.
Según dize Sexto Cheronense en su Hystoria, no tenían costumbre los
coronistas romanos de escrevir las cosas que hizieron los príncipes antes que
fuesen príncipes, sino sólo de aquellos moços que desde moços tuvieron muy
altos los pensamientos. Paresce ser esto verdad, porque cuenta largamente
Suetonio Tranquillo las hazañas y acometimientos temerarios que Gaio Julio
hizo en su moçedad por mostrar a los príncipes advenideros cómo fue muy
grande la ambición que tuvo de alcançar la Monarchía, y muy poco el seso y
madureza para conservarse en ella. No es cosa nueva en los hombres que
anhelan a cosas muy arduas que, quanto más altos tienen los pensamientos,
tanto más baxa sientan la fortuna, y quan diligentes fueron en cumplir su
deseo, tan descuidados se mostraron en conservar su reposo.
Caso que Annio Vero, su padre de Marco el Emperador (como arriba diximos),
huviese seguido el exercicio de la milicia, pero a su hijo púsole en el camino
de la sciencia. Era ley muy usada y costumbre muy guardada en la pollicía
romana que todo ciudadano que gozava de la libertad de Roma, que, en
compliendo diez años su hijo, no le pudiese por las calles más dexar andar
vagabundo. No avía de permittir el censor que regía a Roma y mirava los
barrios cada día della más de hasta diez años al niño que fuese niño: dende en
adelante era obligado su padre o criarle fuera del ámbito de Roma o salir por
fiador que su hijo no haría ninguna locura. Quando Roma triumphava y por su
pollicía Roma al mundo regía (cosa por cierto monstruosa de ver entonces y
no menos espantosa a nosotros de oír agora), ver en Roma quatrocientos mill
vezinos, entre los quales eran más de los dozientos mill moços, y que tuviese
tan enfrenado el brío de tanta iuventud, que al hijo de Cathón castigaron por
atrevido, y a un hermano del buen Cina desterraron por vagabundo.
Si no nos engaña Cicerón en el libro De las leyes romanas, ningún romano
avía ser osado atravesar por las calles de Roma si no llevava en la mano la
señal del officio de que bivía, porque todos cognosciesen que bivía de su
trabajo y no del sudor ageno, y esta ley por todos igualmente era guardada: el
Emperador llevava un blandón ardiendo delante de sí; el cónsul, unas hachas
de armas; los sacerdotes, unos pileos a manera de escofias; los senadores, unas
conchas en los braços; los censores, una tablilla pequeña; los tribunos, unas
muças; los centuriones, unas tovas; los oradores, un libro; los gladiatores, una
espada; los sastres, unas tijeras; los herreros, un martillo; los plateros, un
crisol; y assí de todos los otros offiçios.
Podemos collegir de lo sobredicho que, pues Marco el Emperador fue nascido
en Roma, sus padres desde la niñez le darían buena criança. Y caso que nos
sean los prinçipios de su moçedad occultos, a lo menos somos çiertos sus
medios y fines aver sido muy gloriosos. Su padre, Annio Vero, quiso que su
hijo Marco, dexadas las armas, siguiese el estudio, y por cierto es de pensar
que fue esto hecho más por la cordura del padre que no por la covardía del
hijo.
Si los hechos de los muertos no engañan a los que somos bivos y el caso se
iuzga por iuyzios claros y se sentençia por personas maduras, hallaremos que
pocos han sido los que se han perdido por letras y muy menos los que se han
ganado por armas. Rebolvamos todos los libros y pesquisemos por todos los
reynos, y el fin dirános aver pocos en sus reynos muy dichosos en armas y
iuncto con esto tener muchos muy famosos en letras. Demos de todo esto
exemplo y verán ser verdad lo que digo: no tuvieron más de un rey Nino los
assyrios, un Hormesta los siciomios, un Licurgio los lacedemonios, un
Prometheo los aegypcios, un Machabeo los hebreos, un Hércoles los griegos,
un Alexandro los macedonios, un Pyrrho los epirotas, un Héctor los troianos,
un Theutonio los cymbros, un Biriato los hispanos, un Haníbal los pennos, un
Iulio César los romanos.
No es assí de los hombres doctos, porque si los griegos tienen a Homero, no
menos Grecia se iacta de los Siete Sabios, a los quales creemos más en su
philosophía que no a Homero en las guerras de Troia, porque tan diffícil será
hallar una verdad en Homero como una mentira en estos sabios. Por
semejante, los antiguos romanos no sólo tuvieron a Cicerón muy eloqüente,
pero también a Salustio, y a Lucano, y a Tito Livio, y a Marco Varrón, con
otro esquadrón de varones muy aprobados, los quales dexaron tanto crédito en
sus escripturas por dezir las verdades, quanto se perdió Cicerón en el Senado
por usar de lisonjas.
Y como dezimos de estos pocos griegos y latinos, podríamos dezir de los
assyrios, persas, medos, argivos, acayos, pennos, gallos, germanos, britanos,
hispanos, en las quales naciones todas sin comparación dexaron de sí más
memoria y honraron su patria los que esclarecieron por letras que no los que se
señalaron por armas.
Dexadas, pues, las hystorias peregrinas, y tornando a la criança de nuestro
emperador Marco Aurelio (como cuenta Eutropio en el libro De Caesaribus),
según que este excellente varón deprendió muchas y diversas sciencias, assí
tuvo muchos y diversos maestros para enseñárselas. Estudió Grammática con
un maestro que se llamava Eufornión; Música con otro que se llamava Gémino
Cómmodo; Eloqüencia con Alexandro Greco y con Orosio, Apro, Frontón y
Pulión. En Philosophía natural tuvo por maestros a Cómmodo Calcedónico,
varón anciano y que expuso a Homero, y a Sexto Cheronense, sobrino del
famoso Plutarco. Estudió assimesmo leyes, y fue su maestro Volusio Meciano.
Precióse este Emperador de saber pintar y debuxar, en cuya arte fue su
maestro Diogeneto, en aquellos tiempos famoso pintor. Trabajó assimesmo
saber y escudriñar a qué se extendía el arte de Nigromancía, por cuya occasión
yva públicamente a oír a Polonio. Y porque no le quedase algo de deprender,
diose sobre todas las sciencias a la Cosmographía, en la qual tomó por
maestros a Junio Rústico, el qual después escrivió su vida, y a Cina Catulo,
que escrivió la muerte suya y la vida de Cómmodo, su hijo. De estos varones
excellentes que florecían en aquellos tiempos fue doctrinado en las virtudes y
enseñado en las sciencias.
Llorando Cicerón la antigua pollicía de Roma porque vía gran perdimiento en
la república presente, dize en su Rhetórica que los antiguos romanos allí
ponían siempre los ojos de donde pensavan poderles nascer mayores peligros.
Cinco cosas tenían en Roma entre las otras sobre las quales avía suprema
vigilancia, en las quales ni el Senado se descuidava, ni ley alguna dispensava,
y eran éstas: los sacerdotes que fuesen honestos; las vírgines vestales, muy
castas; los censores, muy justos; los capitanes, muy esforçados; y los que
enseñavan a moços, muy virtuosos. No se permittía en Roma el que era
maestro de sciencias fuese discípulo de vicios.
Capítulo III
De las muchas sçiençias que aprendió Marco Aurelio Emperador, y de una
carta que escrivió a un amigo suyo llamado Polión.
Preguntado Apollonio (según dize Philóstrato) quién fuese el más rico del
mundo, respondió: «El más rico es el más sabio.» Tornando a preguntar quién
fuese el más pobre, respondió: «El más pobre es el más simple.» Fue por
çierto sentencia digna de tal persona, la verdad de la qual cada hora vemos por
experiençia. El hombre sabio, resvalando en muy varios casos de la fortuna se
tiene, y el hombre simple en las muy pequeñas occasiones de la vida, aun no
tropeçando, cae. No ay caso, por perdido que sea, que puesto en mano de un
sabio dél no esperemos remedio; y no ay caso, por ganado que sea, puesto en
mano de algún simple que no se espere perderlo. Preguntado Xenophonte
philósopho de dos cosas quál eligirían: ser simple y sublimado o ser sabio y
abatido, respondió: «Yo tengo muy gran compassión al loco sublimado, y
tengo muy gran embidia al sabio abatido, porque el sabio, sólo que le den el
pie, subirá para no caer, y el loco, sólo que le dé un baibén la fortuna, caerá
para no se levantar.» El padre que muere dexando a su hijo pobre y sabio
piense que le dexa mucho, y el que le dexa rico y loco piense que le dexa
nada.
Estas cosas considerando Annio Vero, padre del Emperador, como padre que
de coraçón amava a su hijo, no fue contento con darle un maestro que lo
hiziese virtuoso y deprendiese una sciencia con que occupase su juizio, pero
diole muchos maestros que le refrenasen de viçios y mandó que deprendiese
muchas sciencias porque tuviese más exercicios. Quánto aya trabajado en
deprender, y quántas sciencias y con quánta voluntad las deprendió, y qué es
lo que siente en este caso, escrívelo él mesmo desde Agrippina, que agora es
Colonia, a Apolión su amigo por estas palabras:
Maravíllaste, amigo, porque al cabo de mis días no dexo de deprender nuevas
cosas. El que sólo tiene un manjar y no puede comer dél, dexado aquél que por
aventura le era sano, acomete comer otros, aunque vee que le son dañosos.
Esta excellencia tiene el que se vee con diversos manjares: que, teniendo
hastío de uno bueno, puede comer de otro mejor. El que fuere sabio, sin más
declararlo me avrá entendido.
Como todas las artes al fin harten, y todas las sciencias, por dulçes que sean, al
fin al fin empalaguen, el que no sabe más de una sciencia, aunque sea sabio,
corre mucho peligro; porque, teniendo hastío de aquella, occupa en otras cosas
dañosas la vida. Los varones heroicos que, sacudida la pereza, dexaron de sí
eterna memoria, no sólo quisieron aprender una sciencia con que azerasen sus
juizios, pero trabajaron no menos de deprender otras muchas con que los
aguzasen desque se le parasen botos. En todas las cosas naturales con muy
pocas dellas naturaleza se arta si no es el juyzio y el entendimiento, que aun
con muchas se siente ambriento. Y pues el entendimiento tiene tal condición
que con la libertad se desmanda, con la ligereza se encumbra, con la sotileza
penetra, con la biveza cognosce y con la ignorancia se derrama, necessario es
con tiempo remontarle a cosas muy arduas antes que se abata a cosas civiles.
Todos los daños corporales que a los mortales pueden succeder, o las
medicinas los sanan, o la razón los remedia, o el tiempo largo los cura, o la
muerte los ataja. Sólo al entendimiento offuscado en errores y depravado en
malicias ni medicina le sana, ni razón le encamina, ni consejo le aprovecha.
Los antiguos philósophos, en aquel siglo glorioso y en aquella edad dorada, no
sólo deprendían una cosa con que sustentasen su vida y augmentasen su fama,
pero sudavan por saber todo lo que se sabía y de nuevo buscavan más que
saber.
En la Olympiada septuagésima quinta, ayuntadas muchas gentes a las
vertientes del monte Olimpo a celebrar sus juegos, acaso vino allí un
philósopho thebano que todo lo que traýa consigo por sus manos proprias avía
sido labrado: los çapatos él los avía hecho; el sayo él le avía cosido; la camisa
él la avía texido; los libros él los avía escripto; y assí de todas las otras cosas.
Espantadas todas las gentes que allí estavan iunctas de tan gran mostruosidad
en un hombre, fue por muchos muchas vezes preguntado dónde tantas cosas
avía deprendido. Respondió: «La pereza de los hombres ha causado que una
arte se dividiese por muchas artes. Lo que agora saben todos era obligado a
saber sólo uno.» Cierto respondió muy altamente este philósopho, y por cierto
los que lo oyeron avían de quedar tan afrontados destas palabras quanto el
philósopho vanaglorioso de sus vestiduras.
Quéxese cada uno de su descuido, y ninguno culpe al tiempo, que es breve, y a
nuestra naturaleza, que es flaca; porque no ay cosa tan dura que no se ablande,
ni tan alta que no se alcançe, ni tan apartada que no se vea, ni tan sotil que no
se sienta, ni tan obscura que no se aclare, ni tan profunda que no se descubra,
ni tan entera que no se desmiembre, ni tan desmembrada que no se ayunte, ni
tan perdida que no se gane, ni tan impossible que no se conserve, si de todo
coraçón en buenos exerçiçios occupamos las fuerças y nuestro entendimiento
empleamos en cosas altas. No niego que es para poco nuestra naturaleza, pero
también confiesso que muy para menos la haze nuestra pereza.
Querría yo preguntar a los hombres malos que rogamos sean buenos, y ellos
luego appellan de nuestros consejos para la carne, diziendo ser flacos, cómo
para inventar males tienen juizio, para ponerlos en obra tienen fuerças y para
perseverar en ellos jamás les falta constançia. Esto se causa que en los vicios y
miserias nos llamamos naturales para los cometer, y en las virtudes y proezas
nos llamamos estraños y flacos para las obrar. Ninguno infame a la naturaleza
que es flaca, ni levante a los dioses que son crueles, porque no menos
habilidad tenemos para lo bueno que promptitud para lo malo. No diga alguno
«Quiero y no puedo apartarme del vicio», que mejor dirá «Puedo y no quiero
seguir la virtud». No quiero infamar reynos estraños, sino hablar de nuestros
latinos, y por ellos verán quiénes fueron en los males y qué tales pudieran ser
en los bienes.
Pregunto los gastos que hizo Marco Antonio con Cleopatra, la proscripción
que hizo Sylla de los nobles de Roma, la coniuraçión que inventó Catilina
contra su patria, la sangre que se derramó por causa de Pompeyo en los
campos de Pharsalia, el robo que hizo Julio César del erario, las crueldades
que usó Nero el cruel con su madre, los strupos que cometió Calígula con sus
hermanas, la traición que hizo Bruto contra su padre Gayo, las liviandades y
crueldades de Domiciano con las vírgines vestales, las traiciones que usó Julio
Patroclo con los sículos, los insultos que hizo Vulpio Lemarino en los templos
de Campania.
Querría yo saber éstos que aquí cuento y otros muchos que dexo, las fuerças y
mañas que emplearon en tantos males, quién les quitó las empleasen si
quisieran en otros bienes.
Esto todo he dicho, amigo mío Polión, por responderte a lo que me preguntas,
y es en qué sciencias he gastado mi tiempo. Pues oye, que a mí plaze dezírtelo.
Annio Vero, mi padre, a mí me dio no más de ocho años de infançia, los
quales pasados hasta los diez a leer y escrevir anduve en el escuela; desde los
diez a los treze, en el estudio de Eufornión aprendí Grammática; desde los
treze hasta los diez y siete con Alexandro Greco Orador deprendí eloqüencia;
dende aquel tiempo hasta cumplir veinte y dos años oý con Sexto y Calcedón
Natural Philosophía. Passados estos años, fuime a Rhodas y allí leý hasta los
treinta y dos años Oratoria. A los treinta y dos años de mi edad torné a la
ciudad de Partínople, donde estuve quasi tres años con Frontón griego,
deprendiendo las letras griegas, y dime tanto a ellas de coraçón, y ellas a mí
entregáronseme de tan buena voluntad, que más fácil orava en griego que
escrivía en latín.
Estando ya yo de assiento en Roma, levantóse la guerra de Dacia, a la qual
Hadriano, mi señor, me embió en persona. Y como en los reales no pudiese
traer libros de sciencia, acordé deprender con Gémino Cómmodo Música,
porque con la dulcedumbre de los instrumentos se desapegase mi cuerpo de
algunos viçios que ya por mi casa se me entravan desapoderados. Todo el
restante de mi vida tú sabes que se á empleado en tener officios en Roma hasta
que a mis manos los hados traxeron la Monarchía.
Hasta aquí habla el Emperador. Pues por esta carta que escrivió a su amigo
parece bien quán sin ociosidad pasó su tiempo. Razón es de creerle en todo lo
que dize, porque tan excellentes obras que él obró y tan grandes sentençias que
escrivió, no podían proçeder sino de hombre muy sabio y de juizio muy
subido.
Capítulo IV
Que por ser sabio Marco Aurelio Emperador, en su tiempo floresçieron
muchos y muy famosos sabios en Roma.
Como la vida del prínçipe no sea sino un blanco donde todos assestan y un
señuelo al qual todos se abaten, vemos por experiencia que a lo que es
inclinado el príncipe trabaja seguir el pueblo. No tiene discreción el vulgo para
reprochar lo malo y elegir lo bueno; no menos por cierto se abate al falso
señuelo de pluma que al verdadero de carne, por cuya occasión de solo un
buelo que dio perdió la libertad que tenía y no mató la hambre con que
rabiava, y sobre todo las alas del libre se le tornaron en piyuelas de
servidumbre.
No carece de grave culpa e inmortal infamia el príncipe que, aviendo de dar la
mano de buena vida con que otros se levanten, atraviesa el pie de malas
costumbres do todos tropieçan. Pero sin comparaçión es mayor la liviandad
del pueblo que no el descuido del príncipe, porque a uno que bive mal seguirle
uno no es maravilla, ni aun tan poco que le sigan algunos no es cosa nueva, ni
en caso que le siguan muchos no es espanto; pero seguirle todos en todo esto
es grave escándalo. Si el pueblo fuese quien avía de ser, más presto se tornaría
uno por muchos de lo malo a lo bueno que no muchos por uno de lo bueno a lo
malo.
Por cierto, bien sabe cada uno, por ignorante que sea, que con nuestros
príncipes, si somos obligados a obedesçer su iustiçia iusta, no somos obligados
a imitar su vida mala. Pero ¿qué diremos, que están oy en tanta estima el
regalo de sus personas y tan abatido el rigor de su imperio, que sin vergüença
ninguna menospreciamos sus mandamientos iustos y seguimos sus obras
malas? ¡O!, si los príncipes tuviesen tantos buenos que cumpliesen lo que
mandan como tienen malos que imiten lo que hazen, yo iuro que no huviese
menester tener cárçel para los traviesos, mordaza para los blasfemos, hierro
para los esclavos, rollo para los traidores, cuchillo para los adúlteros, pozo
para los salteadores, ni horca para los ladrones.
Quiero dar exemplo de todo esto y verán ser verdad lo que digo. Si el rey es
inclinado a caça, todos caçan; si en iuegos, todos iuegan; si a armas, todos
tornean; si es adúltero, todos adulteran; si es liviano, todos son locos; si es
virtuoso, todos son cuerdos; si es callado, todos se refrenan; si es atrevido,
todos se desmandan; si es piadoso, todos son clementes; y si es sabio, todos
deprenden.
Y porque no culpemos a solos los presentes de nuestros tiempos, traigamos a
la memoria algunos príncipes de los tiempos passados. Quien ha leído a Sexto
Cheronense en el libro que se llama De las varias inclinaciones que tuvieron
los príncipes, hallará que Rómulo, fundador de Roma, honró mucho a los
canteros; Numma Pompilio, su successor, a los sacerdotes; Paulo Emilio, a los
marineros; Camillo, capitán, a los monteros; Gayo César, a los plateros;
Scipión, a los capitanes; Augusto Octavio, a los iugadores de pelota; Calígula,
a los truhanes; Tiberio, a las alcahuetas; Nero el cruel, a los dançadores de
espadas; Claudio, a los escrivanos; Sylla, a los armeros; Mario, su competidor,
a los entalladores; Vaspasiano, el bueno, a los pintores; Tito, su hijo mejor, a
los músicos; Domiciano, hermano déste y muy malo, a los ballesteros; y sobre
todos nuestro Marco Aurelio Emperador, a los sabios.
Las varias inclinaciones que en diversas cosas tuvieron los príncipes hizieron
variar los favores o disfavores de muchos con los pueblos. Y como el vulgo
mire más el favor que no la iusticia, aquellos officios son más favorescidos a
los quales los príncipes se muestran ser más inclinados. Esto todo dezimos por
mostrar quánto fueron favorescidos en tiempo de este Emperador todos los
sabios.
Si las hystorias no nos mienten, desde los tiempos de Mecenas el romano, el
qual fue el más venturoso en tener por amigos sabios que no en inventar nueva
manera de manjares, hasta Marco Aurelio, passaron diez y siete emperadores,
que fueron Julio, Octavio, Tiberio, Calígula, Claudio, Nero, Galba, Otho,
Vitello, Vaspasiano, Tito, Domiciano, Nerva, Traiano, Hadriano, Antonino y
Aurelio, de los quales todos solos dos hallamos que fueron favorescedores de
sabios, conviene a saber: Nerva y Traiano. Todos los otros emperadores no
sólo fueron discípulos de las mentiras, pero hiziéronse açote de las verdades.
Parece esto ser verdad, porque Julio persiguió a Cicerón, Octavio desterró a
Ovidio, Tiberio empozó a Calviçio, Calígula degolló a quatro oradores
iunctos, Nero mató a su maestro Séneca, Claudio encarçeló a su tío Lucano,
Otho ahorcó a Patroclo, Domiciano desterró a todos los oradores de Roma y
por mostrar mayor su maldad, quando salían los sabios por una puerta a ser
desterrados entravan los truhanes por otra, los quales por Tito, su hermano, de
Roma avían sido expellidos. Y como digo de estos pocos podía dezir de otros
muchos.
No fueron por cierto assí tractados en tiempo de este buen Emperador. Y que
esto sea verdad, parece por muchos y muy excellentes varones en diversas
sciencias doctos que en su tempestat floreçieron. Iulio Capitulino cuenta
algunos dellos y son los siguientes: Alexandro Griego, Trusión, Polión,
Euthicio, Annio Macro, Cavinio, Herode Áthico, Frontón, Cornelio,
Apollonio, Sexto Cheronense, Iunio Rústico, Claudio Máximo, Cina Catulo,
Claudio Severo y el muy famoso Diogeneto pintor y el muy docto en leyes
Volusio Meciano. Estos todos estavan en su palacio y residían en su presencia,
que otros muchos avía en Roma y estavan derramados por Italia.
Cosa fue maravillosa de ver en aquellos tiempos quánta fue la muchedumbre
que floreçieron de sabios: no avía padre que, si tuviese dos hijos, no pusiese el
uno al estudio (el otro por la ley romana avíale de dar para la guerra). Ya
sabían todos que qualquier mancebo que fuese sabio sobre todos del
Emperador avía de ser muy favoreçido.
Capítulo V
De un hijo muy querido que tuvo Marco Aurelio Emperador, el qual se le
murió, y del sentimiento que por él se hizo.
Solos dos hijos varones tuvo Marco Aurelio el Emperador (según dize
Herodiano), el mayoradgo de los quales se llamó Cómmodo, y el hijo menor
era su nombre Veríssimo. Fue este infante muy hermoso en el cuerpo y muy
virtuoso en la vida, y con la hermosura atraýa a sí los ojos de muchos, y con
sus buenas inclinaçiones robava los coraçones de todos. Era esperança del
pueblo y gloria del viejo su padre. Y caso que el otro era prínçipe y éste
infante, tenía el Emperador acordado que, aunque nasció a la postre, por sus
virtudes heredase primero y el que nasció primero por sus desméritos fuese
desheredado. Y como los buenos deseos al mejor tiempo se manquen con los
hados desdichados, siendo el Emperador de cinqüenta y dos años y el hijo diez
y seis, la gloria de Roma, la esperança de su padre y la vida del hijo huvieron
fin. Y fue tan llorada su muerte, quanto deseada su vida.
Era de aver piedad, porque el Senado de lástima no vía al Emperador y el viejo
con el dolor no salía al Senado. Estuvo Roma muy triste y el Senado retraído
en el alto Capitolio por muchos días. Y como los ventisqueros del invierno
hagan tener en poco las ruçiadas del verano y las cosas de la honra nos
costriñan olvidar las desdichas de la fortuna, como hombre de alto ingenio y
de ánimo fuerte, quedando el dolor todavía en el coraçón arraigado de dentro,
acordó de escamondar las ramas de la tristeza de fuera, fingiendo de fuera
alegría, teniendo de dentro dolor. Pues Marco el Emperador, como hombre que
se le apedreó toda su viña en quien tenía su esperança y después se contenta
con qualquiera rebusca, muerto el infante Veríssimo, su muy querido hijo,
mandó traer al príncipe Cómmodo, su único heredero. Desde que su hermano
el infante avía muerto, él en palaçio no avía entrado. Y vista la desemboltura
demasiada que traía el hijo, arrasáronse los ojos de agua al padre, acordándose
de la vergüença y reposo del infante malogrado. Lo qual visto por Faustina, su
madre, la qual visceralmente le amava, mandó que quitasen al hijo delante la
presencia del padre.
Capítulo VI
De los ayos que tomava Marco Emperador para criar sus hijos, y para esto
mandó llamar todos los sabios de Italia.
Aunque estava occupado el coraçón del viejo en la muerte del infante, no por
eso tenía remontado el juizio para hazer criar muy bien al príncipe heredero.
Por cierto, tales son los príncipes en la edad de hombres, quales fueron criados
en la tierna edad de niños. Pues cognosciendo el padre que las corruptas
inclinaçiones del moço no avían de corresponder a la buena gubernaçión del
Imperio, mandó el buen Emperador en toda Italia llamar los más sabios en
letras, los más famosos en fama y los más virtuosos de hecho. Y como en
muchas cosas es mayor la infamia del infamado por malicia que la culpa del
culpado por flaqueza, assí en otras cosas es mayor la fama pública que la
virtud secreta.
Por esta occasión, después de ayuntados todos los sabios, mandólos examinar,
aviendo informaçión de la sangre de sus pasados, del concierto de sus casas,
del tracto de sus haziendas, del crédito entre sus vezinos, de la pureza de sus
vidas, de la gravedad de sus personas y, al fin, de las sciencias en que eran
enseñados. Mandó por orden examinasen a los astrólogos en Astrología, y a
los músicos en Música, y a los oradores en Oratoria, y assí de las otras
sciencias; y esto no en un día sino en muchos, y no sólo por informaçión de
otros, pero por experiençia propria los cognoscía. Fueron tan examinados
todos, como si no huviera de quedar más de uno. Y como para el perfecto
cognoscimiento de las cosas en que mucho nos va es menester el parecer
ageno, el juizio claro y la experiencia propria, mandó elegir, de muchos,
pocos; y de pocos, los más sabios; y de los más sabios, los más cuerdos; y de
los más cuerdos, los más ancianos.
Según las siete artes liberales, señaláronse de cada sciencia dos maestros, de
manera que era el príncipe uno y los ayos catorze. Esto hecho, como a la fama
de tan gran cosa que era al príncipe que avía de mandar a todos le quisiesen
dar maestros que mandasen a él, vinieron más sabios de tierras estrañas que de
las comarcas de Roma. El buen Emperador, considerando que los que venían a
su serviçio no era razón se fuesen con ningún descontento, a unos con alegres
palabras, otros con çierta esperança, otros con dones presentes, fue despedida
por él aquella hueste de sabios sin sentir alguno que fuesen quexosos. Y si el
caso fue afamado por la fama de los sabios, no menos fue venturoso por la
cordura del Emperador en embiarlos tan bien despedidos, porque embió tan
satisfechos los letrados vençidos como quedavan contentos los vencedores. Y
por cierto tenían todos razón, porque los unos llevavan en prendas palabras
dulces del padre y los otros quedavan apoderados con la empresa del hijo.
No contento con esto el buen Emperador, mandó que los ayos fuesen
aposentados en su palacio y comiesen en su presençia y acompañasen a su
persona, por ver si su vida era conforme con su sciencia, y si las fingidas y
rhetóricas palabras eran conformes en la execuçión de las obras. Era cosa
maravillosa de ver el cuidado que el Emperador tenía de los mirar, assí en el
andar como en el comer.
Capítulo VII
De lo que acontesçió a çinco sabios en casa del Emperador, los quales por no
ser cuerdos fueron de su palacio expellidos.
En el mes de setiembre, a los onze días andados dél, celebrándose la fiesta del
nasçimiento del Emperador en la mesma casa donde él nasçió, que era un
barrio del Monte Celio, como un truhán hiziese lo que los semejantes en
semejantes regozijos suelen hazer, el Emperador, teniendo la intençión más en
los sabios que no los ojos en los locos, vio que çinco dellos pateavan con los
pies, ladeávanse en las sillas, palmavan con las manos, hablavan alto y reýan
demasiado, la qual cosa no menos fue notada del Emperador que mirada.
Acabadas, pues, las fiestas, llamándolos aparte, díxoles estas palabras:
Amigos, queden comigo los dioses piadosos y vayan con vosotros los hados
buenos.
Yo hos elegí porque en mi casa los locos se tornasen sabios, y veo que los
sabios se tornan locos. ¿No sabéis que en las brasas de la fragua se prueva el
oro, y en las liviandades del loco se prueva el cuerdo? Por cierto, el oro fino
defiende sus quilates entre las bivas brasas y el hombre cuerdo muestra sus
virtudes entre semejantes locuras. ¿No sabéis que no se puede cognoscer el
loco entre los locos ni el sabio entre los sabios? Entre los cuerdos se escureçen
los locos y entre los locos resplandeçen los sabios. ¿No sabéis quán infame
caso es los disçípulos de truhanes hazerlos maestros de príncipes? ¿No sabéis
que de ánimo reposado proçede la compostura del cuerpo, el reposo de la
persona, la templança de la lengua? ¿Qué aprovecha la lengua experta, la
memoria biva, el juizio claro, la sciencia mucha, la eloqüencia profunda, el
estilo suave, si con todas estas graçias tenéis las costumbres malignas? ¿Para
qué quieren los sabios las palabras muy marcadas si sus obras son livianas?
Y porque no hos parezca que hablo de gracia, quiérohos traer a la memoria
una ley antigua de Roma. En la séptima tabla de las leyes de nuestros padres
están escriptas estas palabras: «Mandamos que más grave castigo se dé al
sabio por la liviandad que hizo pública, que no al hombre simple por el
homicidio secreto.»
¡O!, iusta ley y iustos los que la ordenaron, porque el simple labrador no mató
más de a uno con el cuchillo de la ira, mas el que es sabio mató a muchos con
el mal exemplo de su vida. Curiosamente lo he mirado, que allí començó
Roma a descementarse quando el nuestro Senado se despobló de colombinos
senadores y se pobló de serpentinos sabios. Estava aquel Sacro Senado
adornado de viejos prudentes, y no sin lágrimas lo digo que está agora lleno de
moços parleros.
Antiguamente en las achademias de Grecia solamente enseñavan palabras,
dexadas las obras, y en los templos de Roma enseñavan a hazer buenas obras,
dexadas las palabras. Y agora es al contrario, que Grecia la parlera desterró los
parleros a Roma, y Roma la que bien obrava desterró los buenos sabios a
Grecia. Y desta manera yo deseo más ser desterrado en Grecia con los sabios
que no tener vezindad en Roma con los locos. A ley de bueno hos iuro,
amigos, que vi en el Senado, siendo yo mançebo, al philósopho Arispo, criado
del buen Traiano, orar infinitas vezes, y era tan dulce en su dezir, que cada vez
le esperavan más de tres horas, y nunca dixo palabra que no fuese digna de
eterna memoria. Por otra parte, salido de allí, nunca le vi hazer obra que no
mereçiese por ella gravíssima pena. Cosa por cierto era monstruosa de ver
entonçes y de oýr agora la estima en su eloqüencia y la infamia en su persona.
A toda Roma tenía espantada con sus palabras, y toda Roma y Italia estava
escandalizada de sus malignas obras.
Quatroçientos años duró la prosperidad de Roma, y tanto Roma fue Roma
quanto huvo en ella simplicidad en las palabras y maiestad en las obras. Una
cosa hos diré que haze gran confusión en los bivos y admiración en los
muertos: que de todos los antiguos no he leído una palabra liviana que ayan
dicho, ni una obra mala que ayan hecho. Qué cosa fue ver aquellos siglos
gloriosos tan gloriosos viejos gozar y agora en nuestro siglo corrupto tan
corruptos moços tener. Por cierto, yo tengo más embidia a sus hazañas que a
nuestras escripturas. Ellos callando y obrando nos dexaron exemplos de
admiración, y los sabios de agora dezimos en público y escrevimos en secreto
doctrinas de perdición.
Pues por esto que digo y por otro exemplo que diré cognosçeréis lo que siento.
Quando el reyno de Acaya sometió sus cuernos peligrosos y su cabeça
sobervia a la melena blanda y a las coyundas suaves del Imperio Romano,
sacaron de condiçión que querían ser huéspedes de las guarniçiones de toda
Asia y no discípulos de los oradores de Roma. A la sazón estava en Roma un
embaxador de Acaya, varón por cierto templado en las palabras, honesto en la
vida y que tenía la cabeça muy blanca. Preguntado del Senado por qué era tan
cruel a su tierra en llevar escuderos cobdiciosos y dexar los sabios cuerdos,
respondió con aquel amor que devía a su patria, y con la gravedad que
requería tal persona, y aun con la osadía que demandava su officio:
¡O, Padres Conscriptos! ¡O, Pueblo venturoso!, dos días ha que no como y tres
noches que no duermo, maldiziendo a los hados que me traxeron a Italia y
suspirando a los dioses que me tienen en esta vida, porque está puesto mi
espíritu entre la yunque dura y el martillo importuno, a do todo lo veo duro,
assí la yunque que se toca como el martillo que sobreviene. La cosa más
peligrosa en entre las cosas peligrosas hazer eleción. Costriñísme vosotros que
eliga, y mi juizio no lo alcança, y los dioses no me enseñan qué tengo de
elegir. Si llevo guarniciones de gentes, son enojosas a las familias; si llevo
abogados, son peligrosos a la república. ¿Qué haré? Triste de mí, que lo pido;
triste del reyno, que lo espera; y crudos vosotros, que lo mandáis. Pero pues
assí es, yo me determino de llevar los que gastan nuestras haziendas y no los
que corrompan nuestras costumbres, porque una legión con necessidad
affligirá a solo un pueblo, mas un orador con malicia corromperá todo un
reyno.
Pues mirad agora, amigos (dixo el Emperador a estos sabios), cómo ha subido
el crédito de los ignorantes y perdídose el de los doctos porque quisieron más
en Acaya dar de comer a los escuderos pobres que tener por vezinos a los
oradores parleros.
Acabada esta plática, partiéronse los cinco ayos con muy gran vergüença y
quedaron los nueve con sobrado temor. En todo este tiempo, que fueron dos
meses, aún el príncipe Cómmodo no era salido de los amos, porque aquéllos le
enseñavan la doctrina que le avían dado la leche, y iuncto con esto era de
tierna edad y no de muy delicado iuizio. Este Cómmodo, aunque nasció en
Roma en el Monte Celio y fue criado en el puerto de Hostia, fue tan querido
de Faustina, su madre, quan aborrecido de Marco Aurelio, su padre. Y,
hablando con devido acatamiento, entrambos tenían razón, porque la madre
teníase por cierta madre del hijo y el hijo en las costumbres parecía mucho a la
madre, y el padre estava en dubda si era su hijo y el hijo parecía poco en las
virtudes al padre, etcétera.
Capítulo VIII
De un razonamiento que hizo Marco Emperador a los ayos que avían de criar
al prínçipe, su hijo, en el qual se ponen muy buenas doctrinas para los moços.
Passado todo lo sobredicho, el buen Emperador, por dar cuenta de lo que avía
hecho y proveer en lo que se avía de hazer, llamados aparte aquellos nueve
sabios, díxoles aquestas palabras:
Fama muy affamada es en Roma lo que yo he hecho en el Imperio: de poner
muy gran diligencia en descobrir todos los sabios, y en la curiosidad que he
mostrado de quedarme con los mejores. Si de verdad sois prudentes, de
ninguna cosa estaréis escandalizados. El enojo de las cosas malas viene de
cordura, mas la admiración de cosas buenas proçede de poco juizio o menos
experiencia. No se sufre en el sabio admiración, porque mostrar sobresalto en
cada cosa es pregonar no ser constante en ninguna.
Yo he hecho de vosotros estrecho examen, y la causa desto es que yo hallo que
por estrecho examen han de passar los que en estrechas amistades se han de
admittir. Las amistades muy frescas, a tres días empalagan. Siempre lo vi, y
aun en mí lo experimenté, que los amigos que fácilmente tomamos, fácilmente
los dexamos. Miento si no me acontesció con un anciano romano, al qual por
su merecimiento y canas yo llamava padre, y por el amor y doctrina me
llamava hijo, que preguntándome en un caso muchas cosas, y yo no le
queriendo descobrir ninguna, me dixo estas palabras: «Mira, hijo, en la ley
está de los amigos que el amigo todas las cosas fíe del amigo, con tal que
primero mire qué tal es el amigo.» Por cierto fue bueno el consejo y el que me
le dio muy bueno. Tenía razón aquel viejo.
El curioso cavallero, si quiere comprar un cavallo, primero le corre y toma a
prueva antes que hable en la venta: si no le contenta, aun a menos precio no le
toma; si le agrada, por gran precio no le dexa. Justo es que, pues se examina el
animal antes que entre en el establo, se examine el hombre antes que venga a
casa. Pues si el cavallo que no ha de comer sino paja y çevada por sola una
tacha es dexado, ¿quánto más el amigo que en el pesebre del coraçón se ha de
çevar de nuestros secretos y afficiones por muchas faltas que ay en él no ha de
ser admittido?Fue un philósopho llamado Arispo el primero en los tiempos de
Sylla y Mario, el qual dezía que los amigos avían de ser como los buenos
cavallos, conviene a saber: que tuviesen la cabeça pequeña, por humilde
conversación; el oýdo bivo, para quando los llamaren; la boca blanda, por la
lengua templada; la carona dura, para sufrir trabajos; las manos abiertas, para
hazernos bien; los suelos seguros, para perseverar en la amistad; el color vayo,
por la buena fama; y finalmente el cavallo rebuelto es el amigo manual. Y a lo
sobredicho añado esta palabra, y es que sea sin córcobos, conviene a saber:
que por allí vaya por donde mis hados bolvieren las riendas de mi fortuna.
Entiéndanme los dioses si los hombres no me alcançan.
Tornando, pues, al propósito, hágohos saber que por eso hos tomé por amigos
tarde, por no despediros temprano. De los çerezos que echan flores en febrero
no esperemos çerezas en mayo. Los amigos han de ser como los morales, que
en tal tiempo dan las moras que son su fruto, que ni temen heladas de mayo
como viñas, ni ventisqueros de octubre como membrillos. Quiero dezir que ni
vienen con los hados buenos ni se van con la fortuna mala. No es assí, por
cierto, de los ametalados amigos, que como la hez oxea a los borrachos de la
taverna, assí la adversidad despide a los fingidos amigos de casa. Y porque no
es accepto el servicio adonde no es cognoscida la voluntad con que se haze,
tened seguridad de mi contentamiento, pues yo le tengo de vuestras obras.
Veniendo ya al caso de nuestro particular colloquio, yo hos tomé para ayos
deste niño, y mirad que entre muchos señalé a vosotros pocos, porque entre
pocos se señale mi hijo uno. Sus amos en el puerto de Hostia le dieron dos
años de leche, y su madre Faustina le dio otros dos de regalo escusado. Yo,
como buen padre, quiero darle veinte de castigo. A Faustina le desplaze por
dexarle tan temprano; a mí me pesa por tomársele tan tarde. Y no es de
maravillar, porque las mugeres con la liviandad, y los niños con no saber,
occúpanse en sólo lo presente, mas los hombres cuerdos deven pensar en lo
pasado, ordenar lo presente y con mucha cautela proveer en lo futuro.
Acuérdome cada año del día que me le dieron los dioses; acordarme he cada
día de este día en que yo le doy a vosotros. Los dioses a mí y yo a vosotros le
damos mortal por ser hombre, pero vosotros a mí y yo a los dioses le
tornaremos immortal por ser sabio. ¿Qué más queréis que diga? Por cierto, los
dioses le hizieron hombre entre los hombres por el ánima; yo le engendré
bruto entre los brutos por la carne. Vosotros le haréis dios, si queréis, entre los
dioses por la fama. Pregúntohos una cosa: yo ¿qué le di a mi hijo sino carne
mortal con que aya fin su vida?; pero vosotros le daréis doctrina con que no
perezca su memoria. Si su tierna edad cognosciese la carne flaca que yo le di,
y su offuscado ingenio alcançase la sabiduría que vosotros le podéis dar,
llamaría a vosotros padres buenos y a mí padrasto malo. Y, sin que él lo diga,
yo lo confieso, y es que los padres naturales de la carne somos padrastos de la
nobleza, pues les dimos naturaleza subiecta a tantas mutabilidades y captiva a
tantas miserias. Por cierto vosotros le seréis iustíssimos padres si su carne
habituáredes desde agora a buenas costumbres y su juizio occupáredes con
altas sciencias.
Y no tengáis en poco lo que oy cometo a vuestro alvedrío. La cosa en que más
los príncipes han de mirar es ver a quién la criança de sus hijos han de
cometer. Ser ayos de príncipes en la tierra es tener un offiçio de los dioses que
está en el çielo, porque rigen al que nos ha de regir, doctrinan al que nos ha de
doctrinar, enseñan al que nos ha de enseñar, castigan al que nos ha de castigar,
y finalmente mandan a uno el qual uno después manda al mundo. ¿Qué más
queréis que diga? Por cierto el que tiene cargo de los príncipes es governalle
de nao, estandarte de exército, atalaya de pueblos, guía de caminos, guión de
reyes, thesorero de todos, porque se pone en manos de uno aquel por el qual
después se ha de regir el mundo. Pues más hos diré, porque en más lo tengáis:
que, dándohos a mi hijo, hos doy más que si hos diese un reyno. La limpia
vida del hijo bivo haze gloriosa la fama del padre muerto, pues de quien se fía
el hijo en la vida depende la fama del padre ya muerto.
Assí los dioses tengáis propicios y los hados muy venturosos, que si hasta aquí
velávades con hijos agenos, de aquí adelante hos desveléis con el príncipe, que
es para provecho de todos. Y mirad, amigos, que mucha differencia ay de criar
hijos de príncipes o enseñar moços de pueblos. Los más de los que vienen a
las achademias vienen a deprender hablar, pero mi hijo Cómmodo no hos le
doy para que le enseñéis a hablar muchas palabras, sino que le encaminéis a
hazer buenas obras. La gloria de los padres locos es ver vencer sus hijos a los
otros en disputas, y la mía será quando viere a mi hijo sobrepujar a los otros en
virtudes, porque la gloria de los griegos era parlar mucho y obrar poco, y la
gloria de los buenos romanos era obrar mucho y parlar poco.
Capítulo IX
De los viçios que han de apartar a los príncipes sus ayos, y cómo los buenos
padres han de criar a sus hijos.
Proseguiendo el Emperador Marco Aurelio su plática, añadió estas palabras a
lo sobredicho:
Mirad, amigos, bien, y no se hos olvide que oy se fía de vosotros la honra de
mí, que soy su padre; y el estado de Cómmodo, que es mi hijo; y la gloria de
Roma, que es mi naturaleza; y el assosiego del pueblo, que es mi súbdito; y la
governación de Italia, que es vuestra patria; y sobre todo la paz y tranquilidad
de nuestra república. Pues de quien se fía tal atalaya no es razón que se
duerma.
Veniendo, pues, a más particulares cosas, mirad que agora le destetan a mi
hijo, y él como potro nuevo querríase ir a iugar a los prados verdes: enojoso
hos será domarle y a él penoso de ser domado. Lo primero que hos ruego es
que le echéis áspero freno porque quede de buena boca, de manera que
ninguno le tome en mentira. La mayor falta en un bueno es ser corto en
verdades, y la mayor vileza en un vil es ser muy largo en las mentiras.
Poned mucho recabdo en mirarle las manos, porque no se desmande por los
tableros iugando con otros perdidos. El mayor indicio en el príncipe de perder
a sí y destruir el Imperio es quando el príncipe desde niño le cognoscen ser
vicioso en el iuego. El iuego es un viçio que al que muerde como perro
siempre le haze que ravie, cuya cruda ravia siempre hasta la muerte dura.
Mucho hos encomiendo que a este mi hijo, aunque sea niño, le hagáis ser
reposado. Por cierto no da tanta gloria al príncipe la corona en la cabeça, ni la
cadena en los hombros, ni el joyel en los pechos, ni el sceptro en las manos, ni
el enxambre de guardas que trae en torno consigo, como el asiento y reposo
que muestra desde mançebo.
La honestidad pública suple muchas y muchas y muchas flaquezas. No hos
descuidéis echarle buena cadena y tenerle bien atado porque no se vaya a las
yeguas. De príncipes effeminados jamás esperemos buenos hechos. Mucho me
satisfaze lo que el ayo de Nerón dezía a su ahijado: «Si supiese que los dioses
me avían de perdonar y los hombres no lo avían de saber, por la vileza de la
carne no pecaría en la carne.» Fueron, por cierto, buenas palabras, aunque de
Nero mal recebidas. No le afloxéis las riendas, aunque viendo las yeguas
relinche, porque tiempo le queda arto. Este vicio de la carne, en todo tiempo,
en toda edad, en todo estado tiene sazón, aunque no con razón. ¿Qué hos diré
en este caso, sino que passado el verde de la infancia, desbocados del freno de
la razón, heridos con las espuelas de la carne, tocada su trompeta la
sensualidad, desapoderados con furioso brío, arremetemos por las xaras y
riscos tras una yegua, que en dexarla va poco y en alcançarla menos? Y
después, a mejor librar, queda el cuerpo manco, el juizio enclavado, la razón
tropellada y la fama despeñada, y al fin la carne todavía se queda carne. ¿Qué
remedio para esto? Yo no hallo otro sino que al fuego muy rezio cárguenle de
tierra, y allí morirá, y al hombre vicioso métanle en la sepultura, que allí
acabará.
Muy mucho hos aviso no le deis lugar a este moço se haga inverecundo, y en
el castigo no tengáis respecto a que es niño tierno, ni hijo mío, ni de su madre
regalado, ni del Imperio Romano único heredero. Con los hijos estraños la
crueldad es tyrannía, mas con los hijos proprios la piedad presente les es
occasión de perderse en lo futuro.
Cómo hemos de criar los hijos nos enseñan los árboles. Por cierto, en los
castaños del herizo herizado sale la castaña muy blanda, y en los nogales entre
las hojas muy blandas se cría la nuez muy dura. Applicándolo a nuestro
propósito, no menos vemos de padre piadoso nascer hijo cruel y de padre cruel
nascer hijo piadoso.
Aquel docto entre los doctos y famoso entre los famosos Licurguio, Rey de los
lacedemonios, dando leyes en su reyno, acuérdome leer entre ellas estas
palabras: «Mandamos como reyes y rogamos como hombres que en los viejos
muy cansados se perdone todo, en los moços muy livianos se dissimule algo, a
los niños muy tiernos no se perdone nada.» Por cierto fueron buenas palabras,
y como de tal persona dichas. Y paréceme que tenía razón, porque el cavallo
que ha passado la carrera es menester que descanse, al moço que la passa es
iusto que le dexen, y al niño que la quiere passar es razón que le informen.
Hazedle siempre occupar en actos virtuosos, porque a los de su edad, si el
iuyzio se les offusca y el cuerpo les torpece, con gran difficultad entenderán en
cosa agena de su delectación, porque sobre la cabeça tienen la liviandad y so
los ojos la razón. Algunas recreaçiones hos pedirá su moçedad, las quales le
conçederéis con tal que sean raras, y primero por la razón medidas y después
de nobles exercicios tomadas.
Mirad que no vos doy a mi hijo para que le recreéis, sino para que le enseñéis.
La gallina, mientras tiene los huevos so las alas, no se desmanda por las
huertas, y aunque los huevos sean de otra, assí lo trabaja como si fuesen suyos.
Por eso oy en Roma de çien discípulos salen los noventa güeros, porque los
ayos, si gastan con ellos dos horas en doctrina, pierden con ellos otras veinte
en burlas. Y de aquí es que de la poca gravedad y retraymiento del maestro
nasce el mucho atrevimiento y poca vergüença en el disçípulo. Creedme,
amigos, que los ayos a los prínçipes y los maestros a los discípulos más con
buenos exemplos en un día que con muchas lectiones les aprovecha en año.
Viéndohos mi hijo retraídos, se retraerá; viéndohos estudiosos, estudiará;
viéndohos callados, callará; viéndohos templados, no comerá; viéndohos
vergonçosos, temerá; y viéndohos reposados, se reposará; y si lo contrario
hiziéredes, lo contrario hará. Esto por cierto es verdad, porque aun los
hombres ya ançianos sólo del mal que veen o se corrompen sus cuerpos, o se
escandalizan sus sentidos, ¡quánto más los niños que ni saben dezir sino lo que
oyen, ni hazer sino lo que veen!
Quiero también que mi hijo el príncipe deprenda las siete artes liberales. Ca
por eso hos tomé muchos, porque le enseñéis mucho. Y si al fin quedáremos
con lástima de no aver salido con todo, a lo menos no la ternemos de aver el
tiempo malgastado. Y no hos engañéis diziendo «Arto sabe en lo que sabe este
moço para regir el Imperio».
El philósopho verdadero (según la ley de Licurguio) ha de saber hablar en la
plaça y pelear en el campo. Y el emperador bueno ha de saber pelear en el
campo y hablar en el Senado. Si no me engaña mi memoria, entre mis
antigüedades traxe de Grecia una piedra, la qual tenía Pythágoras el
philósopho a las puertas de su achademia, en la qual en griego de su propria
mano están esculpidas estas palabras que dizen:
«El que no sabe lo que ha de saber es bruto entre los hombres.
El que sabe no más de lo que ha menester es hombre entre los brutos.
El que sabe todo lo que él puede saber es dios entre los hombres.»
¡O!, altas palabras y gloriosa la mano de quien fueron escriptas, las quales no
en las puertas como entonçes, sino en las entrañas se avían de pintar. La
postrera sentencia de este philósopho tomaron los primeros padres, y la
primera reprehensión cupo a nosotros, sus postreros hijos. Por cierto entre los
griegos y lacedemonios tanta fama alcançaron sus philósophos por las
conquistas que hizieron, como por las escripturas que nos dexaron. Y nuestros
primeros emperadores no menos amor alcançaron en su Imperio por la
profunda eloqüencia, que espanto pusieron en el mundo por sus venturosos
triumphos. Y que esto sea verdad, miren a Julio César, que en medio de sus
reales con la mano yzquierda tenía la lança y con la derecha tenía la pluma, y
nunca dexó las armas que no tomase luego los libros.
Y no pongamos escusa diziendo con los ignorantes que las artes son largas y el
tiempo que tenemos es breve. Por cierto la diligencia de los antiguos arguye la
pereza de los presentes. Una cosa veo: que en breve tiempo aprendemos todo
el mal y en largos tiempos no sabemos ningún bien. ¿Queréis ver quán
ahadados están nuestros hados, y en quánto descuido nos tienen los dioses, que
para hazer un solo bien nos falta tiempo y para hazer muchos males nos sobra?
No quiero más dezir sino que yo querría que de tal manera fuese criado mi
hijo, que de los dioses tomase el temor, de los philósophos la sciencia, de los
antiguos romanos las virtudes, de vosotros sus maestros el reposo, y de todos
los buenos lo bueno, como de mí ha de heredar el Imperio.
Yo protesto a los dioses immortales, con los quales tengo de ir, y protesto al
alto Capitolio, do mis polvos se han de quemar, que ni Roma me lo demande
siendo bivo, ni los siglos advenideros me maldigan después de muerto si por
su mala vida mi hijo perdiere la república, y por vuestro poco castigo fuéredes
occasión que se pierda el Imperio.
Capítulo X
Cómo Marco Emperador criava a las infantas sus hijas, y quánta diligençia
ponía en buscar graves matronas para enseñarlas.
Caso que Marco el Emperador hijos no tuvo más de dos (conviene a saber: a
Cómmodo, el príncipe, y a Veríssimo, el infante), las hijas fueron quatro, de
Faustina, su legítima muger y heredera del Imperio. Fue estremado este
Emperador en criar las hijas, porque, en nasciendo la infanta, luego la llevavan
a criar en alguna aldea fuera de Roma. Jamás dexó criar hijo ni hija dentro de
los muros de Roma, ni consintió que mamasen pechos de muger delicada.
Aborrescía mucho amas regaladas y amava labradoras rústicas y sanas, y a
éstas y no a aquéllas dava a criar sus infantas. Assimesmo, desde que nascía la
hija y la davan al ama, no consentía que tornasen a casa. Solía él dezir
burlando: «Más me fatiga contentar las amas que casar las hijas.»
Homero cuenta que en Grecia murió Arthemio, que era rey de los argivos, y
sin hijo heredero, y el ama que le avía criado pidió en todo su seso el reyno
para un su hijo que era hermano de leche del rey muerto, allegando que, pues
avían entrambos mamado una leche, entrambos heredassen un reyno. Esto
dezía Homero por reprehender a las amas grecianas, las quales tenían más
presumpción por criar los príncipes que no las reynas por parirlos.
Pues el noble Marco Emperador no sólo quería que sus hijas mamasen leche
gruesa, pero no consentía que les hiziesen aquellos acatamientos y servicios
que a hijos de tan altos príncipes suelen hazer; acontesçió que, estando
çenando un día el Emperador Marco, díxole un parásito por nombre Galindo
con quien él tomava plazer: «Señor, ayer vine de Salon, y del puerto de Hostia,
y vi a los hijos del Emperador andar como labradores, y veo aquí en tu casa a
los hijos de los labradores andar como emperadores. Dime: ¿qué es esto?; que
tú dissimúlaslo como sabio, pero yo no lo entiendo, que soy loco.» Respondió
el Emperador: «¡O, Galindo!, y aun por eso Roma ya no es Roma, aunque en
todo el mundo era nombrada por Roma. Yo hallo para mí más seguro que mis
hijos comiençen como labradores pobres y acaben como emperadores ricos,
que no que comiençen como emperadores ricos y después acaben como
escuderos pobres. ¿No sabes por qué está perdida oy Italia? Quieren criar sus
hijos en mucho regalo y que bivan en mucho trabajo y que dexen a sus
herederos en mucha pobreza y ellos acaben en mucho peligro.» Fue esta
respuesta tan affamada, que quedó por proverbio en Roma.
Passados dos años desde su nasçimiento, luego a las infantas destetavan y de
ayas las proveýan. Dize Sexto Cheronense que buscavan las matronas romanas
que fuesen en años ancianas, en vida muy limpias, en fama estimadas, en
sangre generosas, en seso reposadas, en la vida retraídas, y en criar hijos de
altos señores exercitadas. Fue tan mirado este buen Emperador en dar sus hijas
a doctrinar, que jamás fió hija de matrona que no tuviese a lo menos cinqüenta
años de edad, y diez de biudez, y cien hijas criadas de senadores; imaginando
que la que avía acertado en tantas agenas no erraría en las suyas proprias.
Proveídas, pues, las ayas, traýan las infantas del lugar donde eran criadas y
entregávanlas a las ayas en sus casas proprias.
Desde el día que nascía la infanta hasta el día que le davan marido, jamás
ninguna dellas consentió entrar en palacio. Acaso acaesció que Faustina, la
Emperatriz, parió una infanta; y como le dixessen todos que le parecía mucho
en ser muy hermosa, movida con el coraçón blando de muger y con el amor
visçeral de madre, rogó al emperador le dexase criar aquella niña en su
presencia, pues le dezían todos que le parecía y era hermosa. Respondióle
estas palabras:
Mira, Faustina, por lo que otros te han dicho y tú has visto, te abalançaste a
esto me pedir. Pues yo, por lo que en este caso he leído y en otros he visto
llorar, en ninguna manera lo tengo de conçeder. ¿Y tú no sabes que el día que
se criare la hija en casa ha de cargar en el padre cuidado, en la madre regalo,
en los hermanos imbidia, en la hija soltura y en su ama locura? Pregúntote: si
se crían en casa, ¿qué aprovecha que su aya le enseñe honestidad con palabras
y nosotros la combidemos a liviandades con nuestras obras? ¿Qué aprovecha
que, mereçiendo castigo la hija, le dé regalo su madre? Más razón terná tu hija
de imitar las obras de ti, que eres su madre, que no las palabras de la matrona
estranjera que es su aya.
Mira, Faustina, si lo has por gozar de sus niñerías, acuérdate que los plazeres
de los niños al fin son de niños y de burla; mas si bien no los criares, quando
fueren grandes, como los plazeres fueron de burla, los enojos serán de veras.
Pues si eres cuerda, perdona las burlas de agora por las veras de entonces.
Quiérote dezir una cosa, y es que yo más quiero que mis hijas en mi absencia
sean discípulas de virtudes que en mi presencia sean maestras de liviandades.
Y pues que assí es, pídote que no lo pidas, quiero que no lo quieras,
importúnote que no me importunes, ruégote que no lo ruegues, y si no,
mándote que no lo mandes.
Oída la áspera respuesta del padre, çessó la importuna (aunque piadosa)
petición de la madre. Y quedó tan atemorizada Faustina que, estando el padre
dentro de los muros de Roma, no osava ir a ver sus hijas si no era ascondida.
Capítulo XI
Cómo Marco el Emperador elegía los yernos que avían de casar con las
infantas sus hijas, y cómo los buscava no ricos, sino virtuosos.
Caso que Marco Aurelio Emperador en las virtudes naturales sobrepujase a
todos los mortales que mueren, por cierto en casar a sus hijas pareció tener
parentesco con los dioses que siempre biven. Agora por él lo merescer, agora
por los dioses de su voluntad se lo dar, fue tan dichoso en yernos cuerdos,
quanto no muy fortunado en hijas honestas. Muerto el buen viejo, el descuido
grande del príncipe su hijo en el regir y la no muy buena fama de las hijas en
el bivir huvieran dado fin a la gloriosa memoria del padre si no fuera por la
sobrada bondad de los yernos que él en su vida eligera. Cada día acontece lo
que se pierde por malos hijos ganarse por virtuosos yernos.
Pues esto considerando Marco Aurelio el Emperador, los maridos para sus
hijas no los tomava de los muchos que la vanidad del mundo le offrecía, sino
de los pocos que por muy buenos se señalavan. Y como en los casamientos
todo el error esté en cobdiciar la hazienda que está en la bolsa y no examinar
la persona que ha de traer a su casa, mirándolo como sabio, casava sus hijas no
con reyes estranjeros, sino con senadores naturales; no con los que descendían
de altos romanos (como eran Scipiones, Fabricios y Torquatos), sino con los
que con sus virtudes alcançavan buenos linajes. No las casava con los que
presumían de proezas hechas por sus pasados, sino con los que resplandecían
con hazañas de sus personas proprias. No los escogía por cierto muy ricos,
sino muy virtuosos; no bulliçiosos, sino asosegados; no resabidos, sino
modestos; no entremetidos, sino vergonçosos; no habladores, sino callados; no
sobresalidos, sino suffridos; no presumptuosos, sino humildes; no furibundos,
sino pacientes; no con los más estimados entre los communes, sino con los de
mayor merescimiento entre los sabios. En este caso de ninguno se fiava,
porque no casava sus hijas con los que otros le loavan de lexos, sino con los
que él en largo tiempo examinava de çerca.
Por cierto él tenía razón, porque las cosas que tocan al hombre en la honra no
las deve el sabio confiar sólo por la información agena. No es sabio el que se
atreve a hazer todas las cosas por su parecer sólo, y respectos tiene de simple
el que las comete todas al parecer ageno. Y caso que el Emperador tuviese en
el mirar buen semblante, y en el andar buen reposo, y en el hablar gran
eloqüencia, y en el comer buena templança, y en las respuestas gran cautela, y
en las sentencias y determinaciones era grave; pero en caso de casamiento era
gravíssimo hasta se determinar, y esto mayormente acontescía, no quando él a
otros, sino quando otros a él venían a rogar.
Pues acaesció que, en unas fiestas del dios Jano, andando el Emperador en el
Campo Marçio en un cavallo rixoso escaramuçando, yendo desapoderado el
cavallo, tropelló en un panthomimo que andava cavallero en un búbalo; y,
cayendo todos, el truhán murió, el búbalo rebentó, el cavallo se mancó y el
Emperador en un pie quedó herido y de un braço desconçertado. Cresció tanto
el mal, que a él puso en peligro, y a Italia en tristeza, y a toda Roma en
sospecha de su vida. Y como pocos días antes se huviese començado a hablar
un casamiento para la infanta Macrina, su hija terçera, diéronle priesa al
Emperador se determinase aquel día.
Y él por los dolores del braço, y la sangre que estava quajada en el cuerpo, y
las ansias del coraçón que por aquella demanda se le avían offrecido, dilató la
respuesta para otro día, el qual venido y puestos todos en su presencia, dixo
estas palabras.
Capítulo XII
De lo que dixo Marco Aurelio Emperador a unos cavalleros romanos, padres
de un mançebo, al qual querían casar con una de las infantas.
Muchas vezes lo he visto en otros y experimentado en mí, que la poca
consideraçión y la mucha açeleración en los negoçios presentes pone grandes
inconvinientes en los por venir. Puesto se permitta en la cordura de algún
cuerdo algunas cosas fiarse por solo su pareçer; mas en caso de casamiento,
aunque el padre sea sabio, sin parecer ageno no se deve determinar de ligero,
porque la fortuna imbidiosa, puesto que en todas las cosas muestre siniestros,
en este caso da más reveses que en todos los otros. Al que hablan casamiento
deve entrar a somorgujo y pensar tan profundamente en ello, como en cosa
que le va la hazienda, el crédito, la vida, la honra, la fama y el descanso de su
propria persona y carne que es su hija.
Yo tengo por opinión que todos los sabios, hundidos en un crisol, no darán un
buen consejo para un casamiento, ¿y queréis que le dé yo solo y de súbito,
siendo simple? Por cierto, allí es menester el maduro consejo, adonde, después
de caído en el peligro, sin otro mayor peligro no puede aver remedio. Aquel
famoso Marco Porcio, el qual su vida fue espejo para aquella edad, y sus
dichos y consejos quedaron por dechado en todos los siglos, entre otras cosas
dignas de eterna memoria, dixo orando en el Senado:
«¡O, Padres Conscriptos!, ¡o, Pueblo venturoso!, por los edictos que han
sonado en las plaças he cognoscido que de un solo senado o consulta avéis
determinado tres cosas, y son éstas: emprender nueva guerra con los parthos,
continuar las enemistades con los pennos y casar çinco matronas romanas con
çinco cavalleros mauritanos. Y espántome: por cierto, no se suffre entre sabios
cosas tan arduas por tan repentino parescer ser concluidas. Por satisfazer a mi
juizio y por lo que devo a mi patria, diré una palabra, y es que començar
guerras, proseguir enemistades y concluir casamientos, para estas tres cosas
todas los hombres lo avían de aconsejar, y todos los dioses lo avían de mandar,
y diez mill consultas sobre cada cosa déstas se avían de tener.»
Fueron palabras de tal varón, porque una cosa por muchos pareceres
permíttese determinar, mas muchas cosas por un solo parecer no se deven
concluir. Y si esto es para todas las cosas, mucho más sirve en los
casamientos. Dezís, amigos, el que me offreçéis por yerno ser muy querido y
affamado en el pueblo. Para vender esta mercadería no le pongáis tan mala
muestra. El crédito del bueno no está entre los plebeyos, sino entre los
philósophos; no entre muchos, sino entre pocos; no entre quántos, sino quáles.
¿Y agora sabéis que todo lo que el vulgo piensa es vano, lo que loa es falso, lo
que condena bueno, lo que aprueva malo, lo que alaba infame, y finalmente lo
que haze es toda locura? Sus alabanças comiençan con liviandad, prosíguense
sin tino y acábanse con furia. ¡O!, a quántos he visto yo en Italia ser como
hezes de vino desechados del Senado, y después puestos como pendón de
taverna en Roma, por cuyo parecer se governava la república. Con mucha
liviandad el pueblo abate a los hombres y después no con menor liviandad los
ensalça. Mirad qué tal es el pueblo, que las obras de los sabios tiene por burlas
y lo muy acordado entre los communes estiman por vano los sabios. De
manera que la harina de los philósophos comen por salvados los simples, y por
contrario la harina de los simples es salvado entre los sabios. De lo que
nuestros passados huyeron, en pos dello todos los vanos oy corren, porque
quieren ser queridos y aborreçen ser aborrecidos. Pues los tales tengan esta
regla general: que todo hombre que desea ser amado de todos en público no
puede escapar de tener muchas culpas en secreto.
¿Queréis saber quién es el que es oy amado del pueblo? Pues oýd, que yo lo
diré, toque a quien tocare, yera a quien hiriere, siéntase quien se sintiere. El
pueblo ama al que dissimula con los malos y es émulo de los buenos,
favoresce las mentiras y desaze las verdades, acompáñase de homicianos y
sírvese de ladrones, favoresce los sediciosos y persigue los paçíficos, libra los
culpados y mata los innocentes, da fama a los infames y disfama a los
famosos, y finalmente aquél es el más querido que sacude de sí los buenos y es
más vano entre los vanos. Por cierto gran sospecha ha de poner entre los
sabios el que comúnmente es alabado de todos los locos, y la razón desto es
que, como el común no ame sino al hombre que con malicia enfrena las
virtudes y afloxa las riendas a los viçios, el que de todos los communes es
querido tenemos dél sospecha que a ninguno por malo que sea es molesto.
¡O, quántas vezes permitten los iustos dioses que el hombre ambiçioso las
honras que procuró en muchos días a siniustiçia, quando no catare, de súbito
todas iunctas las pierda con una infamia! Pues tomad de mí esta palabra, que
en la muchedumbre ay poco que loar y mucho que reprehender.
Capítulo XIII
En el qual Marco Emperador amonesta a los padres que tienen hijos examinen
mucho al yerno o a la nuera antes que los traigan a casa.
Veniendo, pues, a más particulares cosas, vosotros me avéis loado a este
mançebo, y si tales son sus obras como vuestras palabras, no digo yo que sólo
meresce ser mi yerno, pero meresce ser único heredero en el Imperio. Pero
pregúntohos: ¿de qué me podéis loar a este vuestro pariente que no aya
contrariedad entre vuestras palabras y sus obras? Si es rústico, será muy
abatido; si es de alta sangre, será presumptuoso; si es rico, será vicioso; si es
pobre, será cobdicioso; si es esforçado, será atrevido; si es covarde, será
infame; si es muy callado, será neçio; si es muy hablado, será mentiroso; si es
hermoso, será deseado; si es feo, será zeloso. Pues si destas cosas él está libre,
yo hos iuro de darle la infanta Macrina, mi hija, de balde.
Esto digo, no porque creo en vuestro pariente aya algún mal, sino porque
penséis que, según naturaleza, le puede aver. Y pues yo no contradigo vuestro
crédito por el cognosçimiento que tenéis dél, vosotros no reprehendáis mi
sospecha, pues de la vida deste moço de todo en todo yo tengo ignorançia. Y
no quiero tampoco que penséis la infanta mi hija, pues ha sido criada con tanta
cordura en mi palacio, la tengo de casar por sola la fama que ay dese mançebo
en el pueblo.
¡O, quántos hemos visto en nuestro siglo y hemos leído de los siglos passados,
los quales agora por los dioses lo mandar, agora por sus obras malas lo
merescer, agora por sus tristes hados lo permittir, pensando llevar a su casa
yernos, llevaron infiernos; y en lugar de nueras cobraron culebras; y buscando
hijos hallaron basiliscos; y comprando sangre, diéronles podre; y buscando
amigos, hallaron enemigos; y pidiendo honra, diéronles infamia; y finalmente,
casados sus hijos, pensando ya tener buena vida, los tristes padres huvieron
mala vida y peor muerte. Y por cierto, caso que a los tales se les deva la
compassión que los alegres suelen tener de los tristes, pero también hemos de
approbar el iusto castigo de los iustos dioses por las iniustas obras hecho a los
iniustos hombres. Porque aquél meresce muy largo castigo el qual con
temeraria osadía como loco en cosas muy arduas se determinó con súbito
consejo.
Y mirad, amigos, que si sois cuerdos, no hos espantaréis de lo que digo, ni hos
escandalizaréis del examen que hago. A este mançebo yo le tengo de tomar
por hijo, Faustina mi muger por yerno, Macrina mi hija por marido, Cómmodo
el príncipe por hermano, todos los del Senado por compañero, mis deudos por
pariente y mis criados por señor. Razón es nos dexéis mirar muy bien esta
ropa, pues tantas personas se han de vestir con ella. La vestidura que a muchos
á de cobrir, a contentamiento de todos se ha de cortar. Muchas cosas vemos en
lo natural sernos muy noçivas de cerca, y ninguna cosa dellas sernos dañosa de
lexos. El sol con sus rayos refulgentes a sus vezinos los de Ethiopía quema las
carnes porque los tiene açerca, y por contrario a los que están en fin de Europa
no empeçe sus personas, porque los tiene lexos. Muchos hijos tuvo Roma de
los quales, teniéndolos en tierras estrañas, se le siguió gran provecho en su
república y no menor fama en todo el mundo, y después traídos a su casa
derramaron tanta sangre de innocentes, como avían antes derramado de
bárbaros. Y que esto sea verdad, pregúntenlo a Julio y a Pompeyo, a Sylla y a
Mario, a Bruto y a Casio, a Catilina y a Lípullo, a Octavio y a Marco Antonio,
a Calígula y a Nero, a Otho y a Domiciano, y como digo destos pocos hijos
espurios que tuvo Roma, podría dezir de otros infinitos tyrannos que crió
Italia.
Creedme una cosa, que no todos los que nos agradan en la plaça nos agradarán
si los metemos en casa, porque mucho va tractar al hombre en palabras a
conversarle largo tiempo en obras. Poco ha menester la ignorançia humana
para engañar a otros, y muy menos para ser ella engañada de qualquiera. Con
una serenidad en el rostro, dulçes palabras en la lengua, buen reposo en la
persona, mucha templança en la plática, puede quien quiera engañar a otro oy,
y él con lo mesmo ser engañado mañana. No estaré sin dezirhos que siendo
mançebo cognoscí al famoso orador Taurino muchas vezes orar en el Senado,
y acontesció que una vez él orava por una matrona romana, a la qual
mandavan casar una hija suya asaz honesta con un maestro de cavalleros, y al
parescer era romano no muy conçertado, y entre otras dixo estas palabras:
¡O, Padres Conscriptos!, ¡o, Pueblo venturoso!, parad mientes no mandéis lo
que después no querríades aver mandado. El mal casamiento es como al que
tiran con un terrón, que al que açiertan lastiman, a los propinquos ciega y al
cabo él mesmo se desmorona.
Fueron por cierto altas palabras, y la comparación bien entendida ençierra en
sí graves sentencias. Manifiesto es a todos que el mal yerno no es sino muerte
para la muger que le cobra, es infamia de los parientes que le procuraron, y al
fin es mal fin para sí y para sus padres que le offreçieron. Pues por estas cosas
todas que he dicho podréis entender qué es lo que en este casamiento siento.
Acabado este razonamiento, el Senado, que aý estava, quedó muy edificado, y
los cavalleros parientes del moço muy espantados, y Faustina la Emperatriz
asaz confusa, porque por induzimiento della se avía movido esta plática. En
qué paró este casamiento no lo ponen los historiadores a los quales en esta
obra seguimos.
Capítulo XIV
Cómo Marco Emperador era amigo de nobles exerçiçios y enemigo de
truhanes, y de un ruido que huvo en Roma por ellos.
Caso que a este buen Emperador el saber de las sciencias, el esfuerço en las
armas, la pureza en la vida le hiziesen nombrado entre los nombrados de
Roma, pero la dulce conversaçión que tenía con todos le hizo famoso entre los
famosos de todo el mundo. La cosa más grata y sin ningún resabio de çoçobra
entre grandes, medianos y pequeños es el que es señor o príncipe de muchos
se dexe communicar y conversar de todos. Todas las buenas obras de los
buenos pueden ser condemnadas de las malas intenciones de los malos, pero la
buena condiçión tiene tal privilegio, que en el malo la loa el bueno y en el
bueno la aprueva el malo.
No ay en un hombre tan gran culpa en su vida, que con la buena conversaçión
no se encubra, y por el contrario no ay crimen tan secreto, que con la mala
conversación al tiempo que más lastime no sea revelado. De dos estremos, no
es tan grave a la república el hombre flaco en lo secreto y de dulçe
conversaçión en lo público, como es el que es virtuoso en lo secreto y versuto
o de mala jazija en lo público. Muchos no de buena pollicía hemos visto largos
tiempos conservarse en Roma sólo por ser bien condiçionados, y muchos más
hemos visto que aunque eran rectos en sus officios en breve tiempo por ser
austeros en sus condiciones fueron dellos privados.
Esto dezimos porque este buen Emperador era tan alegre en su cara, tan
amigable en sus costumbres, tan amoroso en su conversaçión, que fácilmente
hechava los braços en los hombros y tomava de las manos a los negociantes.
Sus porteros no podían impedir a los que le querían conversar en palacio, ni su
guarda era osada apartar a los que querían hablarle en el campo. En todas las
edades dio lo que cada edad a la naturaleza demanda: fue niño con los niños,
moço con los moços, mundano con los mundanos, travieso con los traviesos,
varón con los varones, atrevido con los atrevidos, y al fin viejo con los viejos.
Solía él dezir quando, en su presencia, motejandose algunos no bien
disciplinados, en la lengua afeavan la flaqueza de los viejos siendo moços y
las moçedades de los moços siendo viejos:
«Dexadlos, pues hos dexan, que muchas vezes de moços cuerdos paran en
viejos locos, y de moços locos suelen salir viejos cuerdos. Todas las cosas al
fin naturaleza las hizo naturales, y como de mucha flaqueza no podamos sacar
sino pocas fuerças, poder podremos a nuestra naturaleza por algún tiempo
resistirla, pero no del todo enseñorearla. Yo estoy espantado de muchos que se
iactan ser tan heroicos en las virtudes y tan altos en los pensamientos, que nos
quieren hazer encreyente que, biviendo en la carne y siendo de carne, ellos
solos no sienten la carne. No sé si naturaleza hizo a los otros de otro natural
que a mí o a mí de otro natural que a los otros, porque jamás me hallé
ençerrado en la dulce conversación de la Philosophía, que al mejor tiempo no
llamase a la puerta la carne malvada. Tanto quanto nos sube y sublima la
sciencia con sus libertades, tanto y más nos abate la carne con sus miserias.
Creedme una cosa:
que del árbol que no se le pasa la primavera en flores, no esperemos en la
otoñada frutas maduras, y del moço que no passó sus moçedades con moços,
no esperemos que passará su vejez con viejos; y como nuestro natural
podamos recutir y no del todo anihilar, yerran los padres estremados que
quieren sus hijos comiençen como viejos, de lo qual después se sigue acabar
como moços.»
Era, pues, el buen Emperador tan reçíproco en todas las cosas, que en las
burlas era muy de burlas y en las veras muy de veras. Fue este Emperador muy
templado en sus passatiempos, fue amigo de música, especial de buenas bozes
e instrumentos: desplazíale esperar el concierto della. Quando fue moço, lo
más del tiempo passó en deprender las sciencias; siendo ya más varón, se
occupó en la militar disciplina. Fue amigo de montería y no de cetrería. Fue
muy diestro y venturoso en las armas, aunque en correr cavallos algo
desdichado. Deleitávase en iugar a pelota en la moçedad y de iugar al axedrez
en la vejez.
No fue amigo de los pantomimos, que son los maestros de farsas, y menos de
truhanes. Estos pantomimos y truhanes passaron gran variedad en el Imperio,
según la diversidad de los emperadores: Iulio César los sustentó, y Octavio su
sobrino los despidió; Calígula los tornó y Nero el cruel los desterró; Nerva los
tornó a Roma y el buen Trajano los desterró de toda Italia; Antonino Pío los
tornó a admittir y por mano deste buen Emperador huvieron de fenescer.
Fue la occasión ésta: celebrando los romanos con gran tripudio, a quatro días
de mayo, la famosa fiesta de la madre Berecinta, madre de todos los dioses,
los flámines diales querían llevar a su templo a estos juglares para regozijar la
fiesta, y por contrario los flámines vestales querían lo mesmo. Pues los unos
poniendo fuerça y los otros resistencia, y acudiendo muchos a favorescer y no
menos a despartir, fue tan crudo el ruido y tan grande la matança, que las
fiestas en lutos, los plazeres en tristezas y los cantos en lloros se tornaron.
El buen Emperador trabajó de apaziguar aquella popular furia y poner en paz
todos los barrios de Roma, lo qual todo hecho mandó con curiosa diligencia
buscar todos los pantomimos y truhanes de Roma y de todo el circuito de
Italia, y porque a ellos fuese castigo, y Roma quedase libre, y a todo el mundo
exemplo, mandó llevarlos al puerto de Hostia y ponerlos en unas galeras y
desterrarlos para siempre a la isla de Pontho, lo qual assí fue complido como
el Emperador lo avía mandado, y desde aquel día jamás pantomimo ni truhán
hasta que murió el Emperador paresció en Roma. El qual muerto, no passaron
dos años que en tiempo de Cómmodo, su hijo, luego no fueron tornados, y si
las historias no nos engañan, avía en Roma más locos que cuerdos.
Capítulo XV
De la buena conversaçión que Marco Aurelio Emperador tenía con todos los
que tractava, y cómo era grato a sus amigos y suffrido con sus enemigos.
Dicho avemos de la enemistad que tenía Marco el Emperador con los truhanes
y chocarreros, y de sus loables exercicios. Diremos agora qué le acontesçió
por ser bien acondicionado. Es tanta la malicia humana, que, como los buenos
tienen obligación de minar el mal, no menos los malos tienen osadía para
contraminar y derrocar el bien. Y oxalá, y oxalá fuese tanta la liga y esfuerço
de los buenos en las cosas buenas como es la hermandad y desvergüença de
los malos en las cosas malas. ¿Qué mayor corrupción de siglo puede ser que
un virtuoso para una obra de virtud no halla quien se la ayude a obrar, y
después que la obra vienen diez mill a se la contradezir? El supremo bien de
los buenos es quando las tyrannías son repremidas de las virtudes adquisitas, o
quando los viçios muy usados se remedian con las buenas inclinaciones; y el
summo mal de los malos es quando, olvidados de ser hombres y acoçeada la
razón, a la virtud van a la mano y afloxan las riendas al vicio.
Pues Marco Aurelio el Emperador, si tuvo en su vida gran gloria por sacudirse
de las vilezas de los viles, no menos mereçe immortal memoria por aver
suffrido muchos denuestos en la execuçión de sus virtudes. Infallible regla es
entre los hijos de vanidad los viçios aviçiados parir defensores y las virtudes
asenderadas criar muchos émulos. Siempre los malos son dobladamente
malos, porque traen armas defensivas para defender los males proprios y
offensivas para offender los bienes agenos. Por cierto, si los hombres buenos
son sollícitos a buscar a otros buenos, no menos deven andar recatados en
asconderse de los malos; porque un bueno con un solo dedo enseñoreará a
todos los virtuosos, y para guardarse de solo un malo ha menester pies, manos
y amigos. Y como sea triste hado de buenos su fama propria depender de
paresceres agenos, como este noble Emperador fue ubérrimo en las virtudes,
dulce en las palabras, modesto en los exercicios, communicable con todos,
grave entre los graves, severo entre los severos, alegre con los alegres y muy
sabio entre los sabios (como conviene al curioso príncipe), quanto estas cosas
en ley de buenos se aprobavan por los de claros juizios, tanto eran
condemnadas por los de las malas intenciones. Pues como las prunas ignitas
no pueden estar en la fragua sin çentellar, ni lo corrupto en los esterquilinos
sin heder, ansí el que es de coraçón sano prorompe en palabras de amor, y el
que tiene las entrañas dañadas sobresale en palabras de malicia. Por cierto,
poco tiempo el amor del enamorado se puede abstener y mucho menos tiempo
la passión del apassionado se puede absconder, al coraçón lastimado pregonan
los sospiros muy lastimosos y a las entrañas dañadas las descubren palabras
muy maliciosas.
Esto todo hemos dicho porque la bondad de Marco el Emperador en los
buenos ponía alegría y en los malos tristeza. Y como en semejantes cosas
muestren su cordura los cuerdos y su sabiduría los sabios, siendo virtuoso en
el obrar y sabio en el cognoscer, era muy prudente en el dissimular. Una de las
virtudes que ha de tener el sabio, en la qual se cognosce que es sabio, es que
sea bien suffrido, porque hombre bien suffrido jamás fue sino bien librado.
Con el suffrimiento y cordura de negocios malos se hazen razonables, y de
razonables buenos, y de buenos muy buenos; y por el contrario, hombre que
no es bien suffrido, aun en las cosas muy iustas no espere ser bien tractado.
Caso que Marco el Emperador en todas las virtudes igualó con todos los
emperadores de Roma que avían passado, pero en esta virtud de ser suffrido
sobrepujó a todos los del mundo. Muchas vezes solía él dezir: «Yo no alcançé
el Imperio por la Philosophía que deprendí con los sabios, sino por la
paciencia que tuve entre los necios.» Y parece esto ser verdad, ca como
muchas vezes se hallase el Emperador con el Senado en el Colliseo, o el
Senado con él en el alto Capitolio, y viese en su presencia muchos que le
amavan y otros muchos que en su absençia con el pueblo le rebolvían, era
tanta su templança, y mostrávase tan neutral con los unos y con los otros, que
ni los amigos por el desagradescimiento quedavan tristes, ni los enemigos por
algún disfavor se partían quexosos.
Capítulo XVI
De la fiesta que çelebravan los romanos en Roma al dios Jano, y de un gran
hecho de clemençia que hizo Marco Aurelio Emperador en ella.
Entre las fiestas celebérrimas que los antiguos romanos inventaron, fue una la
del dios Jano. Ésta se celebrava el primero día del año, que es agora el mes de
henero. Pintávanle con dos caras, por demostrar que era fin del año passado y
prinçipio del presente. A este dios estava dedicado un templo sumptuossísimo
en Roma, al qual puso por nombre Numma Pompilio templo de la paz. Era
tenido (fuera del templo del dios Iúpiter) en más reverencia que todos: quando
los emperadores romanos ivan o venían a Roma, visitado el alto Capitolio y
las vírgines vestales, luego ivan a orar y a offrescer al templo de Jano.
Aquel día que se çelebrava su fiesta holgava toda Roma; vestíanse todos las
mejores ropas; ençendían luminarias en todas las casas; hazían muchas farsas
los pantomimos y muchos iuegos los iuglares; velavan toda la noche en los
templos; soltavan todos los presos que estavan presos por deudas y del erario
público eran pagadas; tenían mesas de comer a las puertas puestas con gran
abundançia de manjares, de tal manera que avía de valer más lo que sobrase
que lo que se comiese; pesquisavan por toda Roma por los pobres para que
aquel día fuesen muy bien proveídos. Pensavan los romanos que si aquel día
gastasen en abundancia, el dios Iano, que era dios de los tiempos, los sacaría
de toda penuria. Dezían los romanos que el dios Iano era dios agradescido,
porque si gastavan por él poco, él les dava mucho.
Hazían grandes proçessiones en su fiesta cada manera de gente por sí: el
Senado yva por sí; los flámines por sí; los çensores por sí; los plebeyos por sí;
las matronas y donzellas por sí; las vírgines vestales por sí; y los embaxadores
yvan en processión acompañados de todos los captivos. No andavan iunctas
estas processiones, sino de dos en dos, y el fin de unas era principio de otras.
Salían del templo de Iano y davan una buelta por todos los templos de Roma,
y por la puerta Latina salían al campo y davan una buelta a los muros de
Roma; y porque era grande el çircuito que tenía Roma, no andava más cada
processión de lo que avía de una puerta a otra, de tal manera que, quando la
noche venía de todas las processiones, andando cada una su pedaço, toda
Roma quedava andada. Lo qual hecho, tornávanse todos al templo donde
salieron y allí cada uno offrescía como podía. Pues en estas processiones era
costumbre que los emperadores solamente acompañasen a los senadores, mas
este buen Emperador era tan comedido, que como le amavan todos, quería
honrar y acompañar a todos.
Era costumbre en Roma que en aquel día el Emperador se vestiese la toga o
insignia imperial, y todos los captivos que la podían tocar con la mano eran
libres, y todos los malhechores eran perdonados, y todos los desterrados eran
absueltos. Pues el Emperador, por usar de su clemencia y dexar de sí perpetua
memoria, dexada la processión de los senadores, metióse sin guarda ninguna
en la processión de los captivos, la qual cosa fue occasión que él dexase de sí
immortal memoria, y a los príncipes advenideros gran exemplo de clemencia.
Y porque no ay cosa buena hecha por algún bueno que luego no sea
contrariada de otro malo, fue aquel hecho tan retraído de los malos, quanto
alabado de los buenos. Y como entre los buenos siempre se señala uno por
muy bueno, ansí entre los malos se señala uno por muy malo; y, lo peor de
todo, que no tiene tanta gloria el virtuoso de la virtud, quanta desvergüença
tiene el maliçioso de su maldad. Esto se dize porque en el Senado avía un
senador por nombre Fulvio, el qual era tan obscuro por sus malicias quan
blanco con sus canas. Éste anhelava en los tiempos de Hadriano a ser
Emperador y siempre tuvo a Marco Aurelio por competidor. Y como sea
natural a los que tienen dañadas las entrañas en pequeñas cosas mostrar sus
malicias, nunca hizo el Emperador cosa buena en público, que no fuese dél
murmurada en secreto. Señaladamente, como este hecho de libertar los
captivos fue tan affamado, no tuvo prudencia aquel senador para suffrirlo.
Medio en burla, medio de veras, en presençia del Senado díxole estas palabras
al Emperador: «Señor, ¿por qué te das a todos?»
Capítulo XVII
Que los prínçipes no deven ser exquivos en su conversación, y de lo que
Marco Emperador dixo a un senador en este caso.
Oýdo por Marco Aurelio Emperador lo que en presencia de todos el
sobredicho senador le avía dicho (conviene a saber: por qué se dava a todos),
respondióle:
Amigo, yo me doy a todos porque todos se den a mí. Créeme que la mucha
austeridad en el príncipe le causa desamor en el pueblo. Ni lo quieren los
dioses, ni lo permitten las leyes, ni lo suffre de grado la república, que los
príncipes sean señores de muchos y no se communiquen sino con pocos. En
los libros lo he leído y en mí lo he experimentado: que el amor de los súbditos,
la seguridad del príncipe, la autoridad del Imperio y la honra del Senado la
conservan los príncipes no con estrema esquividad, sino con agradable
conversación. El pescador no se va con un çevo solo a pescar diversos pesces
del río, ni el marinero con una red sola entra en las mares. Quiero dezir que las
voluntades profundas de los profundos coraçones, a unos con dones, a otros
con palabras, a éstos con promesas, aquéllos con sabores se las hemos de
ganar. Los rabiosos cobdiciosos no se contentan que les abran las entrañas y
les çierren los thesoros; y los que sirven con amor menos se contentan abrirles
los thesoros y çerrarles las entrañas. Antiguo proverbio fue de Pythágoras
amor pagarse con otro amor.
¡O, quán mal fortunado es el príncipe y quánto no de buenos hados la
república en la qual el pueblo no sirve al señor sino por las merçedes y el
señor no los tiene ni ampara sino por los servicios! De muchas piedras y de
una clave se fabrica el edificio, y de varias gentes y un señor se compone la
república; y, si Geometría no me engaña, la cal que iuncta piedra con piedra es
mezclada con arena, mas la que çierra las piedras con la clave es cal viva; y
con razón, porque apartándose las piedras, ábrese la pared, mas cayéndose la
clave, pereçe el edificio. El que fuere sabio ya me avrá entendido. El amor
entre vezino y vezino súffrese ser aguado, mas el del príncipe con su pueblo
requiere que sea puro.
Muchas passiones entre muchos y por muchos tiempos en los barrios de Roma
vi ser atajadas en un día, y sola una que se levanta entre el Señor y su repúbica
hasta la muerte no es concluida. Diffícil es conçertar muchos con muchos, y
más diffícil concordar uno con uno; pero sin comparaçión es más conçertar a
muchos con uno y a uno con muchos. Y en este caso ni quiero salvar a los
príncipes, ni dexar de condemnar al pueblo. ¿De dónde pensáis que viene oy
los señores con enojo mandar cosas iniustas y los súbditos no les obedesçer en
cosas iustas?
Pues oýd, que yo hos lo diré. El príncipe, haziendo de hecho y no de derecho,
quiere hundir las voluntades de todos en el crisol de su juizio, y sacar de sí y
de todos un solo su pareçer y querer. Y por contrario, la muchedumbre de
gentes, desplomando el juizio de su señor, quieren que quiera, no lo que él
quiere para todos, sino lo que cada uno desea para sí. Por cierto, grave cosa es,
aunque muy usada, querer uno que le vengan las ropas de todos, y tan terrible
es querer todos les armen las armas de uno. Pero ¿qué haremos?, que assí nos
dexaron el mundo nuestros padres, assí le tenemos sus hijos, y aun peor le
dexaremos a nuestros herederos.
¡O, quántos príncipes de mis antepassados he leído averse perdido por
mostrarse sacudidos y a ninguno por ser amoroso! Quiérohos dezir algunos
exemplos de los que he leído en mis libros, porque vean los príncipes qué
ganan en la buena conversaçión y qué pierden en la mucha estrañeza. Aquel
reyno de los siciomios, mayor en armas que el de los caldeos y menor en
antigüedad que el de los assyrios, una debastía de reyes les duró dozientos y
veinte años, porque todos fueron de loable conversaçión, y otra debastía
(según dize Homero) no duró sino quarenta y çinco años, porque sus reyes
fueron de mala condición. El nono epíphano de los egypcios fue descompuesto
porque era ley que a los templos todos fuesen descalços los días festivales, y
este rey fue una vez cavalgando, y assí se puso delante del dios Apis, que era
el dios de los egypcios; la qual cosa no fue cometida quando con quitarle el
reyno luego fue castigada. El sexto arsáçida del indómito reyno de los parthos,
no sólo fue privado, mas aun desterrado del reyno, porque se combidó a las
bodas de un cavallero y no quiso ir, siendo combidado, a las bodas de un
plebeyo. Entre los latinos, aunque su reyno era estrecho, pero sus coraçones
eran muy grandes, como uno de sus murranos (que assí llamavan a sus reyes)
çerrase las puertas de noche por dormir seguro, fue privado del reyno, porque
era ley que ningún príncipe a ninguno ni a ninguna hora de la noche ni del día
tuviese çerrada la puerta, y que a él para quitar enemigos, y no para criarlos, le
avían elegido por rey. Tarquino, último rey de los primeros reyes romanos, fue
ingrato a su suegro, infame a su sangre, traidor a su patria, cruel a su persona y
adúltero con Lucreçia; pero no le llaman ingrato, ni infame, ni cruel, ni traidor,
ni adúltero, sino Tarquino el sobervio por aver sido mal acondiçionado. Y aun
a ley de bueno vos iuro que, si el triste de Tarquino en Roma fuera bienquisto,
por el adulterio de Lucreçia nunca del reyno fuera privado. Otras maldades
más graves antes que él y más gravíssimas después que él se cometieron por
emperadores viejos en el Imperio, las quales eran tales, que hazían muy
pequeñas las de aquel moço liviano.
Por çierta cosa tengan los príncipes que si dan muchas occasiones para mal los
querer, después una y muy pequeña abasta a sus súbditos para se lo mostrar. El
odio que tiene su señor con su siervo, si no lo muestra es por no querer, mas el
del súbdito con su señor es por no poder. Iulio César, último dictador y
primero Emperador, porque olvidado ser hombre entre los hombres, pensando
ya que era dios entre los dioses, siendo loable costumbre el Senado saludar al
emperador de rodillas y el emperador levantarse a sus mesuras, por no querer
de presumptuoso guardar esta çerimonia, mereció con veynte y dos puñaladas
perder la vida. Y como digo de estos pocos, podría dezir de otros muchos.
Los médicos con poco ruibarbo purgan muchos humores de los cuerpos y los
emperadores con poca benevolençia quitan muchas passiones de las entrañas.
El pueblo a su príncipe deve obediencia a sus mandamientos y acatamiento a
su persona, y el príncipe deve ygual iusticia a cada uno y dulce conversación a
todos. Marco Porcio dezía muchas vezes en Roma: «Aquella república es
perpetua sin recelo de arrepentina caída, en la qual el príncipe halla obediencia
en los pueblos y los pueblos hallan amor en el príncipe, porque del amor del
señor nasce la obediencia en el súbdito, y de la obediencia del súbdito nasce el
amor en el Señor.»
El Emperador en Roma es como la araña en medio de la tela, do si un estremo
de aguja toca al estremo de la tela, luego lo siente el araña. Quiero dezir que
todas las obras que haze el Emperador en Roma luego son publicadas en toda
la tierra. Bien veo que oy he sido iuzgado de la malicia humana por aver
acompañado la processión de los captivos y me dexé tocar dellos porque
gozasen del privilegio de ser libres. Yo doy gracias a los dioses de mis buenos
hados porque me hizieron emperador piadoso para soltar los presos y no cruel
tyranno para prender los libres. Y como dize el proverbio que de un tiro se
matan dos páxaros, assí fue oy en este caso, porque el beneficio fue solo para
estos míseros, mas el favor para todas sus naçiones. ¿Y no sabéis que quitando
los hyerros a estos captivos los heché a los coraçones de sus reynos?
Finalmente digo ser más seguro al príncipe servirse de coraçones libres con
amor, que no de vasallos aherrojados con temor.
Capítulo XVIII
Cómo Marco Emperador jamás estava oçioso, y en qué manera tenía
repartidas todas las horas del día para complir con todos los negoçios del
Imperio.
Dicho avemos arriba cómo este buen Emperador tuvo gran enemistad con los
hombres no de buena vida que en malos exercicios passavan su vida. No
abasta al philósopho reprehender el vicio por palabra en los otros, sino que es
necessario él mesmo ponga por obra lo que en los otros reprehendía.
Es razón de dezir agora cómo con su gran prudencia la muchedumbre de los
negocios universales del Imperio con los particulares de su casa, y los
particulares de su casa con las recreaciones de su perosna, y las recreaciones
de su persona con los exercicios del estudio, y los unos y los otros, que eran
infinitos negocios, con la penuria del tiempo los repartía. Era en esto tan
diestro, y tenía tan gran aviso, que ni le sobrava tiempo para mal espender, ni
le faltava para los negocios del Imperio expedir. Y porque aquel tiempo es
glorioso que gloriosamente es gastado, y aquel es maldito que en daño nuestro
y sin provecho de otros se passa e ignorantes como brutos nos dexa; tenía el
tiempo partido por tiempos, y era la orden de esta manera.
Siete horas dormía de noche y una reposava de día. En comer y çenar solas
dos horas gastava. Tenía diputada una hora para los negocios de Asia, otras
dos para Europa y Áphrica. En conversación de su casa, con sus hijos y muger
y familiares amigos estando retraídos, otras dos horas gastava. Para negocios
extravagantes como eran oýr agravios de agraviados, querellas de pobres,
siniusticias de biudas, robos de huérfanos, otra hora tenía diputada. Todo el
restante del día y de la noche en leer libros, escrevir obras, componer metros,
estudiar antigüedades, platicar con sabios y disputar con philósophos se le
passava.
Ordinariamente en invierno y en verano, si crudas guerras no le estorvavan o
muy arduos negocios no le impedían, siempre se acostava a las nueve y
despertava a las quatro. Era costumbre a los emperadores romanos siempre de
noche en su cámara tener lumbre accendida. Pues en despertando, por no estar
ocioso, siempre a la cabeçera tenía un libro, y lo que quedava de la noche
expendía en leer hasta el día. Levantávase a las seis, vestíase públicamente, no
con poco regozijo, sino con grande alegría, preguntando a los que estavan
presente en qué avían expendido la noche toda, y allí les relatava todo lo que
él avía aquella noche leído. Acabado de vestirse, lavávase con aguas
odoríferas. Era, además, muy amigo de buenos olores: tenía aquel sentido muy
bivo, tanto, que le dava pena. Luego de mañana tomava delante de todos tres o
quatro bocados de letuario de cantueso y dos tragos de agua ardiente.
Si era verano, luego se yva a la ribera a pie y se passeava y negociava por
espacio de dos horas; ya que entrava el calor, yva al alto Capitolio al Senado,
el qual acabado tornava al Colliseo, donde estavan todos los procuradores y
embaxadores de las provinçias. Allí se detenía gran parte del día; ya que era
más tarde, retraýase al templo de las vírgines vestales, y allí oýa a cada nación
por sí, según el tiempo que les era diputado por su orden. No comía más de
una vez al día y algo tarde, pero comía muy bien y mucho, aunque de pocos
manjares. Tenía por costumbre cada semana en Roma, o en la çiudad que se
hallava, dos días en las tardes sin su guarda ni cavalleros más de con diez o
doze pajes irse por las calles a ver si le quería alguno hablar, o si tenían
querella de algún offiçial de su corte o casa, y aun hazía a otros que lo
preguntasen. Y dezía este buen Emperador muchas vezes: «El príncipe, para
bien regir y no tyrannizar, ha de tener esto: que no sea cobdicioso en los
tributos, ni sobervio en los mandamientos, ni ingrato a los serviçios, ni
atrevido a los templos, ni sordo a los agraviados. Esto ansí cumpliendo, él
terná a los dioses en las manos y los hombres a él en el coraçón.»
En todo el tiempo que fue Emperador, jamás en su cámara huvo portero si no
eran las dos horas que con Faustina estava retraído. Passado esto, el buen
Emperador se retraýa a su casa, en la qual tenía un apartamiento çerrado con
llave, la qual él traýa y jamás hasta el día de su muerte la fió de alguno: allí, la
entregó a Pompeyano, asaz varón prudente y ançiano y casado con su hija. En
aquel retrete tenía él muchos y muy diversos libros en todas las lenguas
escriptos, griegos, latinos, caldeos, hebreos, y tenía historias muy antiguas.
Capítulo XIX
Cómo la Emperatriz Faustina pidió al Emperador Marco, su marido, la llave
del estudio, y lo que le dixo sobre ello.
Como sea natural a las mugeres menospreçiar lo que les dan y morir por lo
que les niegan, teniendo el Emperador el estudio de su casa en un lugar de
palaçio muy secreto, en el qual a muger ni familiares amigos allí dexava
entrar, acontesçió que un día Faustina, la Emperatriz, importunó con todas las
maneras de importunidad que pudo le amostrasse aquella cámara, diziéndole
estas palabras:
Déxame, señor, ver tu cámara. Mira que estoy preñada y se me sale el ánima
por verla. Ya sabes ser ley de romanos a las preñadas no les poder negar sus
antojos. Y, si otra cosa hizieres, haráslo de hecho y no de derecho, porque yo
moveré de este preñado y pensaré que tienes alguna amiga ençerrada en aquel
tu estudio. Pues por quitar el peligro del parto y por assegurar mi coraçón de
tal pensamiento, no es mucho me dexes entrar en tu estudio.
El Emperador, viendo que Faustina lo dezía de veras (porque cada palabra
vañava en lágrimas), acordó de responderle de veras, y díxole estas palabras:
Cosa es muy cierta, quando está uno contento, que dize más por la lengua de
lo que tiene en el coraçón, y por el contrario, quando está alguno triste no
lloran tanto los ojos ni declara tanto la lengua quanto le queda ençerrado en el
coraçón. Los hombres vanos con palabras vanas pregonan sus plazeres vanos,
y los hombres prudentes con palabras prudentes dissimulan sus passiones
crudas. Entre los sabios, aquél es muy sabio que sabe mucho y muestra saber
poco, y entre los simples aquél es muy simple que sabe poco y muestra saber
mucho. Los prudentes, aun preguntándoles, no responden; y los simples, aun
sin hablar, les hablan.
Todo esto digo, Faustina, porque me han lastimado tanto tus lágrimas y
desasosegado tus vanos juizios, que ni puedo dezir lo que siento ni tú podrás
sentir lo que digo.
Muchos avisos escrivieron los que del matrimonio escrivieron, pero no
escrivieron ellos tantos trabajos en todos sus libros, quantos una muger sola a
un marido solo haze suffrir en un día solo. Por cierto, cosa es muy dulce gozar
las niñerías de los niños, pero cosa es muy cruda suffrir las importunidades de
sus madres. Los niños hazen de quando en quando una cosa con que ayamos
plazer, pero vosotras jamás hazéis cosa con que no nos deis pesar. Yo acabaré
con todos los hombres casados que perdonen los plazeres de los hijos por los
enojos que les dan sus madres. Una cosa he visto, y jamás en ella me he
engañado, que los iustos dioses a los iniustos hombres todos los males que
hazen se lo remitten a las furias del otro mundo; pero si por plazer de alguna
muger cometemos alguna culpa, mandan los dioses que de mano de esa
mesma muger en este mundo (y no en el otro) recibamos la pena.
No ay más fiero y peligroso enemigo del hombre que es la muger que tiene el
hombre, si no sabe vivir con ella como hombre. Anden y anden, que jamás
hombre liviano estuvo con alguna muger aviçiado en algún vicio, que de esa
mesma muger a cabo de poco tiempo con muerte o infamia no rescibiese
castigo. De una cosa soy muy cierto, y no lo digo porque lo he leído, sino en
mí experimentado: que el marido que haze todo lo que quiere su muger, su
muger no ha de hazer cosa alguna de lo que desea su marido.
Gran crueldad es entre los bárbaros tener a sus mugeres por esclavas, y no
menor liviandad es la de los romanos tenerlas por señoras. Las carnes no han
de ser tan flacas que pongan hastío, ni tan gruesas que empalaguen, sino
entreveradas porque den sabor. Quiero dezir que el varón cuerdo, a su muger
ni la enfrene tanto que parezca sierva, ni la desenfrene tanto que se alçe por
señora. Mira, Faustina, sois en todo estremo tan estremadas las mugeres, que
con poco favor crescéis en mucha sobervia, y con poco disfavor cobráis
mucha enemistad. No ay amor perfecto donde no ay igualdad entre los que se
aman, y vosotras, como sois imperfectas, vuestro amor es imperfecto.
Bien sé que no me entiendes. Pues oye, Faustina, que más digo que piensas.
No ay muger que de su voluntad suffra a otro mayor, ni ay muger que se
compadezca con otro su igual, porque si tienen mill sexterçios de renta en su
casa, tienen diez mill de locura en su cabeça. Y lo peor de todo es que muchas
vezes se les muere el marido y pierden toda la renta, pero no por eso se les
acaba la locura. Pues oye, que más te diré. Todas las mugeres quieren hablar y
que todos callen, quieren mandar y ninguna ser mandada, quieren libertad y
que todos sean captivos, quieren regir y ninguna ser regida. Una cosa sola
quieren, que es ver y ser vistas; y de aquí viene que a los livianos que siguen
sus liviandades acoçean como a esclavos, y a los cuerdos que recuten sus
appetitos persiguen como a enemigos.
En los Annales Pompeyanos hallé una cosa digna de saber, y es que quando
Gneo Pompeyo passó en Oriente, a las vertientes de los montes Rifeos halló
unas gentes por nombre masságetas, los quales tenían por ley que cada vezino
tuviese dos cuevas, porque en aquellas montañas careçían de casas: en la una
estava el marido, los hijos y criados, y en la otra la muger, hijas y moças.
Comían las fiestas iunctos y dormían otra vez en la semana iunctos.
Preguntados por el gran Pompeyo qué era la causa de vivir en este modo,
como en todo el mundo ni se hallase ni se leyese tan gran estremo, respondióle
uno: «Mira, Pompeyo, a nosotros nos dieron los dioses poca vida, que ninguno
passa de sesenta años a lo más, y éstos trabajamos vivirlos en paz. Teniendo a
nuestras mugeres con nosotros, biviendo moríamos, porque las noches se nos
passarían en oýr sus quexas y los días en suffrir sus renzillas. De esta manera,
teniéndolas apartadas, críanse más en paz los hijos, evitamos los enojos que
matan a sus padres.» Yo te digo de verdad, Faustina, que aunque a los
masságetas los llamamos bárbaros, en este caso más saben que no los latinos.
Una cosa te quiero dezir que querría mucho la quisieses entender. Si los
bestiales movimientos de la carne no forçasen al querer de los hombres a que
quieran, aunque no quieran, a las mugeres, dubdo si muger fuese suffrida ni
menos amada. Por cierto, si los dioses a este amor hizieran voluntario como le
hizieron natural, de manera que queriendo pudiéramos, y no como agora, que
queremos y no podemos, con graves penas al hombre avían de castigar que por
qualquier muger se osase perder.
Gran secreto es éste de los dioses y gran miseria la de los hombres, que carne
tan flaca haga fuerça al coraçón tan libre a que ame lo que aborreçe y procure
lo que le dañe. Secreto es éste que los hombres le saben sentir cada hora como
hombres, pero jamás le pueden remediar como discretos. No tengo embidia a
los dioses vivos, ni a los hombres muertos, sino de dos cosas, y son éstas: a los
dioses, que viven sin temor de maliciosos; y a los muertos, que huelgan ya sin
neçessidad de mugeres. Dos ayres son tan corruptos, que todo lo corrompen, y
dos landres tan mortales, que carnes y coraçones acaban. ¡O!, Faustina, es tan
natural el amor de la carne con la carne, que quando de vosotras la carne huye
de burla, hos dexamos el coraçón en prendas de veras; y si la razón como
razón se pone en huyda, la carne como carne se hos da luego por prisionera.
Capítulo XX
En el qual prosigue Marco Emperador su plática a Faustina, y aquí se tracta
quánto peligro tienen los hombres que tractan mucho con las mugeres.
Proseguiendo, pues, el Emperador su plática, vínose a particularizar los daños
universales que a los hombres se les siguen de tractar mucho con las mugeres,
y después dixo algunos particulares que él avía passado en su vida con su
muger Faustina. Dize agora, pues, el Emperador:
Acuérdome que muchas vezes en mi moçedad tropeçé en la carne, con
propósito de jamás tornar a la carne; pero yo confiesso que si un día tuve
buenos deseos, en su lugar tuve diez mill días de malas obras. Razón tienen,
¡o, mugeres!, huyr los que hos huyen, asconderse los que se asconden,
dexarhos los que hos dexan, apartarse los que se apartan, olvidarhos los que
hos olvidan; porque unos escapan de vuestras manos infames por effeminados
y otros lastimados de vuestras lenguas, muchos perseguidos de vuestras obras,
y a mejor librar vienen todos aborreçidos de vuestras entrañas y acoçeados de
vuestras liviandades. Pues quien esto siente que ha de alcançar, yo no sé quál
es el loco que hos quiere servir.
¡O, a quánto peligro se offreçe el que con mugeres tracta!: si no las ama,
tienénle por necio; si las ama, por liviano; si las dexa, por covarde; si las sigue,
por perdido; si las sirve, no le estiman; si no las sirve, le aborreçen; si las
quiere, no le quieren; si no las quiere, le persiguen; si las freqüenta, es infame;
si no las freqüenta, es menos que hombre. ¿Qué hará, el triste? Tengan una
cosa por cierta los hombres: que, aunque uno haga por su muger todo lo que
puede como hombre y todo lo que deve como marido, y de la flaqueza saque
fuerças como bueno, y la pobreza remedie con su trabajo, y cada hora por ella
se ponga en peligro; su muger no se lo ha de agradesçer, diziendo que el
traidor su amor es con otra y que aquello haze sólo por complir con ella.
Días ha, Faustina, que deseava dezirte esto, y helo dilatado hasta agora
esperando me dieses una occasión para dezirlo de quantas me has dado para
sentirlo. No es de hombres cuerdos todas las vezes que han enojos con sus
mugeres luego lastimarlas con palabras, porque entre los sabios aquellas
palabras son más estimadas que al propósito de alguna cosa son muy bien
traídas.
Acuérdome que ha seis años Antonino Pío, tu padre, me eligió por su yerno, y
tú a mí por tu marido y yo a ti por mi muger, los hados míos tristes lo
permittiendo y Hadriano, mi señor, me lo mandando. A mí me dio mi suegro a
ti, su hija muy hermosa, por muger, y a su Imperio muy poderoso en
casamiento:
pienso que todos fuimos engañados, él en tomarme por hijo y yo a ti escogerte
por muger. Llámase Antonino Pío porque con todos fue piadoso sino comigo,
que fue cruel, porque con poca carne me dio mucho hueso; y confiéssote la
verdad, que ya ni tengo dientes con que lo roer, ni calor en el estómago para lo
digerir, y muchas vezes con él me he pensado ahogar.
Quiérote dezir una palabra, aunque resçibas pena por ella: por tu hermosura
eres deseada de muchos y por tus malas costumbres eres aborreçida de todos.
¡O, quán malos son tus hados, Faustina, y quán mal partieron contigo los
dioses!:
diéronte hermosura y riqueza para te perder y negáronte lo mejor, que es
buena condición y cordura para lo sustentar. Torno a dezir que fueron muy
crueles los dioses contigo, pues te engolfaron en los golfos adonde todas las
malas peligran y te quitaron las velas y remos con que todas escapan. Treinta y
ocho años estuve sin muger que no se me hizieron treinta y ocho días, y en
seis años de casamiento me paresce he passado seisçientos años de vida.
De una cosa te quiero çertificar: que si alcançara antes lo que alcanço agora, y
de lo mucho que siento entonçes sintiera, aunque los dioses me lo mandaran y
Hadriano, mi señor, me lo rogara, yo no trocara mi pobreza y mi reposo por tu
casamiento y Emperio; pero, pues cupo en tu dicha y mi desdicha, callo
mucho y suffro más. Yo he dissimulado mucho, tanto, que ya no puedo
dissimular más, y ningún hombre suffre tanto a su muger, que no sea obligado
a suffrirle más, considerando al fin el hombre que es hombre y al cabo la
muger que es muger.
Atrevida es la que se toma con su marido; pero loco es el marido que toma
pendençias públicas con su muger, porque si es buena ála de favorescer porque
sea mejor, y si mala, ála de suffrir porque no se torne peor.
Sepan todos los hombres que todas las cosas suffren castigo, sino la muger,
como muger, que quiere ruego. Créeme, Faustina, que si el temor de los
dioses, la infamia de su persona, el dezir de las gentes no retrae a la muger de
los malos, no la apartará todo el castigo del mundo. El coraçón del hombre es
muy generoso y el de la muger muy delicado. Quiere por poco bien mucho
premio y por mucho mal ningun castigo. El hombre cuerdo mire lo que haze
antes que se aya de casar, pero después que se determina de tomar compañía
de muger, ha de hazer el coraçón ancho para todo lo que con ella le puede
venir. Gran poquedad es del hombre hazer mucha cuenta de las poquedades de
su muger, castigando en público lo que passa entre ellos secreto.
El que es prudente, si quiere vivir en paz con su muger, esta regla ha de
guardar: amonéstela mucho, reprehéndala poco y no ponga las manos en ella
nunca, porque de otra manera ni él della fidelidad, ni ella dél buen
tractamiento, ni los hijos de entrambos buena criança, ni los dioses algún
serviçio, ni los hombres algún provecho pueden esperar. Y en esta materia,
Faustina, no te quiero más dezir, sino que sientas que lo siento y sepas que te
veo, y que la dissimulaçión mía devría abastar a emendar a vida tuya.
Capítulo XXI
En el qual el Emperador Marco, prosiguiendo su plática, finalmente responde
a Faustina en lo de la llave. Habla de los antojos que tienen las preñadas.
Agora que he abierto y expremido el venino antiguo, quiérote responder a la
demanda presente. Para que aprovechen las medicinas al enfermo, es
necessario que se desopilen las opilaçiones del estómago. Por semejante,
ninguno puede hablar como conviene a su amigo si primero no le dize de lo
que está dél enojado. Pídesme la llave de mi estudio y amenázasme que, si no
te la doy, que rebentarás con tu preñado. Buen achaque hos tenéis las mugeres
preñadas: so color que avéis de rebentar, queréis que todos vuestros appetitos
ayamos de complir.
Quando el Sacro Senado en los tiempos del muy venturoso Camillo hizo la ley
en favor de las matronas preñadas, no eran entonçes las mugeres tan
antojadizas.
Agora no sé qué se es, que todas de todo lo bueno tenéis astío y todas de todo
lo malo tenéis antojo. Si mi memoria no me engaña, quando Camillo hizo el
voto a la madre Cibalea, fue porque le diese victoria en una batalla; y, como
huviese la victoria, estava tan pobre Roma, que no tenía plata ni oro para hazer
la estatua de su promesa. Y como las matronas de aquellos tiempos viesen que
sus maridos en aquella guerra offreçieron sus vidas, quisieron ellas al Sacro
Senado presentar sus joyas.
Fue cosa maravillosa de ver, que sin alguno se lo dezir, ni hombre dello se
acordar, acordaron todas iunctas de ir al Capitolio y allí en presencia de todos
pusieron los chocallos de sus orejas, los anillos de sus dedos, las axorcas de
sus muñecas, las perlas de sus tocados, los collares de sus gargantas, los
joyeles de sus pechos, las çintas de sus cuerpos y los tintinábolos de sus ropas.
Y aunque fue tenido en mucho lo que dieron, pero sin comparaçión fue
estimado en más la voluntad con que lo dieron. Fueron tantas las riquezas que
allí offreçieron, que no sólo huvo para complir el voto de la estatua, pero aun
para proseguir la guerra.
Y como Roma tuviese por costumbre de no reçebir un serviçio sin que por él
luego no hiziese muchas merçedes, en aquel día que las matronas romanas
offrecieron sus joyas en el capitolio, les conçedieron çinco cosas en el Senado.
La primera, que en su muerte pudiesen orar los oradores y allí relatar sus
buenas vidas. La segunda, se pudiesen asentar en los templos como de antes
estuviesen en pie. La terçera, pudiesen tener de sus personas dos ropas, como
de antes no las tuviesen sino senzillas. La quarta, que en grave enfermedad
pudiesen beber vino, como antes, aunque les fuese la vida, no bebían sino
agua. La quinta, que a matrona romana, estando preñada, no se le pudiese
negar cosa alguna. Fueron por çierto estas çinco cosas muy iustas y de buena
voluntad por el Senado otorgadas.
Y esta ley que manda no negar algo a la muger preñada, quiérote dezir qué fue
la occasion más particularmente que movió al Senado a hazerla. Estando
Fulvio Torquato cónsul en la guerra de los voscos, traxeron a Roma los
cavalleros mauritanos un monóculo que avían caçado en los desiertos de
Egypto, y, como en aquellos tiempos las matronas romanas fuesen tan
honestas como las de nuestros tiempos son atrevidas, estava la muger de
Torquato (que avía quedado preñada) en días de parir. Era por çierto muger tan
honestíssima, que no menor gloria tenía ella por el retraimiento que tenía en
Roma, que por el esfuerço tenía su marido en la guerra. Fue probado que, en
catorze años que Torquato su marido estuvo en Asia la primera vez que passó
en ella, jamás hombre la vio a la ventana; y no sólo en esto fue recatada, pero
en todos aquellos catorze años jamás hombre de ocho años arriba entró por su
puerta. Y, no contenta con lo que hazía, por dar exemplo a toda Roma y para sí
alcançar perpetua memoria, como le huviesen quedado tres hijos que el que
más avía no avía tres años, en compliendo la edad de ocho años, luego los
embiava fuera de casa para sus abuelos. Y esto hazía la excellentíssima
romana porque so color de los hijos no se entrasen en casa otros mançebos.
Pues passados aquellos tiempos, el buen viejo Torquato, tornando a la guerra
de los voscos, passando por la puerta de su muger aquel monóculo y una
criada suya le hiziese relaçión que era cosa maravillosa de ver aquel monstruo,
tomóle gran deseo de verlo; y, no aviendo quien se lo levase, fue tan grande su
deseo, que murió de aquel antojo. Por çierto, asaz vezes avían passado el
monstruo por su calle, y ella jamás quiso salir a la puerta ni menos ponerse a
la ventana. Fue su muerte en Roma muy sentida, porque en Roma era además
muy amada, y tenía razón, porque grandes tiempos avía que en Roma no se
avía criado tal romana. Y por mandamiento del Senado en su sepulcro le
pusieron este verso: «Aquí yaze la gloriosa Macrina, muger de Torquato, la
qual quiso aventurar su vida por assegurar su fama.»
Mira, Faustina, no se hizo la ley por remediar la muerte de aquella matrona,
sino porque a vosotras quedase exemplo de su vida y a todo el mundo
memoria de su muerte. Iusta cosa es que, pues la ley se ordenó a causa de
preñada honesta, no sea guardada sino con muger virtuosa. Y a las mugeres
que piden les guarden la ley de las preñadas, por esa mesma ley les pregunten
si son muy honestas. En la Séptima Tabla de nuestras leyes dize: «Mandamos
que, donde huviere corrupçión de costumbres, no se les guarden sus
libertades.»
Capítulo XXII
Cómo en tiempo de Marco Emperador vinieron los mauritanos con una flota a
conquistar la Gran Bretaña, que agora es Ingalaterra.
En el año cinqüenta y quatro de la edad de Marco Emperador, y décimo año de
la electión de su Emperio, en el mes de quíntilis, estando en la çiudad de
Partínoples y no bien dispuesto de salud porque le fatigava la gota en los pies,
vínole un centurión a manera de tabellario con gran furia, diziéndole cómo en
la Gran Bretaña repentinamente avía venido una armada. Preguntado el
centurión, dixo que venían en ella çiento y treinta naos del reyno de los
mauritanos, y la quantidad era veinte mill de pie y dos mill cavalleros. Y dixo
más: que venía por capitán general un hermano del rey de los mauritanos por
nombre Asclipio, y que avía tomado tierra en un puerto de la isla que se
llamava Arpino, y que para resistir tan gran potençia avía poca gente de
guarniçión en la isla.
El noble Emperador, oýda la embaxada, puesto que de dentro lo sintiese como
hombre, pero defuera lo dissimuló como discreto, mostrando serenidad en el
rostro y reposo en las palabras. Viendo, pues, que el negoçio no suffría
dilaçión, dixo estas palabras: «Yo me veo con poca gente y con ningún dinero,
pero haré lo que pudiere, y luego, porque más vale el mediano socorro que se
embía con tiempo que el muy complido si acude tarde.» Pues luego el buen
Emperador proveyó que todos los de su palaçio partiesen para Bretaña, sin
quedar alguno para su serviçio.
Era costumbre que los emperadores romanos tales hombres tuviesen en su
casa, que fuesen para embiarlos a qualquiera afrenta de guerra. Pues ya que
estavan embarcados, llegó un vergantín de Bretaña, el qual dixo cómo los
mauritanos eran tornados y que podían estar seguros que no avía hombre en la
isla. Como el buen Emperador traxese su casa tan conçertada, y poca occasión
abaste al derramado para derramarse, andavan todos los suyos muy sueltos,
que por occasión de la guerra algunos hazían no buena vida. Visto por el
Emperador la dissoluçión de su corte y el atrevimiento de los officiales de su
casa, porque no afloxasen más en la virtud y creçiesen en la malicia, acordó un
día llamarlos a todos en secreto, y díxoles estas palabras.
Capítulo XXIII
Cómo Marco Emperador llamó un día a todos los offiçiales de su corte, y de
una plática que les hizo contra la oçiosidad.
La mayor señal del hombre virtuoso es en obras virtuosas virtuosamente
expender el tiempo, y la mayor señal del hombre perdido es en obras perdidas
perdérsele el tiempo. El mayor hado de todos los hados y el mayor deseo de
todos los deseos es vivir los hombres largos tiempos, porque los varios casos
que acontesçen en breve espaçio se suffren y remedian en largo tiempo.
Dezía el divino Platón que el hombre que sin utilidad ha passado los días de la
vida, como a indigno de vida le quiten lo que le queda de vida. Las cloacas de
las casas, las sentinas de las naos, los esterquilinos de las çiudades no
corrompen tanto el ayre, quanto los hombres oçiosos corrompen a su pueblo.
Assí como de un hombre que occupa bien el tiempo no ay virtud que dél no se
crea, assí del hombre que occupa mal el tiempo no ay vileza que dél no se
sospeche. El hombre bien occupado siempre le han de tener por bueno, y al
hombre oçioso sin más pesquisa ha de ser condemnado por malo.
Dezidme, pregúntohos: ¿quién cría las tovas inútiles, las ortigas que ostigan,
las cardenchas que lastiman, las espinas que pungen, sino las tierras que
caresçen de açada y los barbechos que no los visita el arado? ¡O, Roma sin
Roma, que ya, triste, no tienes sino el nombre de Roma!, ¿por qué estás oy tan
cara de virtudes y barata de vicios? Oye, oye, que yo te lo diré. Sábete que por
eso estás tal, porque despoblaste tus barrios y calles de offiçiales y offiçios, y
poblaste tus rondas y plaças de infinitos vagabundos. Yo soy cierto que no
hizieron tanto daño a Roma los samnites, voscos, etruscos y pennos,
derramados por sus campos, quanto oy hazen los ociosos y perdidos hechados
por los tableros. No me negarán todos los escriptores que todas aquellas
naçiones, conquistando a Roma, no le pudieron quitar una almena, y estos
vagabundos le han asolado su fama.
Infallible regla es el hombre dado a exercicio ser virtuoso y el dado a
oçiosidad ser viçioso. Qué cosa tan divina fue ver aquellos siglos divinos de
nuestros mayores, en los quales desde Tullio Hostilio hasta Quinto Cincinato
Dictador, y desde Cincinato hasta los tiempos Cincinos, que fueron de Sylla y
Mario, nunca fue cónsul en Roma que no supiese offiçio, en que después de
acabado el Senado passase su tiempo. Unos sabían pintar tablas; otros,
esculpir imágines; otros, labrar plata; otros, leer en las academias; de manera
que ninguno en prinçipal offiçial del Sacro Senado se podía elegir sin que
primero en algún offiçio manual le viesen exerçitar.
Miento si en los Annales que quedaron de Livio no lo hallé todo lo
sobredicho, los quales me dieron los flámines vulcanales, y allí estava una ley
antigua, aunque en este tiempo no guardada: que molinero, herrador, panadero
y montanero no pudiese tener offiçio en el Senado, porque hombres de estos
officios se hallavan aver hecho algunas traiçiones. Pues mirad agora la
mutança de los tiempos y la corrupçión de las costumbres, que en trezientos
años en la famosa Roma todos trabajavan, y agora ha ochocientos años en la
infame Roma que todos huelgan.
Otra cosa hallé asaz digna de eterna memoria en aquellos Annales,, aunque de
viejos no podían ser bien leídos. Teniendo el Pueblo romano quatro guerras
muy peligrosas iunctas (a Sçipión el moço contra los pennos, y a Munio contra
los achayos, y a Metello contra Andrisco, Rey de Maçedonia, y a otro Metello,
su hermano, contra los celtiberios de España), pues como fuese ley muy
guardada que ninguno a alguno por ninguna cosa pudiese quitar de su offiçio
en que estava occupado, teniendo estrema necessidad el Senado de embiar
tabellarios a las guerras, tres días anduvieron los senadores y censores por
Roma, que nunca pudieron hallar un hombre oçioso para embiarle camino.
Lloro de embidia que tengo aquella feliçidad antigua, y lloro por compassión
de nuestra miseria presente. Confusión es dezirlo, mas dirélo: veinte años tuve
offiçios en el Senado y diez ha que rigo el Imperio, que son por todos treinta,
en los quales iuro a los dioses immortales he açotado, empozado, ahorcado,
empicotado, desterrado más de treinta mill hombres vagabundos y de diez mill
mugeres perdidas. Pues ¿qué comparaçión ay de aquella vida a esta muerte, de
aquella gloria a esta pena, de aquel oro a esta escoria, de aquel antiguo trabajo
romano a la feminil ociosidad de la iuventud romana?
En las leyes de los lacedemonios están estas palabras en el obelisco de los
oçiosos: «Mandamos como reyes, rogamos como siervos, doctrinamos como
philósophos y amonestamos como padres que los padres a sus hijos primero
les enseñen los campos en los quales con trabajo han de vivir, que no las
plaças y tractos a do por la oçiosidad se han de perder.» Y dezía más la ley:
«Si en esto los moços como moços se desmandaren, queremos que los viejos
como viejos los repriman. Y si por caso los padres fueren negligentes en lo
mandar, o los hijos rebeldes en obedesçer, mandamos que el príncipe entonçes
sea muy solícito en los castigar.» Por çierto, palabras fueron dignas de notar,
por las quales Licurguio, el Rey, meresçió eterna memoria para su persona y
aquel fortunado reyno paz perpetua para su república.
¡O!, Roma, ¿qué hazes?, ¿por qué no miras las leyes de los lacedemonios, los
quales con sus amigables costumbres motejan tus bestiales vicios? ¿Duermes o
velas, ¡o!, Roma? ¿Despiertas a todo el mundo a dexar los iustos trabajos y tú
duermes en los iniustos oçios? ¿Estás segura de los enemigos y descuidas de
los ociosos? Pues por çierto, si aquellos estando lexos te hazían velar, por
estos que tienes contigo te avías de desvelar. Yo hos he querido hablar a todos
los de mi palaçio iunctos, y días avía que lo tenía en voluntad, sino que la
muchedumbre de los negoçios estraños costriñen al hombre poner en olvido
los suyos.
Capítulo XXIV
En el qual el Emperador prosigue su plática, y habla quánto peligro tienen los
cortesanos que mucho tiempo andan en la corte, y nótese bien.
Veniendo, pues, el Emperador a lo que quería dezir, añadió a lo sobredicho
estas palabras:
Muchas cosas he visto y de personas verdaderas he sabido las quales me han
paresçido mal y ninguna bien. Señaladamente una, la qual a los dioses
offende, al mundo escandaliza, la república pervierte y a la propria persona
daña: ésta es la maldita ociosidad, que destruye a los buenos y acaba de perder
a los malos. Muchas vezes en secreto, y medio burlando en público, algunos
de vosotros lo he amonestado y castigado, y a ninguno he visto aprovechar el
castigo. Por una parte el stímulo de la razón me constriñe a castigaros; por otra
parte, considerando la malicia humana quán prona es al mal, algunas vezes
determínome suffriros. Muchas vezes querría con la furia castigaros como a
hijos, pero refrénola acordándome que sois moços y de los engaños del mundo
aun no desengañados. Los cañones y pelo malo que agora nasçe razón es crea
a las canas cansadas que ya se van a caer. Tienen tan grande pendençia males
de males, y tan gran liga hecha entre sí viçios con viçios, y ay oy tantos que
engañen y se dexen engañar, que quando escapamos de un engaño pequeño y
cognoscemos el engañador, ya nos tiene engañados con otros mayores
engaños.
Sobrada compassión tengo de vosotros, mis criados, hablando como señor, y
de vosotros, mis hijos, hablando como padre, por verhos todo el día y la noche
andar por Roma perdidos; y lo peor de todo, siento que no sentís vuestra
perdición. ¿Qué mayor brutalidad de brutos puede ser, que es verhos sandios
de theatros en theatros, de flámines en flámines, de ludos en ludos, de plaças
en plaças, de thermas en thermas, de nugibundos en nugibundos, de
pantomimos en pantomimos? Y lo que más es: ni sabéis qué pedís ni qué
queréis, a dó is ni de dó venís, qué hos aplaze o qué hos desplaze, qué hos es
nocivo o qué provechoso, no hos acordando que nasçistes hombres racionales
y vivís como salvajes entre los hombres y después morirés como animales.
¿De dó pensáis que viene por lo que rabiávades ayer estar empalagados oy?
Esto se causa de no atajar los bestiales movimientos y de no represar los
iuveniles deseos, y sobre todo de no occupar vuestros sentidos. Mirad los de
mi corte, y no lo pongáis en olvido, no cure alguno de buscar passatiempos
emprestados cada día, ningún hombre de qualquier condiçión que sea: si no
tiene en armas o lectión algún ordinario exerçiçio, siempre terná el cuerpo
penado y el spíritu alterado, y de todas cosas terná astío, y de calle en calle se
andará vagabundo.
Y torno a dezir otra vez que, como el coraçón del hombre sea generoso en sus
operaçiones y tenga potençia continua para todos los actos, de todos los
passatiempos del cuerpo a tres días tiene astío, y del solo y con el solo y en el
solo loable exerçiçio tiene descanso.
Como soy Emperador de todo el mundo, es razón (y no puede ser menos) sino
que de todas las naçiones y gentes estén en mi palacio; y qual fuere el
príncipe, tal será su casa; y qual su casa, tal será su corte; y qual su corte, tal
será su Imperio, por cuya causa el rey deve ser muy honesto, su casa muy
conçertada, y sus offiçiales bien doctrinados, y su corte bien corregida. De mi
vida buena dependen sus vidas buenas y por consiguiente malas. Cada naçión
deprende en sus particulares achademias: los assirios en Babilonia, los persas
en Dorca, los indos en Olipa, los chaldeos en Thebas, los griegos en Athenas,
los hebreos en Helia, los latinos en Samia, los gallos en Aurelia, los hispanos
en Gades, y todos estos iunctos en Roma. La escuela universal de todo el
mundo es la persona, casa y corte de los príncipes. Lo que dixéremos los
emperadores, aquello dirán nuestros súbditos; lo que hiziéremos, harán; si
afloxáremos, afloxarán; si nos perdiéremos, perderse han; si nos ganáremos,
ganarse han; y finalmente, nuestro bien será su bien y nuestro mal será su mal.
Por cierto es obligado el príncipe su persona tener tan recatada, y a su casa y
corte tan recogida, que todos los que lo vieren tengan embidia de lo imitar y a
los que lo oyeren pongan deseo de lo ver. Mirad y miremos, pensad y
pensemos:
los que de tierras estrañas por tierras estrañas a tierras estrañas nos vienen para
sus trabajos a pedir remedio, de nuestras malas costumbres no lleven algún
escándalo.
¿Qué mayor monstruosidad entre hombres podía passar si passase, que
viniesen a quexarse de los ladrones de su tierra a los ladrones de mi corte y
casa? ¿Qué mayor afrenta que pedir iustiçia de los homicianos suyos a los
homicianos míos?
¿Qué crueldad tan cruda querellar de los vagabundos de su tierra a los
hombres ociosos de mi casa? ¿Qué cosa puede ser tan infame, que venir
accusar a los que dixeron mal de los emperadores delante aquellos que cada
día blasfeman de sus dioses? ¿Qué cosa puede ser más inhumana que venir a
pedir iusticia del que no cometió sino una travesura delante aquellos que
nunca hizieron una buena obra?
Por cierto en tal caso los pobres hombres tornarse han con su innocencia
engañados, y nosotros quedaremos con nuestra cruda malicia infames a los
hombres y reos a los dioses. ¡O, quántas cosas pequeñas castigamos en los
hombres pequeños, las quales sin quebrantar la iustiçia les podíamos
dissimular! Y ¡o, quántas cosas grandes en los hombres grandes suffren los
dioses, por las quales no haziéndoles siniustiçia los podían gravemente punir!
Pero al fin los hombres crudos como hombres crudos no saben cosa perdonar
y los dioses piadosos como dioses piadosos quasi nada quieren castigar. Y por
esto no quiero que se engañe alguno, que si los dioses dissimulan las iniurias
suyas, no por eso dexarán de castigar las siniusticias agenas. Los dioses en sus
castigos son como el que da a otro una bofetada, que quanto más aparta la
mano, tanto más rezio hiere el carrillo. Por semejante, quantos más años los
dioses dissimulan nuestras culpas, tanto más después nos lastiman con sus
penas. Por çierto yo le hes visto a los dioses muchas vezes a muchos muchas
culpas dissimular mucho tiempo, pero también les vi quando no catava
castigarlas todas de un castigo.
Capítulo XXV
Cómo el Emperador Marco, prosiguiendo su razonamiento, amonesta a los
suyos que no sean osados por su corte andar oçiosos.
Después que los dioses lo ordenaron y mis hados lo permittieron que fuese
elegido en Emperador, por no estar oçioso he trabajado lo más que he podido
de visitar el Imperio. Los pequeños que aquí estáis, vuestros padres hos me
dieron porque en mi palacio hos criase; y, de los mayores, unos me rogastes
hos rescibiese esperando merçedes y a otros yo elegí para mis serviçios. La
intención de los padres quando traen a sus hijos a las cortes de los príncipes es
despegarlos del favor de los parientes y destetarlos del regalo de las madres. Y
parésçeme que es bien hecho, porque los niños dende niños se abezen a los
trabajos muy trabajosos en que han de vivir y a los disfavores y reveses que de
la fortuna han de aver.
No venistes de vuestra tierra a tomar los viçios de Roma, sino a deprender
muchas buenas costumbres que ay en Roma y dexar los resabios de vuestra
tierra.
¿Pensáis vosotros que faltava acá quien, sacudido el trabajo, se diese al oçio?
De verdad, la mísera Roma más neçessidad tiene de agricultores que labren
que no de patriçios que huelguen. Yo hos iuro que, por no fatigar los braços en
los telares y los pulgares en las ruecas, están oy los lupanares más llenos de
malas mugeres que los templos de buenos sacerdotes. Y torno a iurar que más
fácilmente hallásemos diez mill mugeres malas en Roma para plazer de los
viciosos, que diez hombres buenos para servir en los templos.
Pregúntohos: ¿quién mata a los merchantes por los caminos? ¿Quién despoja a
los caminantes en los montes? ¿Quiénes descorchan o quebrantan las puertas
de los vezinos? ¿Quién roba por fuerça los templos, sino cursarios ladrones
que por no trabajar de día acuerdan hurtar de noche? ¡O, Roma, y quántos
males se te vienen de un solo mal! ¿Quién puebla los ausonios de tantos
perdidos, los palaçios de tantos inhábiles, los montes de tantos ladrones, los
theatros de tantos pantomimos, los prostíbulos de tantas malas mugeres y las
plaças de tantos vagabundos, sino el cánçer de la ociosidad, que ha destruido
más tus buenas costumbres que los vientos y las aguas tus antiguas murallas?
Crean todos una cosa, y yo sé que digo verdad en ella: que el ordimbre del
telar do se texen todas las ruindades, y la sementera de todos los viçios, y el
rebentón de todos los buenos, y el resbaladero de todos los malos, y el
despertador de todos los ladrones no es sino la oçiosidad. Y torno a dezir que
no ay viçio en todos los viçios que en los moços críe tanto fuego y en los
viejos engendre tanta carcoma, a los buenos ponga en tanto peligro y a los
malos haga tanto daño como es la ociosidad. ¿Quién pone sediçiones en los
pueblos y escándalos en los reynos sino los que huelgan, porque quieren
comer el sudor de los que trabajan? ¿Quién inventa los tributos desaforados
sino hombres vagabundos que por no trabajar con sus manos inventan
cohechos infinitos? ¿Quién pone dissensiones entre vezinos sino los hombres
viciosos, los quales de que no se occupan sus fuerças proprias en buenas obras
desenfrenan sus lenguas por vidas agenas? ¿Quién imagina oy tantas malicias
en Roma, las quales jamás fueron oýdas de nuestros padres ni leídas en
nuestros libros, sino los vagabundos, que como no tienen occupado su juizio,
nunca piensan sino en daño ageno?
El emperador que pudiese desterrar a todos los ociosos del Imperio, podíase
loar que avía dissipado todos los viçios del mundo. Pluguiera a los dioses
immortales que, de quantos triumphos huvo en Roma de los estraños
occupados en buenos exercicios, viera yo uno de los vagabundos de Roma
hechados por los tableros.
Quiero dezir una antigüedad digna de eterna memoria. Era ley antigua que
ninguno pudiese ser tomado en Roma por vezino si no fuese primero por el
censor muy examinado. En los tiempos de Cathón Censorino, quando alguno
quería avezindarse en Roma, éste era el examen que le hazía. No le preguntava
de dónde era, quién era, de dó venía, por qué se venía, de qué linaje o
antigüedad desçendía, sino tomávale las manos entre sus manos, y si las tenía
blandas como hombre vagabaundo, luego los despedía; y si duras y llenas de
callos, por vezinos de Roma luego los asentava. No contento con esto, quando
sus officiales prendían algún malhechor y le ponían en la cárçel Mamortina, en
lugar de informaçión, lo primero le catava las manos; y si las tenía de hombre
trabajador, aunque el crimen fuese grave, holgava de templar el castigo; y si
acaso el triste preso tenía las manos de hombre ocioso, por pequeña culpa dava
muy grande pena. Solía él dezir muchas vezes: «Hombre que tenga buenas
manos no puede ser de buenas costumbres.» Y otras vezes dezía: «Nunca
castigué al labrador de que no me pesase, ni açoté a vagabundo de que no me
pluguiese.»
Pues más hos diré de este Cathón Censorino: que era tan temido, que assí
como los niños en las escuelas, quando entra su maestro, todos toman las
cartillas, assí Cathón quando yva por Roma, en poniendo él los pies en la
plaça, ponían todos las manos en la obra. ¡O!, bienaventurado varón, delante el
qual más temían los hombres estar ociosos que delante otros cometer muchos
viçios. Pues mirad agora vosotros quánta fuerça tiene la virtud, y quán
poderoso es el hombre virtuoso, que teniendo temor todo el mundo a sola
Roma por las armas, toda Roma temía solamente a Cathón por las virtudes; de
manera que los que triumphavan de todo el mundo eran acoçeados de solo un
bueno.
Son tan varios los acaesçimientos de los hombres, y da en ellos tantos reveses
la sospechosa fortuna, que quando al fin de mucho tiempo nos da algunos
deseados plazeres, luego nos emplaza a que nos ha de visitar con repentinos
trabajos.
¡O!, bienaventurado Cathón Censorino, el qual con todos los virtuosos de su
vandera están ya seguros de los baybenes de la fortuna. Pues quien quisiere
tener gloria en la vida y alcançar fama en la muerte, ser amado de muchos y
temido de todos, sea virtuoso de hecho con obras y no nos engañe con
palabras.
A ley de bueno vos iuro, y assí los dioses cumplan mi deseo, para mí yo
querría más ser Cathón con las muchas virtudes que obró en Roma, que no ser
Scipión con las muchas sangres que derramó en Áphrica. Bien sabemos todos
que Scipión se hizo muy famoso abrasando las ciudades y degollando los
innoçentes, y Cathón alcançó eterna memoria reformando los pueblos,
perdonando los culpados y enseñando los ignorantes. Pues vean todos si tengo
razón desear más ser Cathón con Cathón en provecho de muchos que no ser
Scipión con Scipión en perjuizio de tantos.
Estas cosas hos digo, amigos, porque veáys cómo nuestros mayores, unos en
su tierra y otros en tierras estrañas, éstos siendo moços y aquéllos siendo
viejos, en su siglo gozaron de gloria sus personas para sí y en los siglos
advenideros dexaron no menor honra para sus desçendientes. Todo esto
hazemos nosotros al contrario: yo, siendo Emperador, con enojo mando mal, y
mis offiçiales por interesse lo hazen peor; y puestos en nuestros viçios,
aviçiados tómannos cada hora en muchas miserias; estamos notados de
grandes poquedades, por cuya occasión los iustos dioses por nuestras iniustas
obras, dando iusta sentençia, mandan que vivamos con sospecha, muramos
con infamia y nos sepulten con olvido muy olvidado.
Pues abrid bien los sentidos los de mi casa y corte en lo que de mí a vosotros
he dicho, porque de oy en adelante, qualquiera que sea, dende que yo le viere
ocioso téngase por despedido. Los que sois doctos podéis escrevir y leer, los
que sois cavalleros exercitaros en armas, y los que sois offiçiales occuparos en
vuestros offiçios. Y tened una cosa çierta, que si el aviso que hos he dado en
secreto no tomáis, el castigo será público. Y porque más la tengáis en la
memoria, y porque para los príncipes advenideros quede en doctrina, yo tengo
esta plática escripta en todas las lenguas y puesta en el alto Capitolio con otras
muchas mis escripturas. Los dioses sean en vuestra guarda y a mí aparten de la
siniestra fortuna.
Capítulo XXVI
De un monstruo muy espantable que fue visto en Siçilia en tiempo del
Emperador Marco, y del daño que hizo en Palermo.
En el año de la fundaçión de Roma de setecientos y veynte, y quadragésimo
segundo de la edad de Marco el Emperador, dos años antes que tomase la
possessión del Imperio, a veinte días andados del mes séxtilis, que agora
llamamos agosto, quasi a la hora que se ponía el Sol, en el reyno de Tinacria,
que agora es Çeçilia, en una ciudad por nombre Bellina la marítima, que en
nuestros tiempos se nombra Palermo, puerto de mar, acontesció un caso asaz
peligroso de ver a los que le vieron entonçes y no menos espantable a los que
le oyeren agora.
Estando, pues, los bellinos o los de Palermo çelebrando una fiesta con gran
regozijo, por alegrías que sus pyrratas avían envestido con una armada de los
numidanos y avían preso diez naos y hechado a hondo treinta y dos, porque en
aquellos tiempos estavan muy enemigos los unos con los otros, y por las malas
obras que se hazían mostravan las grandes passiones que entre ellos andavan.
Y como sea costumbre lo que los pyrratas o cossarios saquean en la mar
iunctos, después a la lengua del agua repartirlo entre sí solos, salidos todos a
tierra dividieron con mucha alegría lo que avían ganado con mucho trabajo.
Fue cosa digna de notar, a do buenos y malos los coraçones y ojos tenían bien
en qué emplear: los buenos tenían grave embidia a su triumpho y los
cobdiçiosos a sus riquezas.
Y porque assí han de amar los hombres como si en breve huviesen de
aborresçer, y assí han de aborresçer como quien si en breve huviesen de amar,
mandaron los governadores de la ciudad que todas aquellas naos y riquezas
estuviesen secrestadas en los mesmos pyrratas, para que ni ellos lo osasen
vender, ni los cobdiçiosos se abalançasen a lo comprar. La causa fue porque
era costumbre entre los insulanos todas las cosas que se tomavan durante la
guerra depositarlas hasta la fin della, o hasta tornar a la paz antigua. Y por
çierto era iusta la ley, porque muchas vezes se dexan de soldar grandes
quiebras entre grandes enemigos, no tanto por las enemistades antiguas quanto
por no tener con qué satisfazer los daños presentes.
Retraída ya toda la gente a sus casas por ser hora de çenar, que era verano,
repentinamente vino por medio de la ciudad un monstruo en esta forma. Él era
al paresçer de tres codos en alto. No tenía más de un ojo. La cabeça toda
pelada, que sólo el casco se le paresçía. No tenía orejas, sino un poco abierto
el colodrillo por do se pensava que oýa. Tenía dos cuernos como cabra
tornátiles.
Los braços eran más largos el derecho que el ezquierdo. Las manos tenía como
de cavallo. No tenía garganta: igualavan los hombros con la cabeça. Las
espaldas le relumbravan como peçe escamado. Los pechos tenía llenos de
vello. La cara toda era como de hombre, sino que en la frente no tenía más de
un ojo y en las narizes no más de una ventana. De la çinta abaxo no paresçía
porque yva cubierto. Yva metido en un carro de quatro ruedas, en el qual yvan
unidos dos leones en la delantera y otros dos en la çaguera. El carro no se
pudo determinar de qué madera era. En la hechura no defería ninguna cosa de
los otros communes que usan los hombres: en medio dél yva una caldera a
manera de cubeto con asas o aldavas, dentro de la qual estava aquel monstruo,
y por esto no paresçía sino de la çintura arriba.
Atravesó por medio de la ciudad asaz de espaçio de puerta a puerta. Yva
çentellando çentellas de fuego. Fue tanto el espanto, que muchas preñadas
malparieron y otras señoras de delicados coraçones amorteçidas cayeron. Y
iunctamente mayores y menores, hombres y mugeres, a los templos de Iúpiter,
Mars y de Februa huýan, y los çielos con sus bozes importunavan. Estavan a la
sazón todos los pyrratas aposentados y combidados en el palaçio del
governador, que se llamava Solino, cuya naçión era Capua, y allí tenían todas
sus riquezas depositadas. Pues andada toda la ciudad, o la mayor parte della, el
monstruo con su carro y sus leones y ossos fueron a las puertas de palaçio ado
estavan los pyrratas, las quales estavan çerradas, y allegándose el monstruo
muy çerca, cortó la oreja a uno de los leones, y con la sangre que corría
escrivió estas letras en la puerta: r. a. s. p. i. p.
Fueron estas letras una prueva para todos los de alto iuyzio en dar la
declaraçión dellas, y fueron más las interpretaciones que no las letras. Y
finalmente una muger phetonisa, asaz tenida en reputación por sus artes, dio la
verdadera declaraçión dellas, diziendo de esta manera: «En la r dize reddite;
en la a, aliena; en la s, si vultis; en la p, propria; en la i, in pace; en la p,
possidere; que quieren dezir todas iunctas: 'Restituid lo ageno si queréis en paz
posseer lo vuestro'.» Por çierto fueron los pirratas muy espantados de tan
espantable mandamiento y la muger muy loada de tan alta declaraçión.
Esto hecho, luego el monstruo aquella noche se fue a una sierra alta que
entonçes se llamava Jamina, y allí estuvo por espaçio de tres días a ojo de la
çiudad, en el qual tiempo los leones davan muy bravos bramidos, y de los
ossos y monstruo salían muy espantables llamas. En todo este tiempo, ni
paresçía ave en el ayre, ni animal en el campo; y todos los hombres offreçían
grandes sacrificios a los dioses, en tanta manera, que rompían las venas de los
pies y manos, e immolavan la sangre por ver si podrían aplacar sus dioses.
Passados los tres días, súpitamente aparesçió una nube algo escura sobre la
sierra, y luego començó a tronar y relampaguear, y fue hecho tan gran
terremoto en la ciudad, que cayeron muchas casas y morieron no pocos
vezinos, y lo que más es:
súbitamente vino una çentella de la sierra a do estava el monstruo y quemó el
palaçio con todos los pyrratas y las riquezas que estavan dentro, en tanta
manera, que consumido todo lo que estava dentro, ardían las vivas piedras. Y
fue el daño tan grande, que cayeron más de dos mill casas y morieron bien
diez mill personas. Y en aquel lugar do estuvo el monstruo ençima de la sierra
por memoria de aquel hecho mandó el Emperador se edificase un templo al
dios Iúpiter, el qual templo después Alexandro Emperador, teniendo guerras
con los del reyno, le tornó castillo asaz fuerte.
Capítulo XXVII
Cómo en el mes de diziembre cada año visitavan a todos los vezinos de Roma
para saber cómo vivían, y de lo que accusaron a un romano.
A la sazón que esto en la isla acontesció, estava en aquella çiudad, ya vezino y
morador, un romano por nombre Antígono, varón de nobles patricios en
sangre y algo entrado en edad. Avía dos años, poco más o menos, que estava
desterrado de Roma él y su muger con una hija, que los hijos no fueron
desterrados, y fue la occasión ésta. Era muy noble costumbre y muy antigua,
dende Quinto Cincinato dictador, en el mes de diziembre dos senadores los
más ancianos, iunctamente con el censor nuevo y censorino viejo, visitar toda
Roma de esta manera: llamavan a cada romano por sí aparte, y amonestávanle
con las doze tablas de sus leyes y las pragmáticas particulares de su Senado, y
preguntávanle si en su barrio sabía quién las huviese quebrantado, lo qual
hecho davan aquella pesquisa al Senado, y iunctamente allí todos ordenavan
las penas según la diversidad de las culpas. No podían a alguno castigar por
culpas que huviese cometido en el presente año, sino avisarle se emendase
para el año advenidero. El que fue amonestado en la otra visitaçión y no
hallaron en él emienda, este tal era gravemente punido y algunas vezes
desterrado. Eran éstas palabras de la ley en la quinta tabla en el obello terçero:
«Ordena el Sacro Senado, consiente el venturoso Pueblo, reçíbenlo las
antiguas colonías, que si los hombres por ser hombres en un año pecaren, los
hombres como hombres por ese año lo dissimulen. Mas si los malos como
malos no se emendaren, los buenos como buenos gravemente los castiguen.»
Dezía más la ley: «Los primeros males çúffranse porque los cometen con flaca
ignorancia, mas si los continuaren, castíguenlos porque ya no es sino por
pereza o malicia.» Esta inquisiçión se hazía en el mes de diziembre, a causa
que luego en el mes de Jano, que es enero, se avían de repartir los offiçios en
Roma, y era razón supiesen a quién se avían de dar o negar las dignidades,
porque no fuesen elegidos malos por buenos o buenos por malos.
El caso particular porque los desterraron a marido y muger fue éste. El
segundo Emperador de Roma, Augusto, ordenó que ningún romano fuese
osado de orinar a las puertas de los templos, y Calígula, quarto Emperador,
mandó que ninguna muger diese çédulas para traer en la garganta con que se
quitasen las quartanas. Y Cathón Censorino hizo una ley que ningún moço con
moça, ni moça con moço fuesen osados hablar ni estar iunctos a las fuentes do
cogían agua, ni en los ríos do lavan paños, ni en los ornos do cozían pan,
porque toda la iuventud romana acudía allí como milanos a buytrera.
Acontesçió que, visitando los çensores y los cónsules en Roma un barrio por
nombre Monte Çelio, fue acusado un vezino que se llamava Antígono que le
vieron orinar en las paredes del templo Mars. Assimesmo, fue acusada su
propria muger que dava y vendía çédulas para las quartanas. Por semejante fue
vista una hija suya en las fuentes, ríos y ornos platicar y reír con los mançebos
romanos, la qual cosa era gran infamia en las donzellas romanas. Pues visto
por los çensores el mal recaudo que en la casa de Antígono avían hallado en
los registros, como ya de aquellas cosas avían sido avisados, desterráronlos a
la isla de Çiçilia por quanto fuese la voluntad del Senado. Y como en los
edifiçios famosos de que hazen sentimiento nunca cae piedra sin que dexe
movida otra piedra, por semejante son tan varios los acaescimientos de los
hombres, que jamás viene una desdicha sin que dexe emplazada otra. Esto se
dize porque Antígono, este romano, no sólo perdió la honra y hazienda en su
patria, mas aun en el destierro la invidiosa fortuna con el terremoto del
monstruo se le cayó una casa y le mató una su muy querida hija. En todo este
tiempo que esto passó en Roma y lo del monstruo acontesçió en Çiçilia, Marco
el Emperador estava en la guerra contra los argonautas, el qual venido, como
le diesen una carta de Antígono, en la qual relatava su destierro, al buen
Emperador tomóle gran compassión y para consolarle tornóle a rescrevir otra.
Capítulo XXVIII
De una gravíssima pestilençia que huvo en Roma en tiempo de este buen
Emperador, y de las señales espantables que la preçedieron.
Cinco años después de la muerte de Antonino Pío el Emperador, suegro que
fue de Marco Aurelio y padre de Faustina, vino una pestilençia en Italia. Fue
esta pestilencia una de las çinco pestilencias que en el Pueblo romano gran
estrago hizieron. Duró por espaçio de dos años, y fue universal en toda Italia.
Puso gran espanto en todo el Imperio Romano, porque pensaron que los
querían acabar los dioses por algún enojo que tenían dellos. Morieron tantas y
tan grandes personas, de ricos y pobres, de grandes y pequeños, de moços y de
viejos, que los escriptores hallaron menos trabajo de escrevir los pocos que
escaparon que los muchos que murieron.
Assí como quando quiere caer algún gran edifiçio primero se desmorona dél
algún polvo, por semejante nunca jamás los romanos vieron alguna grave
pestilencia en su tiempo, que no fuesen amenazados primero con algún
prodigio o señal en el çielo. Dos años antes que Anníbal entrase en Italia,
vieron una tarde estando el çielo sereno llover sangre y leche en Roma, y fue
declarado por una muger que la sangre demonstrava cruda guerra y la leche
mortal pestilençia. Quando Sylla bolvió de Campania para echar a Mario, su
enemigo, de Roma, vieron sus cavalleros una noche una fuente de la qual
corría sangre, y todo lo que allí se vañava quasi ponçoña y venino paresçía. Al
qual prodigio se siguió que de dozientos y çinqüenta mill vezinos, dellos
muertos a cuchillo, dellos consumidos por pestilencia, dellos proscriptos por
Sylla, y dellos huydos con Mario, de tan gran muchedumbre de romanos no
quedaron quarenta mill vezinos. Por cierto, jamás Roma en seisçientos años
rescibió tanto daño de sus enemigos, quanto en veinte años solos padesçió de
sus proprios hijos. Todos los tyrannos no fueron tan crudos contra las tierras
estrañas quanto lo fueron los mesmos romanos contra sus tierras proprias.
Paresçe esto ser verdad, porque el día que Sylla puso a cuchillo a toda Roma,
le dixo un capitán suyo esta palabra: «Dime, Sylla, si a los que tienen armas
matamos en la guerra, y a los que no tienen armas matamos en su casa, ¿con
quién hemos de vivir? Por los dioses te coniuro que, pues nascimos de
mugeres, no mates las mugeres, y pues somos hombres, no mates los hombres.
¿Tú piensas que, matando todos los romanos de Roma, has de hazer república
de las bestias de la montaña? Entras con apellido de defender a la república y
alançar a los tyrannos, y destruyes la república, quedando nosotros tyrannos.»
A mi juizio, tanta gloria ganó este capitán por las buenas palabras que dixo,
como Sylla meresçió castigo por las crueldades que hizo.
Esto hemos dicho porque, si antes de aquellos daños preçedieron algunas
señales, no menos a la mortandad que fue en tiempo de este Emperador
previno alguna cosa espantosa. Fue el caso éste: que como un día estuviese el
Emperador en el templo de las vírgines vestales, súpitamente entraron dos
puercos, los quales se pusieron a sus pies, y en acabando de llegar y acabando
de morir todo fue iuncto. Dende a pocos días, veniendo del alto Capitolio a
salir a la puerta Salaria, repentinamente vieron dos millanos asidos con las
uñas caer a los pies del Emperador, y en acabando de caer y acabando de
espirar todo fue iuncto.
Dende a pocos días, veniendo de caça de montería, aviendo corrido unos
perros un venado, entre los otros avía dos lebreles muy denodados, y por eso
eran del Emperador muy queridos, los quales veniendo de correr la bestia,
dioles en sus proprias manos agua. Acontesció que, bebiendo en sus manos,
súpitamente se le cayeron en el suelo muertos. Acordándose de los puercos y
de los millanos, púsole mucho espanto la muerte de los perros, y ayuntados
todos los sacerdotes y los magos y adevinos, mandó dixesen todos su paresçer,
los quales por las cosas passadas iuzgando aquel hecho presente, determinaron
que dentro de dos años harían los dioses en Roma muy graves castigos.
No passaron muchos días que no se levantó la guerra de los parthos, a la qual
se siguió el siguiente año hambre y pestilencia entre los romanos. Fue aquella
pestilencia inguinaria que por otro nombre se llama nascidas. El Emperador
(aunque todo el Senado era ydo) él en Roma se estava quedo, caso que no salía
del Capitolio. Andando, pues, los ayres tan corruptos, aunque no fue herido de
nascidas, enfermó de calenturas, por cuya occasión, dexada Roma, tomó el
camino para Campania. Finalmente, en la çiudad de Partínoples hizo lo más de
su morada todo el tiempo que en Roma duró la pestilençia.
Capítulo XXIX
De una enfermedad que tuvo Marco Emperador, y de lo que dixo a unos
médicos porque le reñían que, estando malo, no dexava los libros.
Estando en aquella çiudad de Partínoples, como otros buscan passatiempos
para conservar la vida, assí él se occupava en sus libros para augmentar la
sciencia.
No avía cosa con que alguno le pudiese hazer algún gran serviçio como era
buscarle algún libro nuevo -no dezimos nuevo de los que escrevían en sus
tiempos, sino de los muy antiguos que por viejos eran olvidados. Era amigo no
sólo de libros antiguos, pero aun de viejas vejedades, y por ellas hazía muchas
mercedes.
Estando en aquella çiudad malo, truxéronle de Asia, de una ciudad que se
llama Helia, unos hebreos un libro escripto en hebraico, y tomó tanto sabor en
leerle y tanta cobdicia en acabarle, que muchas vezes sobre comer se ponía a
estudiar, y estando con calentura no podía dexar de leer. Y como los médicos
le amonestasen, y los amigos le rogasen, y los privados le riñesen porque,
olvidada la salud de su persona, se occupava tanto en la escriptura, respondió:
Por los dioses que adoramos vos coniuro y por la amistad que nos tenemos vos
ruego me dexéis. Bien sabéis que no se curan los de sangres delicadas como
los rústicos de nervios duros. Por semejante manera, unas medicinas han
menester los de claros juizios y con otros socroçios se han de curar los de
botos entendimientos. Ésta es la differençia que ay de lo uno a lo otro: que el
idiota como idiota tiene dieta de libros y ártase de manjares, y el sabio como
sabio aborresçe los manjares y recréase con los libros. ¡O!, si supiesen los que
no saben qué cosa es saber, yo vos iuro ellos viesen cómo vale más lo poco
que sabe el sabio que lo mucho que tiene el rico. Porque el mísero rico, quanto
augmenta en riquezas desminuye en amigos y cresçe en enemigos para su
daño; y el que es sabio, quanto más sabe, tanto es más amado de los buenos y
temido de los malos por su provecho.
Una de las cosas en que soy cargo a los dioses es averme hecho compassivo,
lo qual no es pequeño don para el hombre que vive en este mundo. Dígolo
porque yo gran compassión tengo a los pobres muy pobres, a las biudas muy
biudas, y a los tristes muy tristes, y a los huérfanos muy huérfanos; pero sin
comparaçión la tengo mayor a los nesçios muy nesçios. Porque los dioses,
haziéndolos hombres por naturaleza, se pudieran hazer dioses por la sabiduría,
y ellos como torpes se han tornado menos que hombres por su necedad. Por
cierto, bendito es el hombre que no se contenta con ser hombre, sino que
procura ser más que hombre por la virtud; y maldito el hombre que no sabe ser
hombre si no se torna menos que hombre por el viçio.
Al paresçer de todos los más philósophos, una es la primera causa, y uno es
solo el dios immortal; y si ay muchos dioses en los çielos, es porque huvo
muchos virtuosos en la tierra. En aquellos siglos passados, quando los simples
eran siervos y los buenos señores, eran en tanto tenidos los buenos que se
avían señalado en famosas obras quando vivos, que eran tenidos por dioses
después de muertos. Como el dote de la virtud sea el premio que se da por ella,
cosa es cónsona a razón los que se esforçaron a ser buenos entre tantos malos
de esta vida sean muy honrados con los dioses después de la muerte.
Vosotros estáis mal comigo porque me veis siempre leer, y yo estoy peor con
vosotros porque nunca hos veo un libro en esas manos tomar. Vosotros tenéis
por trabajoso al hombre enfermo leer; yo tengo por más peligroso el que está
sano holgar. Vosotros dezís que la lectión en mis carnes causa quartana; yo
digo que la oçiosidad en vuestras ánimas engendra pestilencia. Mientras yo me
pudiere aprovechar de mis libros, ninguno tenga compassión a mis trabajos,
porque más quiero morir como sabio entre los libros que no vivir como simple
entre los hombres. Pregúntohos una cosa: el hombre que presume de hombre y
no tiene letras, ¿qué differençia ay dél a las bestias? Por cierto, más
provechosos son los animales para labrar la tierra, que no los hombres simples
para servir la república. Un simple buey da su cuero para calçar y sus carnes
para comer y sus fuerças para arar, y una innocente oveja aprovechan sus
velloçinos para paños y su leche para quesos; pero el hombre nescio ¿a qué
aprovecha, sino que offende a los dioses, escandaliza a los innoçentes, come el
pan de los pequeños y es cabeça de vagabundos? De verdad, si en mi mano
fuese, yo antes daría la vida a un búbalo simple que a un idiota maliçioso,
porque aquel animal vive en utilidad de muchos y sin daño de alguno, y el
hombre idiota vive en daño de todos y sin provecho de alguno.
¿Por qué pensáis que estoy yo mal con los ignorantes y amo tanto a los
doctos?
Pues oýd, que yo hos lo diré. Bien me paresçe a mí el hombre que es
columbino en su condiçión, suave en sus palabras, reposado en su persona y
grato en su conversación; y por contrario mucho me desplaze el hombre que es
áspero en las palabras, bullicioso en las obras, rixoso en la condición, doblado
en las promesas y duro en el coraçón; pero quiero dezir otra cosa que siento,
que assí como el sabio lo que le falta de natural suple con buena sciencia, assí
el que es simple lo que le falta de discreçión suple con malicia. Tened esto por
çierto, y de ligero no se crea alguno de nadie, porque el hombre para que le
creamos, o ha de ser tan simple que de simple se torne bobo, o ha de ser tan
cuerdo que de cuerdo se torne sabio; y al que fuere de otra manera, guardahos
dél porque anda a vender malicia. El que quiere engañar a otro, lo primero que
haze es ponerse en possessión de simple, porque teniendo crédito de bueno
puede derramar su maliçia seguro. Las mollinas blandas passan las ropas, y la
calentura lenta se mete en los huessos, y los hombres mansos engañan a las
gentes.
Capítulo XXX
Cómo en los prínçipes más que en todos los otros es muy peligrosa la
ignorançia.
Habla bien este capítulo en favor de los sabios.
Proseguiendo el Emperador su propósito, añadió estas palabras a lo
sobredicho:
Mirad, amigos, caso que en todos es dañosa la ignorançia y en cada uno haga
falta la sabiduría, mucho más lo es en el príncipe, el qual no se deve contentar
con que sepa lo que sabe uno de los sabios, sino que ha de saber todo lo que
saben todos, pues es señor de todos. A mi paresçer, no se eligen los príncipes
por pensar que han de comer más que todos, vestir más que todos, correr más
que todos, iugar más que todos, hablar más que todos, tener más que todos,
sino con presupuesto que han de saber más que todos. El príncipe, quando la
sensualidad quisiere desenfrenar, mire que en su persona ha de estar muy
honesto, y dévese acordar sólo de esta palabra. Y es que quanto es mayor su
poderío que todos, tanto ha de ser su virtud mayor que todos.
Por çierto, gran infamia es ver a un hombre ser más poderoso que todos los
poderosos y más rico que todos los ricos, y por otra parte cognoscan todos ser
más nesçio que todos. Todos los defectos y flaquezas se pueden encobrir en el
que govierna, si no es la ignorançia; porque si es malo, sólo es malo para sí,
mas la ignorançia en el príncipe es pestilencia que hiere a él, mata a muchos,
encona a todos, despuebla los reynos, oxea los amigos, espanta los estraños y
finalmente daña a sí y escandaliza a los otros. Quando Camillo triumphó de
los gallos, el día de su triumpho escrivió estas palabras en el alto Capitolio:
«¡O!, Roma, tú eres madre de sabios y madrasta de neçios.» Fueron palabras
dignas de tal varón.
Si no me engaña mi memoria, por cierto más nombrada fue Roma por los
sabios que en ella entravan que por los exércitos que della salían. Los nuestros
antiguos romanos más fueron temidos por su saber que no por su conquistar. A
los que quedavan rodeados de libros en Roma, y no a los que yvan cargados de
armas, temía toda la tierra. Por eso jamás fue vençida Roma, porque si
desbaratavan sus exércitos, nunca se agotavan ni acabavan sus sabios. No sin
lágrimas lo digo, que no ha caído Roma de la cumbre de su estado por falta de
armas y dineros para pelear, sino por no tener sabios y hombres cuerdos con
que se regir. Nuestros padres lo ganaron como sabios y nosotros sus hijos lo
perdemos como simples.
Todas las cosas que por los hombres son mucho deseadas se alcançan con
trabajo, se sustentan con congoxa y se reparten con enojo. Y la razón desto es
porque no ay cosa tan buena, ni tan amada, que el discurso del tiempo no nos
haga o dexarla o menospreçiarla o aborreçerla o tener astío della. Es la
vanidad tan vana, y el mundo tan mundo, y los perdidos tan perdidos, que con
deseo iuvenil, desenfrenados sus deseos, velan muchas vezes por alcançar una
cosa y después se desvelan por salir della. Y por mostrar más su liviandad, lo
que les costó mucho dan a menospreçio; lo que amavan entonçes, aborreçen
agora; y lo que con gran fervor alcançaron, con gran furia lo dexan. Y
parésçeme que es juizio de los dioses que, pues el que ama se ha de acabar, y
lo amado ha de aver fin, y el tiempo en que se ama ha de fenesçer; iusto es el
amor con que se ama aya de acabar. Pero es tan descomedido nuestro appetito,
que, en viendo una cosa, la deseamos; y en deseándola, la procuramos; y en
procurándola, la alcançamos; y en alcançándola, la aborreçemos; y en
aborreçiéndola, la dexamos; y en dexándola, luego otra cosa procuramos; y
procurada de nuevo, la aborreçemos. De manera que quando començamos a
amar aquello, acabamos de aborrecer esto, y acabado de aborreçer lo uno,
començamos a amar lo otro, y finalmente se acaba primero nuestra vida que
no nuestra cobdicia.
No es assí de la sabiduría, la qual en el coraçón do una vez entra haze olvidar
el trabajo con que se alcançó, tiene por bueno el tiempo passado, goza con
verdadero gozo del tiempo presente, pone astío de oçiosidad, no se contenta
con lo que sabe, despierta el appetito a más saber, ama lo que otros dexan y
dexa lo que otros aman; y finalmente el que es verdadero sabio, holgando en el
mundo trabaja, y trabajando en sus libros descansa.
Y como de todas las cosas no hemos de dezir sino lo que sentimos dellas,
porque de otra manera hablaríamos por paresçer ageno y no por experiençia
propria, en este caso digo que, aunque no esperase gualardón de los dioses, ni
honra entre los hombres, ni memoria en los siglos advenideros, holgaría ser
philósopho sólo por ver quán gloriosamente el philósopho passa su tiempo.
Pregunto una cosa:
quando mi juizio está offuscado en lo que ha de hazer; quando mi memoria
está descordada en lo que ha de acordar; quando mi cuerpo está çercado de
dolores; quando mi coraçón está cargado de cuidados; quando yo estoy sin
saber dó estoy rodeado de mill peligros, ¿dónde me puedo yo mejor hallar que
es acompañado de sabios o metido entre los libros? En los libros hallo sabios
de quien deprender, hallo esforçados a quien imitar, hallo prudentes para me
consejar, hallo tristes con que llorar, hallo alegres con quien reír, hallo simples
de quien burlar, hallo lo bueno que he menester, y hallo lo malo de que me he
de guardar; y finalmente en las escripturas hallo cómo en la prosperidad me
tengo de regir y cómo en la adversidad me tengo de valer.
¡O!, quán bienaventurado es el hombre que es bien leído, y muy más
bienaventurado si por mucho que sepa se allega a consejo. Y caso que todo
esto aya de tener verdad en todos, mucho más es necessario en aquel que es
governador de todos. Infallible regla es que el príncipe sabio nunca puede ser
simplemente bueno, sino muy bueno; y el príncipe ignorante nunca puede ser
simplemente malo, sino muy malo. Al príncipe que no es bien fortunado, gran
escusa le es la sabiduría para escusarse con su pueblo de todos los reveses que
le da la fortuna. Quando el príncipe es amado de su república y es virtuosa su
persona, luego dizen todos quando no le succede bien la fortuna: «A nuestro
príncipe, si le faltó la fortuna, no le faltó la cordura; y si no fue venturoso en
los fines, a lo menos mostróse ser sabio en los medios. Y lo que agora le negó
ventura, otro día se lo tornará su sabiduría.»
Y por el contrario, el príncipe que no es sabio, y con esto es aborrecido del
pueblo. Por cierto, en los siniestros de fortuna él corre peligro, porque si en las
graves cosas le succede mal, luego dizen que fue por la ignorançia de su
persona, o por el mal consejo de su casa. Y si acaso le succede bien,
attribúyenlo no a él bien lo guiar, sino a la fortuna lo permittir; no a la
sagacidad que tuvo en los medios, sino a la piedad que tuvieron dél todos los
dioses. Pues que assí es, el príncipe cuerdo el tiempo que le vacare deve en
secreto leer sus libros y en público communicar y aconsejarse con sabios, y
caso que de su desdicha permitta que no tome sus consejos, a lo menos
cobrará crédito de sabios entre sus vassallos.
No quiero más dezirhos, sino que estimo tanto el saber y al sabio que lo sabe,
que si huviese tienda de sciencia como la ay de mercadería, yo daría toda mi
hazienda sólo por lo que deprende un sabio en un día. Finalmente digo que lo
poco que deprendo en una hora, no lo daría por quanto oro ay en la tierra, y
más gloria tengo de los libros que he passado y de las obras que he compuesto
que de las batallas que he vençido ni de los reynos que he ganado.
Capítulo XXXI
De lo que dixo un villano del Danubio en presençia del Emperador Marco a
todo el Senado de Roma. Es cosa notable.
Estando malo el Emperador, como en el capítulo passado avemos dicho, un
día estando con él muchos médicos y oradores, movióse la plática de hablar
quán mudada estava Roma, no sólo en los edifiçios, pero aun en las
costumbres, y quán poblada de lisonjeros y despoblada de hombres que osasen
dezir las verdades.
Entonçes tomó la plática el Emperador y dixo estas palabras:
En el año primero que fui cónsul, vino un pobre pajés de las riberas del
Danubio a pedir iusticia al Senado contra un çensor que hazía muchos
desafueros en su pueblo. Él tenía la cara pequeña, los labios grandes, los ojos
hundidos, el cabello herizado, la cabeça sin bonete, los çapatos de un cuero de
puercoespín, el sayo de pelos de cabra, la çinta de iuncos marinos y un
azebuche en la mano.
Fue cosa de ver su persona y monstruosa de oýr su plática. Por cierto, quando
le vi entrar en el Senado, pensé que era algún animal en figura de hombre y, de
que le oý, iuzgué ser uno de los dioses, si dioses ay entre hombres. Y como
fuese costumbre en el Senado que primero fuesen oýdas las querellas de los
pobres que las demandas de los ricos, dándole lugar a este villano començó su
plática, en la qual se mostró tan osado como en las vestiduras estremado y
dixo assí:
¡O, Padres Conscriptos!, ¡o, Pueblo venturoso! Yo, Mileno, vezino de las
riparias ciudades del Danubio, saludo a vosotros, los senadores que estáis aquí
en el Sacro Senado ayuntados.
Los hados lo permittiendo, y nuestros dioses nos desamparando, los capitanes
de Roma con su sobervia subiectaron a las gentes de la triste Germania.
Grande es vuestra gloria, ¡o, romanos!, por las batallas que por el mundo avéis
dado; pero si los escriptores dizen verdad, mayor será vuestra infamia en los
siglos advenideros por las crueldades que en los innocentes avéis hecho.
Mis antepassados poblaron cabe el Danubio porque, haziéndoles mal la tierra
seca, se acogesen al agua húmida; y si les enojase el agua inconstante, se
tornasen seguros a la tierra firme. Pero ¿qué diré? Ha sido tan grande vuestra
cobdicia de tomar bienes agenos, y tan famosa vuestra sobervia de mandar en
tierras estrañas, que ni la mar nos pudo valer en sus abismos, ni la tierra
segurar en sus cuevas. Pero yo espero en los iustos dioses que, como vosotros
a sinrazón fuistes a echarnos de nuestras casas y tierra, otros vernán que con
razón hos echen a vosotros de Italia y Roma.
Infallible regla es el que toma a otro por fuerça lo ageno pierda el derecho que
tiene a lo suyo proprio. Mirad, romanos, yo, aunque soy villano para
cognoscer quién es iusto en lo que tiene o quién es tyranno en lo que possee,
esta regla tengo: todo lo que los malos con su tyrannía allegaren en muchos
días se lo quitarán los dioses en un día, y por contrario todo lo que los buenos
perdieron en muchos años se lo tornarán los dioses en una hora. Creedme una
cosa, y no dubdes en ella, que de la iniusta ganançia de los padres viene la
iusta perdida después en los hijos, y si los dioses no quitan a los malos cada
cosa que ganan luego como la ganan, es la razón porque dissimulando con
ellos ayunten poco a poco muchas cosas, y después quando estén más
descuidados se las quiten todas iunctas. Y este es iusto juizio de los dioses,
que pues ellos hizieron mal a muchos, alguno les haga mal a ellos.
¡O!, con quánta lástima se pierde lo que en muchos años y con muchos
sudores se gana. Por cierto el hombre cuerdo si es cuerdo no es possible en
cosa agena que tome gusto. Y torno a dezir: el hombre que tiene cosa agena,
estoy espantado cómo puede vivir sola una hora, pues vee que los dioses tiene
iniuriados, los vezinos escandalizados, los enemigos contentos, los amigos
perdidos, a los que lo robó agraviados, y sobre todo su persona puesta en
peligro.
Infame es entre los hombres y reo a los dioses el hombre que tiene tan caninos
los deseos de su coraçón, y tan sueltas las riendas de sus obras, que lo poco del
pobre le paresçe mucho y lo mucho suyo le paresce poco. ¡O!, quán maldito es
el hombre (ni me da más que sea griego, que sea latino) que sin más
consideraçión quiere trocar la fama con la infamia, la iusticia con la iniusticia,
la rectitud con la tyrannía, la verdad por la mentira, lo cierto por lo dubdoso,
teniendo astío por lo proprio y moriendo por lo ageno. El que tiene por
principal intento allegar hazienda para los hijos y no buscar buena fama entre
los buenos, justa cosa es pierda los tales bienes y sin fama quede infame entre
los malos. Sepan todos los cobdiciosos, si no lo saben, que jamás entre
hombres nobles se alcançó fama buena sino derramándose la hazienda mala.
No se podrá suffrir muchos días ni menos encobrirse muchos años ser el
hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados,
porque o le han de infamar que allegó las riquezas con mucha cobdicia, o las
guarda agora con sobrada avariçia. ¡O!, si los cobdiciosos tuviesen tanta
cobdicia de su honra propria como tienen de la hazienda agena, yo hos iuro
que ni la polilla de la cobdicia les royese el reposo de la vida, ni el cánçer de la
infamia los destruyese la fama después en la muerte.
Oýd, romanos, oýd esto que hos quiero dezir, y plega a los dioses que lo sepáis
gustar. Yo veo que todos aborreçen la sobervia y ninguno sigue la
mansedumbre, todos condemnan el adulterio y a ninguno veo continente,
todos maldizen la intemperançia y a ninguno veo templado, todos loan la
paçiençia y a ninguno veo suffrido, todos reñegan de la pereza y a todos veo
que huelgan, todos blasfeman de la avariçia y a todos veo que roban. Una cosa
veo, y no sin lágrimas la digo, que todos con sola la lengua blasonan de las
virtudes y después ellos mesmos con todos sus miembros sirven a los viçios.
No digo esto por los romanos que están en el Illýrico, sino por los senadores
que veo en este Senado.
Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas al derredor de vuestras armas
traéis por mote estas palabras: «Romanorum est debellare superbos et parcere
subiectis.» Por cierto mejor diríades: «Romanorum est spoliare innocentes et
inquietare quietos», porque vosotros los romanos no sois sino mollidores de
gentes quietas y robadores de sudores agenos.
Capítulo XXXII
Cómo el villano prosigue su plática. Dize cosas más particulares al Senado,
espeçial contra los romanos crueles y juezes tyrannos.
Pregúntohos, ¡o, romanos!, qué actión teníades vosotros, siendo criados cabe
el río Tíberim, a nosotros, que nos estávamos a las riberas del Danubio. ¿Por
aventura vístesnos de vuestros enemigos ser amigos, o a nosotros declararnos
por vuestros enemigos? ¿Por aventura oýstes dezir que, dexando nuestras
tierras, poblamos tierras agenas? ¿Por ventura oýstes que, levantándonos
contra nuestros señores, perturbamos reynos agenos? ¿Por ventura
embiástesnos algún embaxador que nos combidase a ser vuestros amigos, o
vino alguno de nuestra parte a Roma a desafiaros como a nuestros enemigos?
¿Por ventura murió algún rey en nuestra tierra que en su testamento hos
dexase por herederos, o hallastes algunas leyes antiguas por las quales
nosotros hemos de ser vuestros vassallos?
Por cierto en Alemania tan aýna sentimos vuestra tyrannía como oýmos
vuestra fama. Y más hos diré: que el nombre de romanos y las crueldades de
tyrannos iunctamente en un día llegaron a nuestros pueblos. Ya no sé qué me
diga, romanos, del descuido de los dioses y del atrevimiento de los hombres,
porque veo que el que tiene mucho tyranniza al que tiene poco; y el que tiene
poco, aunque le es infamia, sirve al que tiene mucho; y la cobdiçia
desordenada se conçierta con la malicia secreta; y la malicia secreta da lugar al
robo público; y al robo público no ay quien le vaya a la mano. Y de aquí viene
que la cobdiçia de un malo es necessario complirse en periuyzio de muchos
buenos.
Una cosa hos quiero dezir: o los dioses se han de descuidar, o los hombres han
de fenesçer, o el mundo se ha de acabar, o el mundo no será mundo, o la
fortuna hincará el clavo, o lo que ganastes en ochoçientos años vernéis a
perder en ocho días, y como hos hezistes señores de muchos, vernéis a ser
esclavos de todos.
Por cierto iniustos serían los dioses si esto no viesen los que vernán en los
siglos advenideros, porque el hombre que se hizo tyranno por fuerça, iusto es
que le tornen esclavo por iustiçia. Y ya que nos tomastes la nuestra mísera
tierra, ¿es verdad que nos guardáis en iusticia?
Espantado estoy de vosotros, los romanos, embiarnos unos juezes tan simples,
que por los dioses iuro que ni vuestras leyes saben declarar, ni las nuestras
entender. Yo no sé qué les mandáis acá, pero diré lo que hazen allá. Toman lo
que les dan en público, coechan lo que desean en secreto, castigan gravemente
al pobre, dissimulan con el dinero del rico, consienten muchos males por
llevarles después más derechos. Quien no tiene hazienda, no cure pedirles
iusticia, y finalmente, so color que son iuezes del Senado de Roma, dizen que
pueden robar aquella tierra.
¿Qué es esto, romanos? ¿Nunca ha de tener fin vuestra sobervia en mandar y
vuestra cobdicia en robar? Dezid qué queréis: si lo avéis por nuestros hijos,
cargadlos de hierros y hazedlos esclavos; si lo avéis por algo de nuestras
haziendas, yd y tomadlas todas; si no hos contentan nuestros serviçios,
mandad cortarnos las cabeças, porque no será tan crudo el cuchillo en nuestras
gargantas como son vuestras tyrannías en nuestros coraçones. ¿Sabéis que
avéis hecho?: que nos hemos iuramentado de no llegar más a nuestras mugeres
y de matar a nuestros hijos por no los dexar en manos de tan crudos tyrannos.
Más queremos suffrir los bestiales movimientos de la carne por veinte o treinta
años que no morir con tan gran lástima dexando los hijos esclavos.
No lo avíades de hazer assí, romanos. Antes, la tierra tomada por fuerça ha de
ser muy mejor regida, porque los míseros captivos, viendo que les administran
recta iustiçia, olvidarían la tyrannía passada y domeñarían sus coraçones a la
servidumbre perpetua. Pues ¿monta que si nos venimos a quexar de los
agravios que hazen vuestros çensores allá en el Danubio, que nos oyréis los
que estáis aquí en el Senado? ¿Sabéis lo que hazéis? Oýd, que yo hos lo diré.
Viene un pobre muy pobre a pediros aquí iusticia, y como no tiene dineros que
dar, ni vino que presentar, ni azeite que prometer, cumplen con él de palabra,
dizen que se verá su iustiçia, házenle gastar lo poco que tiene, no le dan nada
de lo mucho que pide, y assí el mísero miserable que vino con quexa de uno se
torna con quexa de todos, maldiziendo a sus crudos hados y exclamando a sus
dioses iustos.
Yo vivo de varear avellotas en el invierno y de segar miesses en el verano, y
algunas vezes pesco por mi passatiempo, de manera que todo lo más de mi
vida passo solo en el campo. ¿Y no sabéis por qué? Pues oýd, que yo hos lo
diré. Veo tantas tyrannías en vuestros çensores, házense tantos robos a los
míseros pobres, oyo tantas quexas en aquel reyno y espero tan poco remedio
de aqueste Senado, que determino como malaventurado de desterrarme de mi
casa y dulçe compañía porque no sienta mi coraçón tanta lástima. Gran trabajo
es suffrir un revés de fortuna, pero mayor es quando se comiença el mal a
sentir y no se puede remediar; pero sin comparaçión es mayor quando lleva mi
pérdida remedio, y el que puede no quiere y el que quiere no puede
remediarlo. ¡O!, crudos romanos, si solo de traer a la memoria los trabajos que
passamos mi lengua se entorpeçe, mis nervios se descoyuntan, mis ojos lloran
sangre y mis carnes se consumen, ¿qué será, dezidme, allá en mi tierra verlo
con los ojos, oýrlo con los oýdos, gustarlo con la persona? Por cierto el
coraçón se parte, y el ánima se desmaya, y las entrañas se rompen, y creo que
los dioses aun nos tienen manzilla.
No hos quiero rogar que de mis palabras no toméis escándalo, porque
vosotros, los romanos, si sois romanos, bien veréis que las fatigas que nos
vienen de los hombres, entre los hombres, con los hombres y por mano de los
hombres, no es de maravillar que las sientan los hombres como hombres. Una
cosa sola me consuela, y muchas vezes con otros malaventurados como yo la
pongo en plática, y es que pienso son tan iustos mis dioses, que sus castigos
bravos no vienen sino de nuestras maldades crudas, y que nuestra culpa
secreta los despierta a que hagan de nosotros iustiçia pública.
Pero de una cosa estoy muy turbado y que a los dioses nunca puedo tomar
tino:
¿por qué a un bueno por pequeña culpa dan mucha pena y a un malo por
muchas culpas no dan ninguna pena, dissimulando con unos y nada
perdonando a otros?
Paresce el parescer que grave agravio nos hazen los dioses: querernos affligir
por mano de tales hombres, los quales, si iusticia huviese en el mundo quando
nos castigan con sus manos no merescían tener las cabeças sobre sus hombros.
Esto digo, romanos: que por los dioses immortales iuro que en quinze días
solos que he estado en Roma, he visto hazer aquí tales y tantas cosas en este
Senado, que si la menor dellas se hiziese en el Danubio, más pobladas
estuviesen las horcas de ladrones que no las parras de uvas. Y pues ya mi
deseo se ha visto do deseava y mi coraçón ha descansado en derramar la
ponçoña que tenía, si en algo hos ha offendido mi lengua, he aquí me tiendo
en este suelo para que lo pague mi garganta. Por cierto, más quiero ganar
honra en offreçerme a la muerte que no que la ganéis vosotros comigo en
quitarme la vida.
Y aquí acabó el rústico su plática. Pues dize agora el Emperador:
¿Qué hos paresce, amigos? ¡Qué núcleo de nuez, qué oro de escoria, qué grano
de paja, qué rosa de espina, qué cañada de hueso allí se descubrió! ¡Qué
razones tan altas, qué palabras tan bien dichas, qué verdades tan verdaderas y
qué maliçias tan descubiertas descubrió! A ley de bueno vos iuro, y assí me
vea libre del mal que tengo, que una hora estuvo el villano tendido en la tierra
y todos nosotros las cabeças baxas espantados, no podiéndole responder una
palabra. Otro día, avido nuestro acuerdo en el Senado, proveýmos iuezes de
nuevo para el Danubio y mandamos que nos diese por escripto todo aquel
razonamiento, porque se pusiesen en el libro de los buenos hechos estrangeros
que está en el Senado. Y aquel rústico por lo que dixo fue hecho en libertad
patricio y que su persona fuese de Roma vezino y para siempre del erario
público sustentado.
Capítulo XXXIII
De una qüestión que huvo assaz dulçe el Emperador con el Senado sobre quál
quería más: él al Senado o el Senado al buen Emperador; y fue juez un
embaxador de Rhodas.
En el segundo año que fue elegido por Emperador, y en el año quarenta y
çinco de su edad, como viniese de la guerra que conquistó a los germanos y a
los argonautas, de la qual traýa gran gloria para sí y riqueza para el Imperio
Romano, detúvose en Salon algunos días por descansar y adereçar su exército,
y en Roma tuviesen tiempo de aparejar el triumpho.
Fue triumpho muy glorioso, y no menos rico. Hízose con él una cosa, la qual
jamás antes ni después fue vista en Roma, y es ésta: el día de su triumpho fue
elegido por todo el Pueblo y consintió todo el Senado por Emperador universal
después de sus días Cómmodo su hijo. No fue por cierto elegido el hijo a
petición de su padre, mas antes lo estorvava quanto podía, diziendo que el
Imperio no era cosa que se avía de dar por meresçimiento de los muertos, sino
por las buenas obras que hiziesen los vivos. Muchas vezes solía este buen
Emperador dezir: «Entonçes será perdida Roma quando la electión fuere
quitada al Senado y el Emperador heredare el Imperio por patrimonio.»
Tornando, pues, a lo sobredicho, estando el Emperador en Salon, velava
mucho por entrar muy bien en Roma, y Roma se desvelava por resçebirle
mejor, como a triumphador de tal guerra. Fue muy quisto de todo el Imperio, y
siempre pensava a sus pueblos en qué les hazer plazer, y ellos morían por
hazerle serviçio.
Muchas vezes en el Senado se movió una qüestión assaz dulce, y era ésta:
quién amava más, el Emperador a los del Imperio, o los del Imperio al
Emperador.
Vino a tanto, que acordaron un día de poner iuezes en este caso, y fueron el
embaxador de los parthos y el embaxador de los rhodos. Y para esto dieron sus
escriptos: el Emperador recontava allí los bienes que avía hecho y los males
que avía atajado; los senadores dezían los serviçios que en su absençia le avían
hecho y las señales de amor que en su presençia le avían mostrado.
Assimesmo, un día el Emperador movió otra qüestión en el Senado, diziendo
que mayor era su gloria por tener tales vassallos que no la gloria del Senado
por tener tal emperador. El Senado contradezía, affirmando que mayor gloria
tenían ellos por él que no él por ellos, y desta manera el Emperador dando la
gloria al Pueblo y el Pueblo al Emperador, entre burla y iuego tomaron otra
vez iuezes.
Fue cosa maravillosa de ver el regozijo y plazer que todos traýan cada uno por
su intençión probar. Y el buen Emperador dio por memoria la mucha
obediençia y grandes serviçios y sobrado amor que en ellos avía hallado. El
venturoso Pueblo recontó la gran clemençia en perdonar, la cordura en
governar y la honestidad en su vivir, y el esfuerço y fortuna en su conquistar.
Fue cosa de ver la honra que dava el Pueblo al Emperador y la buena fama que
el Emperador attribuýa a su Pueblo.
Fueron estos escriptos sacados por todos los embaxadores estrangeros porque
los pueblos deprendiesen a obedescer a sus príncipes y los príncipes a amar a
su pueblo; porque con tal exemplo razón era los buenos se esforçasen y los no
tales se corrigiesen. Pues adereçado el Emperador con los capitanes y captivos
para la entrada, y aparejada Roma con todos los senadores y pueblos para el
resçibimiento, fue cosa estraña de ver, assí lo que estava en Roma para salir
como lo que estava con el Emperador para entrar. Los que estavan en Salon
tenían los ojos allí y el coraçón en Roma, y los que estavan en Roma tenían el
coraçón en Salon, de manera que los ojos se çevavan con lo que veýan y el
coraçón penava por lo que esperava ver. No ay pena que dé tanta pena como el
coraçón que espera quando se le dilata lo que espera.
Capítulo XXXIV
Cómo Marco Emperador vio a Faustina y a Lucilla, su hija, andar en unas
fiestas no bien honestas. Reprehéndese aquí el poco retraimiento de las
matronas.
Y es de saber que tenían por costumbre los romanos en el mes de enero dar los
triumphos a sus emperadores. Acontesçió en este tiempo que se aparejava el
triumpho que Faustina la Emperatriz hechó muchos rogadores al Emperador
diese liçençia a una hija suya que, quitada de las ayas, viniese a palaçio a
gozar de las fiestas. La hija llamávase Lucia o Lucilla, la qual era mayor que
el prínçipe Cómmodo, muy hermosa en el gesto y muy proporçionada en el
cuerpo y muy querida de su madre, a la qual paresçió no sólo en la hermosura,
pero aun en la vida. Pues como la demanda era muy piadosa, y los que la
pidían privados, y a quien se pedía era padre, y quien lo rogava era madre, y
para quien se pedía era su hija, conçediólo el Emperador no sin mucha
gravedad. Fue Faustina por ello muy alegre, y luego como alcançó la liçençia,
luego truxo a su hija a casa.
Pues venidos los días de tan grandes fiestas y el día del muy alto y famoso
triumpho, la infanta Lucilla, escapando de tanta estrechura y viéndose en tanta
largueza, confiando en la ignorancia propria, no recatándose de la malicia
agena, reýase con los que reýan, hablava a los que la hablavan, mirava a los
que la miravan, estando descuidada que ninguno la iuzgaría, pues ella a
ninguno iuzgava. Era en aquellos tiempos reírse con los hombres una donzella
de Roma tanto como cometer adulterio con los sacerdotes una muger de
Grecia. Era en tanto tenida la honestidad de las mugeres romanas, y era tan
infame la liviandad entre las donzellas, que mayor castigo se dava por una
liviandad pública que por diez culpas secretas.
Entre las otras cosas de estas siete se guardavan mucho las mugeres romanas,
conviene a saber: hablar mucho en las fiestas, comer demasiado en los
combites, beber vino estando sanas, hablar aparte con los hombres, alçar los
ojos en los templos, estar mucho en las ventanas y salir fuera sin sus maridos.
La muger que en estas cosas era tomada para siempre por infame era tenida.
Muchas cosas se suffren en las personas de poca manera, ninguna de las
quales se permitten en las que están puestas en honra, porque las señoras
generosas no pueden conservar la reputaçión de su estado sino teniendo a sus
personas en mucho retraimiento.
Todas las cosas, quando se desmandan de su natural, meresçen culpa, pero la
muger desonesta siempre queda con infamia. Las generosas señoras, si de
verdad quieren ser tenidas por señoras, quánto más exçeden a las otras en
riquezas, tanto menor liçençia han de tomar para andar vagabundas. Por cierto,
la opulençia de los bienes y la libertad de las personas no ha de ser espuela
para andar por las calles, sino freno para detenerlas en sus retretes. Esto se á
dicho porque, passadas las fiestas, la infanta Lucilla, como era moça, y su
madre Faustina, que no era muy vieja, a vezes a pie, a vezes cavalgando; agora
públicas, agora secretas; quando muy solas, quando muy acompañadas; unas
vezes de día, otras vezes de noche; ývanse a ruar por las calles de Roma, ver
los campos vulcanos, holgar por las riberas de Tíberim, a coger fruta en las
huertas saturninas, a çenar en los aqüeductos neronianos, y a otros
passatiempos yvan, los quales su edad demandava y aun el tiempo de la
primavera les combidava, aunque en gravedad de tan grandes señores no se
suffría.
Quiero dezir una cosa, porque muchas nobles señoras tomen aviso della, y es
que no sé quál fue mayor: la dissoluçión que trayan Faustina y Lucilla en
andar por las calles y plaças, o la osadía que tomavan los malos en hablar de
sus personas y famas. El retraimiento de las mugeres es un freno para las
lenguas de todos los hombres. La muger no retraída mucho peligro corre su
fama. Por cierto la muger de mala fama no devía ser nascida. Açerca de los
romanos es tenido por muy fortunado el linaje de los Cornelios, porque jamás
entre los hombres hallaron Cornelio covarde ni entre las mugeres Cornelia
infame. Dizen los historiadores que a una señora de aquel linaje sólo porque
era profana por mano de sus parientes la pusieron en la horca. De verdad ello
fue bien hecho, y hecho bien de romanos, porque a una muger mala no le han
de suffrir infame a toda una parentela. Donde ay nobleza y vergüença, las
cosas que tocan a la honra no han de aguradar remediarlas por iustiçia, sino al
hombre o a la muger que a todos quita la fama todos quiten a ella la vida. No
abasta que una persona sea buena, sino es neçessario quite las occassiones que
la tengan por mala. Todas las pérdidas que los hombres pueden aver de los
bienes temporales en esta vida no se pueden igualar con la menor pérdida de la
fama. El hombre que pone por blanco en el terrero de este mundo su fama, de
çien saetas apenas tirará una aviesa, y por el contrario el hombre que, perdida
la vergüença, no quiere tener en reputaçión su persona, no se espere dél jamás
buena obra.
Pues el buen Emperador, como mareante cossario que en la mayor serenidad
sospira, temiendo la tempestad entre las fiestas de su mayor gloria, estava en
sobresalto de aquellas mugeres no se les siguiese alguna infamia. Y por cierto
tenía razón, porque es regla infallible de la invidiosa fortuna que la presente
felicidad nos da por agüero de alguna repentina desdicha. En las cosas
naturales pocas vezes se vee calma en la mar a la qual no se sigua luego
peligrosa fortuna, y por consiguiente el gran buchorno entre día es señal de
truenos a la tarde. Quiero dezir que quando la fortuna nos regala con algunos
presentes deleites, es señal que ado no catáremos nos terná armados los lazos.
El molinero quando está más seguro entonçes adereça la presa, y el labrador
quando no llueve trasteja la casa, con pensamiento que algún día se turbarán
las nubes y lloverá en ella. Por semejante manera, el hombre cuerdo ha de
pensar que mientras viviere en esta vida que la felicidad tiene por empréstido
y la adversidad por su natural patrimonio. Entre todos los que supieron gozar
de la prosperidad y valerse en la adversidad fue este Marco Aurelio
Emperador, el qual por muchos halagos que le hiziese la fortuna nunca la
creyó, ni por muchos reveses que resçibiese en esta vida jamás desesperó.
Capítulo XXXV
De lo que Marco Emperador dixo a un senador porque le loava mucho las
fiestas del triumpho. Toca cómo son perseguidos los que son de otros muy
honrados.
Passadas las fiestas, según dize Sexto Cheronense, díxole un senador, por
nombre Albino, aquella noche que se acabó el triumpho: «Señor, alégrate, que
razón tienes, pues oy has dado tanta riqueza al erario de Roma, y a tu persona
viste oy en el triumpho de gloria, y para los siglos advenideros de ti y de tu
casa dexas perpetua memoria.» Oýdas estas palabras, el Emperador respondió
en esta manera:
Iusta cosa es, amigo Albino, que al caçador crean en la feroçidad de los
animales, y al médico en las propriedades de las yervas, y al marinero en los
peligros de las rocas, y al capitán en los sobresaltos de las guerras, y al
emperador que triumpha en las embidias que ay de los triumphos. Assí los
dioses immortales siempre me vean, y la bendición de mis passados consigua,
y los hados malos nunca me hallen, si no ha sido mayor la tristeza que he
tenido en estas fiestas que el temor que me ponían las aplazadas batallas. Y la
razón de esto está muy clara do los juyzios son claros, porque de las crudas
batallas siempre esperé sacar gloria y entre estos regalos temíame de algún
revés de fortuna.
¿Qué podía yo perder en las batallas sino la vida, que es la peor cosa que los
hombres tienen? Y en estos triumphos siempre temo perder la fama, que es el
mayor don que los dioses me dieron.
¡O!, quán bienaventurado es el que pierde la vida si, perdiendo la vida, dexa
de sí perpetua memoria. Sienta cada uno lo que sintiere y diga cada uno lo que
dixere, que entre los varones heroicos no muere el que pierde la vida y dexa
buena fama, ni menos bibe el que tiene mala fama, aunque tenga largos años
de vida. Y torno a dezir otra vez que los antiguos philósophos no contavan las
vidas de los hombres por los muchos años que avían passado, sino por las
buenas obras que avían hecho.
Yo fui muy importunado del Senado quisiese tomar este triumpho, y no sé
quál fue mayor, como tú bien lo sabes: su ruego o mi resistençia. ¿Y no sabes
por qué? De verdad te digo que no lo hize por no ser ambiçioso de toda gloria,
sino de puro miedo de la maliçia humana. En el día del triumpho no es tanto el
regozijo que muestran los pequeños quanto la embidia que conçiben los
mayores. Pássase aquella gloria en un día, y quédase por todo el año la
embidia. Aquel opulento reyno de Egypto, tan dichoso en la sangre de
enemigos como en las aguas de Nilo, tenía por inviolable ley que nunca se
negase clemençia a los captivos vençidos ni se diese triumpho a los capitanes
vençedores. Burlan los caldeos de los triumphos romanos, affirmando que no
da tanto castigo el reyno de Egypto al capitán vençido, como da el Imperio
Romano al capitán vençedor quando le da el triumpho. Y de verdad tienen
razón, porque el triste capitán, aviendo oxeado a los enemigos que Roma tenía
en tierras estrañas con su propria lança, en pago de su trabajo le dan a él
enemigos en su tierra propria. Yo hos iuraré que todos los capitanes romanos
no dexaron tantos enemigos muertos a hierro quantos por embidia cobraron el
día de su triumpho. Dexemos los caldeos y tomemos los nuestros antiguos
romanos, los quales si oy tornasen al mundo, más querrían ir atados tras los
carros como captivos que no ir ençima como capitanes vençedores.
Y la causa de esto es porque, viéndolos ir como captivos, aquella miseria
movería los coraçones de sus vezinos a que les hiziesen libres, como la gloria
de su triumpho los mueve a que sean por ellos perseguidos.
Siempre lo leý en las escripturas, y lo oý de mis passados, y lo vi en mis
vezinos: que la abundante felicidad de uno causa cruel embidia en muchos. ¡O,
entre quántos peligros están puestos los que con particular honra se quieren
señalar entre otros! En los más altos árboles muestran sus fuerças los vientos,
y en los sumptuosos edifiçios se precipitan más vezes los rayos, y en las muy
nemorosas montañas se embravesçen más rezio los fuegos. Quiero dezir que
en aquellos que tiene más encumbrados fortuna, en ellos derrama mayor
ponçoña la embidia.
Esto tengan por cierto todos los virtuosos, que quantos más enemigos
subiectaren a la república, tantos mayores émulos cobrarán de su fama. Gran
compassión es de tener al hombre virtuoso, porque allende de lo que trabaja
por ser bueno, quédale una cosa de la qual solamente en la muerte vee el cabo,
y es que, quanto él cobra más fama entre los estraños, tanto más le persiguen
con embidia los suyos.
Homero cuenta en sus Illíadas que Calviçio, rey de los argivos, era sabio en
letras, esforçado en armas, dotado de muchas graçias, amado de sus pueblos y
sobre todo gran cultor de sus dioses. Este buen rey tenía por costumbre que en
todas las cosas que avía de hazer primero a los templos con sus dioses se yva a
consejar. Ni començava guerra contra otros, ni ordenava pragmáticas en su
reyno, ni dava respuesta a embaxadores, ni quitava la vida a los malhechores,
ni echava tributos sobre sus pueblos sin que primero con muchos sacrificios
offreçidos en los templos supiese la voluntad de sus dioses. Y como tantas
vezes embiase o él en persona fuese a los oráculos, preguntando qué era lo que
allí pedía porque a los dioses en secreto tantas vezes importunava, respondió:
«Pido que no me den tan poco con que todos me abatan, ni me den tanto con
que todos me aborrezcan, sino un mediano estado con que todos me amen,
porque más quiero ser compañero de muchos por amor que rey de todos con
embidia.»
Capítulo XXXVI
De una reprehensión que dio el Emperador Marco a Faustina, su muger, y a la
infanta Luçilla, su hija. Habla quánto bien o mal se sigue las mugeres ser
honestas y dissolutas.
Passadas las fiestas del sobredicho triumpho y assosegadas las gentes, este
buen Emperador, queriendo a su coraçón satisfazer, y a Faustina avisar, y a la
hija innoçente desengañar, sin que alguno lo sintiese mandólas llamar aparte y
díxoles estas palabras:
No me agrada, Faustina, lo que haze tu hija, ni menos lo que hazes tú, que eres
su madre. Las hijas, para ser buenas hijas, han de saber obedesçer a sus
madres muy bien; y las madres, para ser buenas madres, han de saber criar
muy bien a sus hijas. Excusado es el padre dar consejo quando la madre es
virtuosa y la hija vergonçosa. Gran vergüença es del padre, siendo varón, que
muger siendo muger castigue a su hijo; y afrenta es de la madre, siendo madre,
que manos de hombre castiguen a su hija. Ley fue entre los rhodos ordenada
que ni padre con hija, pues era muger, ni madre con hijo, pues era varón,
entendiese. Solamente hombres con hombres y mugeres con mugeres se avían
de criar. Y era en tanta estremidad, que, morando en una casa, paresçía los
padres no tener hijas ni las madres tener hijos.
¡O!, Roma, no te lloro yo por ver tus calles desempedradas, ni en tus casas
tantas goteras, ni tus almenas caídas, ni tus bosques talados, ni tus vezinos
desminuidos, porque esto todo el tiempo lo truxo y el tiempo lo lleva.
Llórote y tórnote a llorar por verte despoblada de buenos padres y
desçementada en la criança de los hijos. Allí nuestra patria se acabó de perder
quando la doctrina de los hijos y hijas se començó afloxar. Es ya tanto el
descomedimiento de los hijos, y la desvergüença de las hijas, y aun la
deshonestidad de las madres, que donde un padre para veinte hijos y una
madre para treinta hijas abastavan, agora veinte padres a un hijo y treinta
madres a una hija no se atreven a bien criar.
Esto digo porque tú, Faustina, no te acordando que eres madre, das más
libertad de la que en hija se suffre; y tú, Lucilla, no te acordando que eres
moça, te muestras más suelta de lo que en infanta se requiere. El mayor don
que los dioses dieron a las matronas romanas es que por ser mugeres fuesen
encogidas, y acordándose que eran romanas fuesen vergonçosas. El día que
faltare en las mugeres temor de los dioses en secreto y verguença de los
hombres en público, créanme todos que o ellas al mundo o el mundo a ellas
han de acabar. Tanta neçessidad tiene la república que las mugeres que en ella
quedan sean honestas como los capitanes que dellas salen sean esforçados,
porque yendo la defienden y ellas quedando la conservan.
Avrá quatro años que, passada la pestilençia que vistes, mandé contar el
pueblo, y halle que, de çiento y quarenta mill mugeres de buen vivir, las
ochenta mill murieron, y de diez mill mugeres lupanarias, quasi todas
escaparon. No sé quál llore primero: la falta que nos hazen las buenas en la
república, o el estrago que hazen las malas en la iuventud romana. No haze
tanto daño el fuego del monte Ethna a los que moran en Cicilia como sola una
mala muger haze en los barrios de Roma. Fiero animal y peligroso enemigo es
la desonesta muger en la república, porque es poderosa para traer mucho mal y
no es capaz para encaminar algún bien.
¡O, quántos reynos y reyes leemos ser perdidos por el mal recabdo de una
muger, para los quales remediar fueron menester la cordura, peligro, hazienda
y esfuerço de muchos hombres! Todos los viçios en una muger son como vara
verde que dobla, mas la soltura y desvergüença es como palo seco que
quiebra. De manera que las tales, quando más más podránse soldar, mas nunca
jamás endereçar.
Mira, Faustina, no ay criatura que más desee honra y menos tenga con que la
ganar que es la muger. Y que esto sea verdad, véase por iustiçia. Un hombre
con orar, escrevir, caminar, conquistar, se haze famoso; pero la muger yo no sé
con qué si no es con hilar o parlar. Hasta agora, en las escripturas antiguas de
pocas o ninguna leemos que por escrevir, leer, hablar, hilar, coser, texer,
amasar dexasen de sí gran fama. Pero, como digo lo uno, diré lo otro: por
cierto de muchas leemos que por ser retraídas en sus casas, occupadas en sus
offiçios, templadas en sus palabras, fieles a sus maridos, recatadas en sus
personas, pacíficas entre sus vezinos, y finalmente siendo honestas entre los
suyos y vergonçosas entre los estraños, alcançaron gran fama en la vida y
dexaron de sí eterna memoria en la muerte.
Diréhos una antigüedad tan provechosa para atajar agora a nuestros viçios
como fue entonçes para augmentar las virtudes, y es ésta. El reyno de los
lacedemonios (según cuenta el divino Platón) estuvo en un tiempo tan
dissoluto por la dissoluçión de las mugeres como infame por la crueldad de los
hombres; y era en tanta manera, que de todas las naçiones eran llamados
Bárbaros de los Bárbaros, como a su madre la Greçia llamavan Philósopha de
los Philósophos.
Licurguio, muy sabio philósopho en el saber y muy iusto rey en el governar, lo
uno con su doctrina muy sana y lo otro con su vida muy limpia, hizo leyes en
aquel reyno, con las quales desentrañó todos los viçios y enxirió todas las
virtudes. No sé quál fue más dichoso de los dos: el Rey en tener pueblo tan
obediente, o el reyno el alcançar rey tan iustiçiero. Entre las otras leyes muy
famosas hizo ésta de las mugeres: él mandó que a ninguna hija el padre dexase
dote moriendo, ni le diese casamiento viviendo. Avíanse de casar no por ricas,
sino por buenas; no por hermosas, sino por virtuosas. Y como agora se quedan
por casar muchas pobres, assí entonçes se quedavan por infames y viçiosas.
¡O, tiempo digno de ser deseado, en el qual las mugeres no esperavan en la
hazienda por sus padres ganada, sino en la virtud por sus personas adquirida!
Y torno a dezir que era aquel tiempo el siglo dorado, en el qual ni la hija temía
ser desheredada del padre en vida, ni el padre moría con lástima de dexarla sin
remedio en la muerte.
¡O!, Roma, maldito sea el primero que a tu casa truxo oro, y maldito sea el
primero que en tus erarios athesoró thesoros. ¿Quién ha hecho a Roma estar
tan rica de riquezas y tan pobre de virtudes? ¿Quién ha hecho que se casen las
hijas de los villanos y se queden por casar las hijas de los senadores? ¿Quién
ha hecho que a la hija del rico la pidan, ella no queriendo, y a la hija del pobre
no la quiera nadie, ella lo rogando? ¿Quién ha hecho que antes se case una con
quinientos sexterçios, que otra con diez mill virtudes? Pues no diremos que
aquí la carne vençe la carne; antes la humanidad es vençida de la maliçia,
porque un cobdiçioso más quiere oy a una muger rica y fea que a no a otra
pobre y hermosa.
¡O!, malaventuradas las madres que paren, y más malaventuradas las hijas que
nasçen, a las quales para averlas de casar, ni les resçiben en cuenta la sangre
de sus passados, el favor de sus parientes, la cordura de sus obras, la
hermosura de sus personas, ni la limpieza de sus vidas. ¡O!, siglo maldito, en
el qual la hija del bueno se ha de tener por dicho que, si no tiene dinero, no ha
de hallar marido. Pues no solía ser assí, porque en los tiempos antiguos,
quando se tractavan casamientos, primero hablavan de las personas y después
entendían en las haziendas. No como agora en este tiempo maldito, que
primero se habla de la hazienda y a la postre de la persona. Por semejante, en
aquel siglo dorado, primero hablavan de la virtud de la persona, y después que
eran casados, como de burla, hablavan en la hazienda.
Quando Camillo triumphó de los gallos, no teniendo más de un hijo, y era tal,
que por el merescimiento de su persona y por la fama de su padre deseavan
muchos reyes tomarle por hijo y muchos senadores elegirle por yerno. Siendo,
pues, ya el hijo de edad de treinta años y el padre de más de sesenta, era muy
importunado de parientes naturales y de reyes estrangeros le quisiese casar, y
él siempre desechava los consejos de los amigos y las importunidades de los
estrangeros. Preguntado por qué no se determinava en algún casamiento, pues
de allí se siguiría vida assosegada al moço y reposada senectud al viejo,
respondió estas palabras: «No caso ni casaré a mi hijo, porque unos me han
offresçido hijas ricas; otros, hijas generosas; otros, hijas moças; otros, hijas
hermosas; y ninguno me ha dicho: 'Yo hos daré una hija virtuosa'.» Por cierto
Camillo aquel triumphó por lo que hizo y meresçe eterna memoria por esto
que dixo.
Quiérote dezir, Faustina, que todo esto he dicho porque veo que llevas a tu hija
a los theatros, la subes al Capitolio, la fías entre los gladiatores, la dexas ver de
los pantomimos, y sobre todo, no te acordando que ella es moça y tú no eres
vieja, hos andáis desmandadas por las calles y riberas. No lo afeo porque
pienso tu hija ser mala, sino porque le das occasión a que no sea buena.
Créeme, Faustina, que en este caso de la carne ni confíes de moços ni esperes
en viejos, porque no ay más virtud en todos de quanto huyen las occasiones
todos. Por eso las vírgines vestales están ençerradas entre paredes, por huir las
occasiones de las plaças. No por más locas se apartan, sino como más cuerdas
huyen.
No diga el moço «Soy moço y virtuoso», ni diga el viejo «Soy viejo y muy
cansado», porque necessario es las estopas secas quemarse en las brasas y el
palo verde humear entre las llamas. Quiero dezir que el hombre, aunque sea
diamante engastonado entre los hombres, de necessidad se ha de regalar como
çera al calor de las mugeres. No podemos negar que al fuego, aunque le quiten
la leña y le maten las brasas, no queden siempre ardiendo las piedras. Por
semejante manera, a esta carne enconada, aunque la castiguen con
enfermedades, y se sece por muchos trabajos, y se consuma con los muchos
años, siempre queda el rescoldo de la concupisçençia en los huesos.
¿Qué menester es blasonar de la virtud y negar nuestra naturaleza? Por cierto
no ay cavallo tan desolado ni manco, que vistas las yeguas no dé un par de
relinchos; ni ay viejo tan viejo, ni moço tan virtuso, que vistas las moças no dé
un par de sospiros. En las cosas voluntarias, yo no niego que uno no pueda ser
virtuoso, mas las cosas naturales confiésese cada uno ser flaco. Quando le
quitaren la leña al fuego, dexará de quemar; quando viniere el verano, dexará
el invierno de se erizar; quando hiziere calma en la mar, se dexarán las aguas
de se ensobervesçer; quando se pusiere el sol, dexará al mundo de alumbrar.
Quiero dezir que entonçes, y no antes, la carne nos dexará de dar pena quando
la viéremos tapiada en la sepultura. De carne nasçimos, en carne vivimos, en
la carne morimos; de donde se sigue que antes se acabará nuestra vida buena
que no nuestra carne mala.
Muchas vezes los buenos manjares se asturan en las malas caçuelas y los
buenos vinos saben al mal lavado de las cubas. Quiero dezir que por muy
açendradas y heroicas que sean las obras de nuestra vida siempre han de saber
a la mala pega de esta carne flaca. Esto digo, Faustina, porque si a la
cresçiente de la carne no puede resistir la presa hecha de argamasa de viejos,
¿cómo la resisterá la estacada texida de mimbres muy tiernos? El yugo que no
ha suffrido la vaca, menos lo suffrirá la ternera, y por semejante si tú no te vas
a la mano, siendo madre, no se irá ella, siendo tu hija. Las matronas romanas,
si quisieren criar bien sus hijas, han de guardar estas reglas: quando las vieren
andar, hanles de quebrar las piernas; si quisieren mirar, sacarles ojos; si
quisieren oýr, ataparles los oídos; si quisieren dar o tomar, cortarles las manos;
si osaren hablar, coserles las bocas; y si intentaren alguna liviandad,
enterrarlas vivas; porque a la hija mala le han de dar en dote la muerte y en
axuar los gusanos y por casa la sepultura.
Mira, Faustina, yo te aconsejo, si quisieres a tu hija aver buen gozo della,
quítale las occasiones con que puede ser mala. Para apoyar una casa son
neçessarios muchos postes, a la qual quitando una sola columna darán con ella
en tierra. Quiero dezir que son tan flacas las mugeres, que con mill guardas
apenas se guardan, y con una muy pequeña occasión todas se pierden. ¡O!,
quántas fueron malas no porque lo quisieran ser, sino que se pusieron en tales
occasiones a que no pudieron menos hazer. En mi mano está entrar en la
batalla, pero no está en mi mano alcançar la victoria; en mi mano está entrar
en la mar, pero no está en mi mano escapar el peligro; en su mano está de la
muger ponerse en la occasión, pero después de puesta perdone que ya no está
en su mano de librarse de culpa.
Capítulo XXXVII
Cómo prosigue el Emperador su plática y avisa a Faustina que quite a su hija
de las occasiones, y que no la fíe aun de sus muy propinquos parientes, y
nótese bien todo.
Por aventura dirásme, Faustina, que ninguno puede hablar a tu hija Lucilla sin
que tú los oyas, ni verla sin que tú los veas, ni asconderse sin que tú los halles,
ni hazer conçierto sin que tú lo sientas. ¿Y agora sabes que los que mal se
quieren con la lengua se deshonran, y los que de coraçón se aman sólo con el
coraçón se hablan? El amor nuevo en la sangre nueva que retoñece en la
primavera de la iuventud es ponçoña que luego se derrama por las venas,
yerva que luego prende en las entrañas, pasmo que luego torpeçe los
miembros, landre que luego mata los coraçones y fin que da fin a todos los
cuerdos.
No sé lo que digo, aunque siento lo que quiero dezir, porque jamás blasoné del
amor con la lengua que no estuviese muy lastimado de dentro en el ánima.
Dize Ovidio en el libro Del arte de amar: «Amor es un no sé qué, viene por no
sé dónde, embíale no sé quién, engéndrase no sé cómo, conténtase no sé con
qué, y siéntese no sé quándo, y mata no sé por qué; y finalmente, el enconado
amor sin romper las carnes de fuera nos desangra las entrañas de dentro.» Yo
no sé qué se quiso dezir aquí Ovidio, pero sé que quando dixo estas palabras,
tan desterrado estava su coraçón de sí, quanto yo estoy agora de mí. ¡O!,
Faustina, los que bien se quieren dende las atalayas de sus coraçones ahuman,
entre sueños razonan y por señas se entienden. Las muchas bozes de fuera es
señal del poco amor de dentro, y el mucho amor de dentro pone silençio de
fuera. Las entrañas abrasadas de dentro en amores hazen enmudesçer de fuera
las lenguas, y el que passa en amores su vida ha de tener cosida la boca.
Y porque no pienses que te digo hablillas, quiero probar esto por muy antiguas
historias. Hallamos por nuestras antigüedades que el año de dozientos y
setenta que Roma se fundó, Ethrusco, moço romano, era mudo, y Verona,
linda dama latina, era muda; los quales dos, de verse en el Monte Celio en
unas fiestas se enamoraron, y no de burla, porque fueron tan derretidos sus
coraçones para los amores quan atadas sus lenguas para las palabras. Cosa
maravillosa entonçes de ver y espantosa aquí de contar, que la moça venía de
Salon a Roma y él yva de Roma a Salon muchas vezes por espaçio de treinta
años sin que alguno lo sintiese ni jamás ellos se hablasen, hasta que murió el
marido de la latina y la muger de Ethrusco. Y, descubierto el negoçio,
tractaron entre sí casamiento. Estos dos mudos huvieron un hijo del qual
descendió el venturoso linaje de nuestros Scipiones, los quales fueron más
sueltos en las armas que sus padres en las lenguas. Pues mirad esta cosa tan
alta, que a estos dos mudos para remediar sus amores poco aprovechara si les
cortarán sus lenguas y no les sacaran sus coraçones.
Pues más hos diré, que Massinisa, noble cavallero numidano, y Sophonisa,
noble señora de Carthago, de verse solos en una escalera, él declarando su
deseo a ella y ella cognosçido su deseo dél, quebrados los remos del temor y
alçadas las áncoras de la vergüença, luego las velas de los coraçones
amaynaron y las naos de sus personas una con otra envestieron. Podemos de
aquí collegir que la primera vista de los ojos y el cognosçimiento de sus
personas y la liga de sus coraçones y el matrimonio de sus cuerpos y la
perdiçión de sus estados y la infamia de sus famas en un día, en una hora, en
un momento y en un paso de escalera se conçertó.
¿Qué más queréis que diga a este propósito? ¿No sabéis que Helena griega y
Paris troiano, siendo ambos de estrañas naçiones y de tan remotas tierras, de
sola una vista que se vieron en un templo quedaron sus voluntades tan
conglutinadas, que para él la captivar y ella ser su prisionera, en Paris paresçió
poca fuerça y en ella menos resistençia? De manera que estos moços, el uno
procurando vençer y la otra dexando ser vençida, Paris fin para su padre y
Helena infamia para su marido, y ambos muerte para sí, perdición para sus
reynos y escándalo para todo el mundo de una sola vista causaron.
Quando el Magno Alexandro quiso dar la batalla a las amazonas, viniendo la
reyna capitana dellas, no menos hermosa que esforçada, a vistas con él a
riberas de un río, por espaçio de una hora se miraron con los ojos sin se hablar
palabra con sus lenguas, y tornados a sus reales la feroçidad de capitanes
tornaron en regalo de enamorados.
Quando Pyrrho, fiel defensor de los tarentinos y famoso rey de los epirotas,
estava en Italia, vino a la ciudad de Partínoples, en la qual se probó jamás
antes ni después aver estado más de un día. A la sazón era señora de aquella
çiudad Gemellina, de alto linaje en sangre y muy estimada en hermosura. De
solo aquel día, la triste quedó preñada, y en toda Italia infamada, y de la
ciudad fue expellida, y aun después que parió por manos de un su hermano fue
muerta.
Cleopatra en la provinçia de Bithynia, en el bosque de Scethin hizo un muy
famoso combite a Marco Antonio, su amigo, y aunque ella no era muy
honesta, pero traýa a las suyas muy retraídas. Pues como durase el combite
hasta gran parte de la noche, y en el bosque huviese mucha espessura, diéronse
tan buena maña las moças en asconderse y la iuventud romana en descubrirlas,
que de sesenta hijas de senadores, las çinqüenta y çinco entre las espinas se
hizieron preñadas; la qual cosa puso mucho escándalo en el pueblo y
augmentó la infamia de Cleopatra y desminuyó el crédito de Marco Antonio.
Pues como digo de estas pocas, podría dezir de otras muchas.
No todos los hombres son hombres, ni todas las mugeres son mugeres. Dígolo
por lo que quiero dezir, toque a las que tocare y entiéndanme las que pudieren.
Ay unas naos tan livianas, que con muy poco viento navegan; y ay unos
molinos tan sotiles, que con muy poca agua muelen. Quiero dezir que ay unas
mugeres tan peligrosas, que como vidrio de un papirote las quiebran y,
tentadas, en muy poquito lodo resbalan. Dirásme, Faustina, que a tu hija no la
dexas hablar sino a sus tíos y acompañar sino a sus primos. Dígote en este
caso que tanto engaño tiene la madre como peligro corre la hija. ¿Y agora
sabes que el fuego de brasas vivas no sólo no perdona la leña verde ni seca,
mas aun las piedras duras consume? ¿No sabes que la repentina hambre de los
animales a los hijos que parieron de sus entrañas despedaçan con sus dientes?
¿No sabes que en todas las cosas los dioses dadores de la ley pusieron ley, sino
en los amores, porque no suffren ley los enamorados? Y por cierto es iusto que
pues Roma no condemna a los locos porque careçen de juizio, los dioses no
den pena a los enamorados, pues los privaron de sentido.
¿No sabes que, siendo yo censor, una hija parió de su padre, y una madre de su
proprio hijo, y una sobrina de su proprio tío, y di por sentençia que los padres
fuesen echados a los leones, y a los hijos enterrasen vivos, y lo que dellos
nasció quemasen en el campo Marcio? Fue el caso tan horrendo de oýr, que de
mis ojos aquellos malditos hombres no pude ver, y por mis edictos mandé que
ninguno en ello más osase hablar. Y si a los hombres fue este caso en espanto,
por cierto a las matronas romanas deve ser castigo, pues si el fuego del padre
xamuscó a la hija, ahumó los parientes y quemó a sí mesmo, ¿entiendes si se
hallara çerca alguna prima o cuñada, aquellas llamas tan vivas de la
concupisçençia dexaran de envestir en ella por ser parienta?
Si esta carne rixosa se subiectase a la razón, bien sería que tu hija libremente
hablase con sus primos, pero pues la passión de la carne en tal caso da coçes a
la razón, aconséjote que no la fíes ni aun de sus hermanos. Verás por
experiencia que en la madera seca se cría la carcoma que desentraña la mesma
madera, y en la ropa nasce la polilla que roe la mesma ropa. Quiero dezir que a
las vezes el hombre en su mesma casa cría a quien después le quita la honra.
Todo lo sobredicho toma, Faustina, por aviso, y estas últimas palabras te doy
por consejo. Si quieres quitar de ti cuidado y de tu hija peligro, occúpala
siempre en algún trabajo. Quando las manos están occupadas en algunos
buenos exerçiçios, entonçes los coraçones están vazíos de vagabundos
pensamientos. Cada liviandad cometida en la iuventud derrueca una almena
del omenaje de nuestra vida, mas la ociosidad do entra es enemigo que abre a
todos los vicios la puerta.
¿Quieres ver, Faustina, de dónde viene oy la perdición en las donzellas
romanas, que no son nascidas y ya presumen de enamoradas? Pues oye, que
yo te lo diré.
Las cuitadas, con el descuido del padre y con el regalo de la madre, dexando el
iusto trabajo y tomando la iniusta holgança, de los ociosos momentos y
demasiados pensamientos, desmándanseles los ojos, altéraseles el iuyzio,
estragáseles la voluntad; y finalmente pensando ser blanco do assestan los
enamorados, quedan hechas terrero común para todos los traviesos. Y
concluyo que no ay cosa que más rechaçe en este iuego la pelota del
pensamiento que es la mano puesta en la obra.
Capítulo XXXVIII
Cómo el Emperador Marco criava las infantas, y de una plática que hizo a
Faustina. Habla del cuidado que han de tener los padres en casar a sus hijas y
presto.
Pues Marco, el buen Emperador, teniendo el juizio muy claro y el seso muy
reposado, era muy recatado en las cosas passadas, prudente en las presentes y
cauto en las por venir; viendo que la perdiçión de los príncipes está en querer
totalmente darse a las cosas agenas, olvidando las suyas proprias, por entender
en las suyas, no curando de las agenas, estava tan reçíproco su coraçón, que ni
los altos negoçios del Imperio le divertían a no entender en los ínfimos de su
casa, ni por todos los de su casa dexava de expedir uno del Imperio. Esto digo
porque tuvo el Emperador quatro hijas, cuyos nombres eran Lucilla, Porsena,
Macrina y Domicia, las quales salieron a la madre en ser muy hermosas,
aunque no al padre en ser honestas y cuerdas. Y puesto que las tenía con las
ayas fuera de su presençia, por cierto siempre las tenía en su memoria, y
quantos más años en edad avía la hija, tanto mayores cuidados crescían en el
coraçón del padre. Y quando las infantas llegavan a edad complida, ya el buen
padre las esperava con el remedio.
Era loable costumbre, aunque no ley, que las hijas de los offiçiales del Senado
se casasen con liçençia del Emperador, y las hijas del Emperador en sus
casamientos se tomase el paresçer del Senado. Pues como una de las infantas
tuviese edad, y aun voluntad, de se casar, y Marco su padre viese oportunidad
para su deseo complir, porque estava enfermo mandó a Faustina que ella
communicase en el Senado, la qual con todas sus fuerças lo contradixo, porque
de secreto ella tractava otro casamiento. Y en lo público excusava su culpa
diziendo ser de tierna edad la infanta y que, dando vida los dioses al padre,
asaz edad para todo le quedava a la hija, lo qual, como el Emperador lo
sintiese, llamóla cabe la cama a do estava malo y díxole estas palabras:
Muchas cosas se dissimulan en las personas particulares, la menor de las
quales no se sufre en los que están por atalaya de todos. Nunca es bien
obedesçido el príncipe si no tiene buen crédito con el pueblo. Dígolo,
Faustina, porque hazes uno en secreto y dízesme otra cosa en público, lo qual
deshaze el crédito de tan gran señora y afrenta la autoridad de tan alto
Emperador. Si mis buenos deseos hallan en tu coraçón siniestros para el bien
de tus hijos proprios, ¿cómo esperará ninguno de ti buenas obras para los hijos
estraños? ¿Hate paresçido que es mejor dar la infanta a los que la piden a su
madre y negarla a los que tiene elegidos su padre?
Cierto por ser muger meresçes perdón, mas en ser madre augmentas la culpa.
¿Y no sabes que esos casamientos son guiados por fortuna y éstos por
cordura? A los que piden las hijas a sus padres, créeme que más tienen los ojos
en su utilidad propria que el coraçón en el bien ageno. Oýte dezir una vez que
tú parías las hijas, mas que los dioses las casavan, pues las dotavan de
admirable hermosura.
¿Y no sabes que la hermosura de las mugeres en los estraños pone deseo, en
los vezinos sospecha, en los mayores fuerça, en los menores embidia, en los
parientes infamia y en la mesma persona peligro?: con gran trabajo se guarda
lo que por muchos se desea.
Por cierto te torno a dezir que la hermosura de las mugeres no es sino un
señuelo de vagabundos y un despertador de livianos, a do de los deseos agenos
depende la fama propria. Yo no niego que los livianos más buscan para sus
casamientos una muger hermosa de cara que otra de honesta vida. Pero
también digo que la muger que se casa por sola hermosa espere en la vejez
tener mala vida. Infallible regla es lo que fue muy amado por hermoso ser muy
aborreçido por feo.
¡O, a quánto trabajo se offreçe el que con muger hermosa se casa! Hale de
suffrir su sobervia, porque hermosura y locura siempre andan en compañía.
Hale de suffrir sus gastos, porque locura en la cabeça y hermosura en la cara
son dos gusanos que roen la vida y gastan la hazienda. Hale de suffrir sus
renzillas, porque toda muger hermosa quiere sola mandar en casa. Hale de
suffrir sus regalos, porque toda muger hermosa en plazeres quiere passar la
vida. Hale de suffrir sus pundonores, porque toda muger hermosa a todos
quiere ser antepuesta.
Finalmente, el que casa con hermosa aparéjese a mucha malaventura, y diréte
por qué. Por cierto no fue tan cercada Carthago de los Scipiones, como la casa
de la muger hermosa de los livianos.
¡O, triste de marido que, estando quieto su spíritu y dormiendo su cuerpo, le
andan rondando la casa, assechando su persona, ogeando las ventanas,
escalando las paredes, pintando motes, tañendo guitarras, velando las puertas,
tractando con alcahuetas, destejando los tejados, y aguardando los cantones!
Las quales cosas todas, caso que assesten a blanco de muger hermosa, pero
descargan en el terrero de la fama del triste marido. Y que esto sea verdad,
pregúntalo a mí, que casé con tu hermosura, y pregúntalo a mi fama, que tal
anda por toda Roma.
Mucho digo, pero créeme que más siento. Ninguno se quexe de los dioses
porque le dieron muger fea entre sus hados. La plata blanca no se labra sino en
pez muy negra, y el árbol muy tierno no se conserva sino con la corteza muy
áspera.
Quiero dezir que el hombre, teniendo la muger fea, tiene la fama segura.
Escoga cada uno lo que quisiere. Yo digo que el hombre que se casa con
muger hermosa hecha en almoneda la fama y pone en peligro la vida. Toda la
infançia de nuestros passados era en habituarse a las armas; oy todo el
passatiempo de la iuventud romana es servir a damas. El día que una es
publicada por hermosa, dende aquel día la tienen todos en reqüesta, ellos
trabajando de la ver y ella no rehusando ser vista. Dígote, Faustina, que nunca
vi en donzella romana gran fama de hermosura que de hecho o sospecha no se
le siguiese infamia de su persona.
En lo poco que he leído he visto hazer mençión de muchas hermosas, griegas,
latinas, spartas, egypcias y romanas, y no las ponen en los memoriales porque
fueron hermosas sino por grandes peligros a ellas y tristes casos a otros por su
hermosura en aquellos tiempos acontesçieron. De manera que por su
hermosura eran visitadas en su tierra y por su infamia infamadas por todo el
mundo.
Quando aquel reyno de los pennos, tan fortunoso en riquezas como desdichado
en armas, se regía su república por muy sabios philósophos y se sustentava
con diestros mareantes, Arimino philósopho tan estimado fue açerca de los
pennos como Homero entre los griegos y Cicerón entre los romanos. Desde
que los dioses le emprestaron al mundo por vida y le tornaron a llevar por
muerte fluieron çiento y veinte y dos años, los ochenta de los quales aquella
dichosa edad fue regida por este varón de tan reposado juizio. Fue tan remoto
de las mugeres quan propinquo a los libros. Pues viéndole su Senado
quebrantado en las cosas públicas y descuidado en las recreaçiones naturales,
rogáronle con gran instançia se quisiese casar, porque de tan señalado sabio
quedase memoria para los siglos advenideros; y, como fuese tan grande la
importunaçión del Senado como su resistençia, respondió: «No quiero
casarme, porque si es fea, téngola de aborreçer; si rica, de suffrir; si pobre, de
mantener; si hermosa, de guardar.
Pues cualquiera de estas landres abasta para matar mill hombres.» Con estas
palabras se excusó aquel sabio, el qual en la vejez con los grandes estudios
perdió la vista de los ojos, y la soledad de los libros dulces le constriñó a
tomar compañía de muger penosa; y parióle una hija, de la qual descendieron
los Amílcares carthaginenses, competidores de los Scipiones romanos, los
quales tuvieron no menor esfuerço para defender a Carthago que los nuestros
fortuna para augmentar a Roma.
Dirásme, Faustina, que en tus hijas no puede caer tal sospecha, porque su
virtud socorrerá al peligro y su honestidad segurará la persona. Quiérote
descubrir un secreto: no ay cosa que tan avivadamente sea acometida como la
muger que con castas guardas y feminil vergüença está cercada. Tibiamente se
desean y floxamente se procuran las cosas que fácilmente se alcançan. No ay
cosa más cierta que el bien ageno ser materia para el mal proprio. ¿Y agora
sabes, Faustina, que las damas honestas son por nuestra maliçia más
requeridas? Por cierto, su vergüença y retraimiento saetas son contra nuestra
honestidad.
No leemos que la sangre, riqueza ni hermosura de la desdichada matrona
Lucrecia combidase a nadie la desear; mas antes la serenidad del rostro, la
gravedad en la persona, la pureza en la vida, el recogimiento de su casa, el
exercicio del tiempo, el crédito entre los vezinos, la gran fama con los estraños
despertaron al loco Tarquino a cometer el forçoso adulterio. ¿Y de dónde
piensas que viene esto? Yo te lo diré: porque somos tan malos los malos, que
usamos mal del bien de los buenos, y esto no es culpa en las damas romanas;
antes, con los immortales dioses su serena honestidad accusará nuestra cruda
maliçia.
Dízesme, Faustina, que es muy moça para ser casada. ¿No sabes que el buen
padre a los hijos ha de doctrinar dende niños y a las hijas remediar dende
niñas? Por cierto, si los padres fuesen padres y las madres fuesen madres, el
día que los dioses les dan una hija en el mundo, luego avían de dar al coraçón
un ñudo çiego, el qual nunca avía de ser desatado hasta el día que diesen a su
hija marido. Por no las querer los padres de avaros dotar y las madres de
altivas quererlas mejor casar, el uno por lo uno y el otro por lo otro, pássanse
los días y vanse las hijas a envegescer, y de esta manera para casadas ya son
viejas, para morar solas son moças, para servir ya son muy mugeres, ellas
viven con pena, los padres con cuidado y los parientes con sospecha si se ha
de perder.
¡O!, quántas damas he yo cognosçido hijas de grandes senadores no por falta
de dote en la hazienda ni virtud en la persona, sino por un descuido de agora
más agora. Repentinamente aparesçió la muerte en los padres y desaparesçió
el remedio en las hijas. De manera que los unos fueron con tierra cubiertos
siendo muertos y los otros sepultados con olvido siendo vivos. Miento si no
leý en las leyes de los rhodos, hablando del casar los hijos, estas palabras:
«Mandamos que el padre por casar diez hijos no trabaje un día, mas por casar
una hija virtuosa trabaje diez años, çufra el agua hasta la boca, sude gotas de
sangre, are con los pechos, desherede todos los hijos, pierda la hazienda y
aventure la persona.» Palabras fueron éstas de esta ley piadosas a las hijas y no
graves a los hijos, porque diez hijos en ley de hombres se obligan a descobrir
todo el mundo, mas una hija en ley de buena cabe no salir de una casa.
Pues más te diré, que como todas las cosas instables amenazen caída, esto
acontesçe en las donzellas de poca edad, las quales todo el tiempo tienen por
superfluo y malo hasta el día de su casamiento. Homero dize ser costumbre en
las señoras de Grecia contar los años de su vida no dende que nascieron, sino
dende que se casaron, de manera que preguntada una greciana qué años avía,
respondía «Veinte», si veinte avía que era casada, y no «Quarenta», si quarenta
avía que era nasçida, affirmando dende que tiene casa de regir y mandar desde
aquel día comiençan a vivir.
El melón que después de maduro está en el melonar no escapa de calado o
hurtado.
Quiero dezir que la donzella que está mucho por casar, que de robada o de
infamada no puede escapar. No quiero más dezirte, sino que como en
madurando la viña luego le ponen viñadero y cavaña, assí por semejante,
llegada a edad, la muger tiene necessidad de marido o guarda, y el padre que
esto haze de su casa echa el peligro, de sí sacude el cuidado y a su hija da
contentamiento.
Capítulo XXXIX
De la muerte de Marco Emperador, y de la enfermedad, y edad, y adónde
murió.
Viejo ya Marco, no sólo por la edad, mas aun por los grandes trabajos que avía
passado en las guerras, en el año décimo octavo de su imperio, y sesenta y dos
de su edad, y de la fundación de Roma de seteçientos y doze, como estuviese
en la guerra de Pannonia, que agora se llama Ungría, con su hueste y
Cómmodo, su hijo, sobre una ciudad que se llamava Vendebona. Era ciudad
riparia, y que tenía quatro mill huegos, y como era en el invierno, y las aguas
fuesen muchas, y la humidad mayor, y estuviesen en el campo, en las tres
calendas de januario, súbitamente una noche, andando con las centinelas en
torno de sus reales, le dio una enfermedad de perlesía en un braço, de manera
que no sólo no podía tirar la lança, mas ni aun sacar la espada ni vestirse la
ropa.
Cargado, pues, el buen Emperador de días, y no menos de cuidados, y
erizándose más el invierno, sobreviniendo muchas nieves y enfriándose más la
tierra, recresçióle otra enfermedad que se llama litargia, la qual cosa puso en
los bárbaros gran osadía, en su hueste mucha tristeza, en su persona peligro y
en sus amigos sospecha de su salud. Hechas, pues, en él todas las experiençias
que por medicinas se pueden hallar, y como en semejantes y tan altos señores
se suelen hazer, no le aprovechava alguna cosa, y la razón de esto era porque
la enfermedad era grave y él en días cargado, la tierra le era contraria y el
tiempo no le ayudava, y aun él no muy bien se regía. Y como los hombres de
honra tengan en más la honra que la vida, y quieran más morir con honra que
no deshonrados vivir, y por assegurar la honra aventuran cada hora la vida, y
quieran más una hora de honra que çien mill años de vida, muchas noches se
hazía traer por los reales y yva a ver las escaramuças, y quería dormir en el
campo, lo qual todo no era sin gran peligro de su vida y sin gran trabajo de su
persona.
Acaesçió un día que, estando el Emperador con gran fiebre después de una
flebotomía, oyó gran ruido en el real de bozes y armas, y era que los suyos
traýan una cavalgada de ganado y los bárbaros enemigos saliéronsela a quitar.
Los unos por lo defender, los otros por lo llevar; los romanos con la hambre
que tenían queríanlo llevar, los úngaros porque lo avían criado queríanlo
resistir.
Envestieron unos con otros y travóse de tal manera el ruido, y fue tan cruda de
una parte y de la otra la porfía, que de los romanos murieron çinco capitanes,
el menor de los quales valía más él y su vandera que toda la cavalgada. De
parte de los úngaros, fueron sin comparaçión más los hombres que les mataron
que los ganados que les truxeron. Por cierto, según la crueldad que allí se hizo
y poco provecho que de allí se sacó, a los romanos yva poco en traer la
cavalgada y a los pannonios menos en resistirla.
Visto por el Emperador el mal recaudo, y que él, por estar sangrado y con gran
calentura, no se avía podido hallar en ello, diole de súpito tanta tristeza en el
coraçón, que le vino un desmayo del qual pensaron que fuera muerto.
Estúvose assí tres noches y dos días, sin querer ver luz del çielo ni hablar a
persona de la tierra. El calor era grande, las vascas mayores, la sed mucha, el
comer poco y el dormir ninguno; la cara amarilla y la boca negra; a tiempos
alçava los ojos, otras vezes iunctava las manos; callava siempre y sospirava
contino; tenía la garganta muy seca, que no podía escupir, y los ojos muy
húmidos de llorar.
Era gran compassión ver su muerte y gran lástima ver la confusión de su casa
y la perdiçión de la guerra. Ninguno osava verle, ni menos hablarle. Panucio,
secretario suyo, doliéndole de coraçón su muerte, una noche en presençia de
todos díxole estas palabras.
Capítulo XL
De una plática que hizo Panuçio al Emperador Marco, su señor, estando en la
hora de la muerte, en la qual le reprehende porque teme la muerte.
¡O!, Marco, señor mío, ya no ay lengua que calle, ni coraçón que lo suffra, ni
ojos que lo dissimulen, ni seso que lo permitta. La sangre se me yela, los
nervios se me secan, los poros se me abren, y el ánima se me arranca, y las
coyunturas se me descoyuntan, y el spíritu se me desmaya por no tomar para
ti, que eres sabio, el consejo que davas tú a otros simples. Véote, señor, morir,
y bien vees tú quánto a mí me puede y deve pesar de tu muerte, pero lo que en
el coraçón siento es que viviste como sabio y agora mueres como simple. Diez
años da de comer un cavallero a un cavallo para que algún día le saque de
peligro y lo que estudia el sabio en muchos tiempos ha de ser para passar la
vida con honra y tomar la muerte con cordura.
Pregúntote, sereníssimo señor: ¿qué aprovecha saber el piloto la carta del
marear y después peresçer en la tormenta? ¿Qué aprovecha al capitán hablar
mucho de la guerra y después no saber dar la batalla? ¿Qué aprovecha al
cavallero tener buen cavallo y caer en la carrera? ¿Qué aprovecha enseñar a
otro el camino llano y él perderse por el barbecho? Quiero dezir: ¿qué
aprovecha en la fuerça de tu vida tuvieses tan poca la vida, que muchas vezes
buscases la muerte y agora que hallaste la muerte lloras por tornarte a la vida?
¡Qué cosas escreví yo, siendo tu secretario, de mi mano propria ordenadas por
tu alto juizio acerca de la muerte! ¿Qué fue ver aquella carta que embiaste a
Claudina sobre la muerte de su marido? ¡Qué cosas escreviste a Antígono
quando se te murió el infante Veríssimo, en la qual tu cordura consolava a tu
tristeza!
¡Qué tan altas cosas escreviste en el libro que embiaste al Senado en el año de
la pestilençia, consolándole de la gran mortandad passada, adonde ponías en
quán poco se avía de tener la vida y qué provecho se nos seguía de la muerte!
Y agora yo, que te vi blasonar de la muerte en la vida, véote agora llorar la
muerte como si tuvieras perpetua la vida. Pues los dioses lo mandan, tu edad
lo requiere, tu enfermedad lo causa, naturaleza lo permitte, Roma lo meresçe,
la fortuna lo consiente, en hados de nosotros cae que ayas de morir, ¿qué as?
Los trabajos que de necessidad han de venir con esforçado coraçón se han de
esperar, porque el coraçón fuerte no siente tanto el combate, y el que es flaco
primero es caído que combatido. Un hombre eres tú, que no dos; una vida te
dieron los dioses, que no dos; y una muerte deves a los dioses, que no dos.
Pues ¿por qué quieres enterrando el cuerpo por una vida tomar dos muertes
con dolores y matando el spíritu con sospiros? ¿Después de tantos peligros, al
tiempo de tomar puerto seguro quieres alçar velas para engolfarte otra vez en
el piélago?
¿Hate corrido el toro, y escapas del cosso acossado, y rehuyes la talanquera de
do tú te agorrocharás seguro? ¿Sales con victoria de la vida y quieres morir en
el alcançe de la muerte? ¿Peleaste sesenta y dos años en el campo de la
miseria y temes agora encastillado en la sepultura? ¿No te despeñaste del risco
en que estava enriscado y tropieças agora por el camino? ¿Tuviste por cierto el
daño de la vida y agora pones dubda en el provecho de la muerte? ¿Entraste en
el campo en desafío con el mundo y quieres bolver las espaldas al tiempo de
echar mano a las armas? ¿Sesenta y dos años has acoçeado la fortuna y agora
çierras los ojos quando te quiere dar alguna herida?
Quiero dezir que, pues de voluntad no te vemos tomar la muerte presente,
tenemos sospecha de tu vida passada. ¿Qué has, sereníssimo príncipe? ¿Por
qué lloras como niño? ¿Por qué sospiras como desesperado? Si lloras porque
mueres, no rieras tú quando vivías, que del mucho reír en la vida viene el
mucho llorar en la muerte. ¿Quieres tú lo que no puedes y no te contentas con
lo que puedes?
¿Los baldíos communes quieres acotar por tus dehesas, los exidos de toda la
república llamas heredad propria? ¿De alcavala de viento quieres hazer iuro
perpetuo?
Quiero dezir: murieron, mueren y morirán todos, ¿y entre todos quieres tú
vivir solo? ¿Quieres tú de los dioses por lo que ellos son dioses, y es que,
siendo tú mortal, te hagan immortal; y que tengas tú por privilegio lo que ellos
tienen por naturaleza? Yo que soy simple pregúntote una cosa, señor mío, a ti
que eres sabio y ançiano: ¿quál es mejor o, por mejor dezir, quál es menos
peor, bien vivir o mal morir? Bien vivir ninguno lo puede alcançar. Por cierto,
hambre, frío, sed, soledad, persecuçiones, çoçobras, desdichas, enfermedades,
disfavores: ésta no se puede llamar vida, sino muerte prolixa. Si un hombre
ançiano hiziese alarde de su vida dende que salió de las entrañas de su madre
hasta que entra en las entrañas de la tierra, y el cuerpo dixese todos los dolores
que ha passado, y el coraçón descubriese todos los golpes de la fortuna,
imagino que los dioses se maravillasen y los hombres se espantasen de cuerpo
que tal ha suffrido y coraçón que tal ha dissimulado. Yo tengo por más cuerdos
a los griegos, que lloran quando nasçen los niños y cantan quando mueren los
viejos, que no a los romanos, que cantan quando nasçen los niños y lloran
quando mueren los viejos. Por cierto, de reír es en la muerte de los viejos, pues
mueren para reír, y de llorar es en el nasçimiento de los niños, pues nascen
para llorar.
Pues la vida queda sentençiada por mala, no queda sino que approbemos todos
la muerte ser buena. ¿Quieres que te diga una verdad? Siempre lo vi, que al
hombre más sabio le falta más aýna el consejo. Todo aquel que quiere guiar
todas las cosas por su paresçer, de necessidad en algunas cosas o en las más ha
de errar.
¡O!, Marco, señor mío, ¿y tú no tenías adevinado que, como enterraste a
tantos, alguno avía de enterrar a ti; y que si viste el fin de sus [164] días, otros
avían de ver el fin de tus años? Pues mi paresçer es que más vale mueras y te
vayas para tantos buenos, que no que escapes y vivas entre tantos malos.
Si sientes la muerte, no me maravillo porque eres hombre, pero maravíllome
que no la dissimulas, pues eres discreto. Los que son de iuyzios claros, muchas
cosas sienten en el coraçón que les da pena, pero dissimúlanlas de fuera por el
pundonor de la honrra. Si toda la ponçoña que está opilada en un coraçón triste
se derramase hecha granos por la carne flaca, ni abastarían paredes para
arrimarnos ni uñas para rascarnos. Por cierto, la muerte es un juego en el qual,
si los jugadores son diestros, aventuran poco y ganan mucho, y miren bien los
que le iuegan que es iuego de maña y no de fuerça, y que también pierden
unos por carta de menos en no temer la muerte, como otros por carta de más
en amar mucho la vida.
¿Qué otra cosa es la muerte, sino una trampa con que se çierra la tienda
adonde se venden todas las miserias de nuestra vida? ¿Y qué perjuyzio nos
hazen los dioses sino de casa pagiza mudarnos a casa nueva? ¿Y qué otra cosa
es la sepultura sino un castillo en que nos encastillamos contra los sobresaltos
de la vida y contra los baibenes de la fortuna? Por cierto más cobdiçia te ha de
poner lo que hallarás en la muerte que lástima lo que dexarás en la vida.
Pregúntote, sereníssimo príncipe: ¿qué es lo que más te pena por lo qual penas
dexar la vida? Si te pena Elia Fabricia, tu muger, porque queda moça, no te
fatigues, que ella bien descuidada está en Roma del peligro en que está tu vida,
y desque lo sepa, yo soy çierto que ella no penará mucho porque te vas, ni tú
deves llorar porque la dexas. Las moças casadas con viejos, al tiempo que
escapan de aquella carcoma, los ojos tienen en qué han de hurtar y el coraçón
con quién se han de casar; y si lloran con los ojos, retóçales la risa en los
pechos. Y no te fíes que la Emperatriz no hallará otro Emperador para se casar,
que las tales, si se determinan, trocarán brocado raído por sayal con pelo.
Quiero dezir que más quieren un pastor moço que un emperador viejo.
¿Tienes pena por los hijos que dexas? No sé por qué, que si a ti pesa porque
mueres, mas les pesava a ellos porque bivías. Apenas ay hijo que no desee la
muerte a su padre: si es pobre, por no le mantener; si es rico, por le heredar.
¿Cantan ellos y lloras tú? ¿Temes la muerte y lloras porque dexas la vida? ¿Y
tú no sabes que tras la noche prolixa viene la mañana húmida, y tras la mañana
húmida viene el sol claro, y tras el sol claro viene el ñublado escuro, y tras el
ñublado escuro viene el buchorno pesado, y tras el buchorno pesado vienen los
truenos espantosos, y tras los truenos espantosos vienen los relámpagos
repentinos, y tras los relámpagos repentinos vienen los rayos peligrosos, y tras
los rayos peligrosos viene el pedrisco importuno, y tras el pedrisco importuno
viene la serenidad alegre? Quiero dezir que tras la infançia viene la pueriçia;
tras la pueriçia, la iuventud; tras la iuventud, la senectud; tras la senectud, la
muerte; y tras la muerte temerosa esperamos la vida segura.
Créeme una cosa, señor, que principio, medio y fin tienen y han de tener todos
los hombres. No me paresçe que es de hombres muy cuerdos desear bivir
muchos años. Por çierto si te tomaran en flor de la yerva, si te apartaran verde
del árbol, si te segaran en la primavera del campo, si te comieran en agraz de
la viña; quiero dezir, si al primero sueño de la iuventud, quando es dulçe la
vida, la salteadora muerte tocara la aldava de la puerta, razón fuera de
quexarte.
Pero agora que está ya la pared desmoronada, la flor marchita, la uva podrida,
la vayna seca, la lança embotada y el cuchillo seco, ¿tienes agora deseo del
mundo, como si nunca huvieras cognosçido al mundo? ¿Sesenta y dos años
has estado preso en la cárçel del cuerpo, y ya de antiguos se te quieren quebrar
los grillos, y tú, señor, quieres hazer de nuevo otros nuevos? Quien no se harta
en sesenta y dos años de bivir en esta muerte o de morir en esta vida, no se
hartará en sesenta mill.
Augusto, el Emperador, dezía que, después de cinqüenta años que los hombres
biven, o se avían de morir o hazer que los matasen, porque hasta allí es la
cumbre de la feliçidad humana: todo lo que más bive se le passa al triste viejo
en enfermedades graves, en muertes de hijos, en pérdidas de hazienda, en
importunidades de yernos, en enterrar amigos, en sustentar pleytos, en pagar
deudas y en otros infinitos trabajos, los quales le valiera más a ojos çerrados
esperarlos en la sepultura que no teniéndolos abiertos suffrirlos en esta vida.
Por çierto fortunado entre los fortunados y muy privado es de los dioses aquel
que en la cumbre de cinqüenta años de vida pierde la vida, porque todo lo
demás va cuesta baxo, no caminando, sino rodeando, tropeçando y cayendo.
¡O!, Marco, señor mío, ¿no sabes que por el camino que va la vida viene la
muerte? ¿No sabes que ha sesenta años que hos buscávades el uno al otro, y tú
partiendo de Roma, do dexas tu casa, y ella saliendo del Illírico, do dexa una
gran pestilençia, hos avéis topado aquí en Pannonia? ¿Y tú no sabes que
quando de las entrañas de tu madre saliste a enseñorear la tierra, luego la
muerte salió de la sepultura en busca de tu vida? ¿Y tú no sabes que, si
honravas los embaxadores de los reynos estrangeros, has de honrar a ésta que
viene de los dioses? ¿Qué señorío pierdes oy en la vida que no le halles mayor
en la muerte?
¿No te acuerdas quando Vulcano, mi yerno, me entoxicó porque estava más
deseoso de mi hazienda que no de mi vida, y tú, señor mío, fuiste con el amor
que me tenías a consolar la muerte de mi triste iuventud, y me dixiste que los
dioses eran crueles en matar a los moços y eran piadosos quando llevavan los
viejos? Y dixísteme más: «Consuélate, Panuçio, que si nasçiste para morir,
agora mueres para bivir.» Pues, sereníssimo señor, lo que me dixiste te digo, y
lo que me aconsejaste te consejo, y lo que me diste te torno. Finalmente, de
aquella vendimia toma esta rebusca.
Capítulo XLI
Cómo el Emperador Marco demandó a Panuçio, su secretario, le diese por
escripto todo lo que la noche antes le avía dicho.
Y como del contentamiento de la voluntad muchas vezes proçeda salud y
assosiego del cuerpo, fue muy satisfecho el Emperador de esta plática, porque
Panuçio se mostró en la eloqüençia grande, en los consejos profundo, delante
los que lo dixo osado, en el modo de dezirlo privado y en el tiempo que lo
dixo buen amigo.
Gran compassión es de los que se quieren morir, porque no ay quien les diga
lo que deven hazer. Todos los que están en torno de la cama, unos le roban los
dineros, otros le hazen benefiçios; unos tienen ojo qué han de heredar, otros
qué les han de dar; unos lloran por lo que pierden, otros ríen por lo que ganan;
y de esta manera el triste, teniendo allí muchos que le hereden, no tiene uno
que le conseje. Cada día lo vemos, que los criados, quando veen que se acaba
la candela de la vida a sus señores, no curan despavilar los viçios, y de aquí
viene que, acabada de morir, comiença luego a heder. Quiero dezir que el fin
de su vida es prinçipio de su infamia.
Todos los que estavan allí, assí de los ançianos criados del Emperador como
de los nuevos capitanes de la guerra, fueron no menos afrentados que
maravillados, y todos loaron lo que dixo y que era meresçedor de quedar por
governador del Imperio. El buen Emperador, todo el tiempo que duró la
plática de Panuçio, no hizo sino derramar lágrimas de los ojos y dar sospiros
del coraçón. Y porque estava muy fatigado no pudo luego responder. Y,
llamando a Panuçio, mandóle [168] que luego escreviese y le diese la plática
porque quería rumiar en ella, porque cosas tan bien dichas no era razón de
olvidarlas. Todo el restante que quedava de la noche lo occupó el secretario en
escrevir lo que avía dicho y otro día diolo al Emperador, lo qual tomado
estuvo assí todo un día que ni le cayó de las manos ni de leerlo los ojos. La
noche, pues, siguiente mandó el Emperador llamar al secretario y en presençia
de todos díxole estas palabras.
Capítulo XLII
De lo que respondió Marco el Emperador a Panuçio, su secretario. Dize
muchas cosa dignas de notar, assí de la muerte como de la vida.
Bien aya la leche que mamaste en Daçia y el pan que comiste en Roma, el
enseñamiento que huviste en Athenas y la criança que tomaste en mi casa,
porque en la vida me serviste y en la muerte me consejaste. Mando a mi hijo
Cómmodo te pague los serviçios, y a los dioses ruego te agradescan los
consejos. Paga de muchos serviçios puede un hombre hazer, mas para un buen
consejo pagar todos los dioses son menester. El mayor y más alto benefiçio
que un amigo puede hazer a otro amigo es en algún arduo negoçio socorrerle
con un buen consejo. Todos los trabajos de la vida son arduos, pero el de la
muerte es muy arduo; todos son grandes, pero éste es muy grande; todos son
peligrosos, pero éste es muy peligroso; todos al fin en la muerte han fin, sino
el de la muerte, que no sabemos qué es su fin. El que está herido de muerte es
como el que está de mal de modorra, que, teniendo el juizio bivo, a ninguno
puede cognosçer, y offreçiéndosele muchas cosas, no puede terminarse en
alguna. Torno a dezir otra vez que es fiel y verdadero amigo el que en tal
tiempo a su amigo socorre con un buen consejo.
Y esto que digo todos los que lo oyeren dirán que es verdad, pero yo hos iuro
que perfectamente ninguno lo puede cognoscer sino quien se viere como yo
me veo agora morir. Sesenta y dos años ha que corro la posta de la vida y
acabando agora de correrla mándanme de nuevo que a ojos çiegas corra la
posta de la muerte. Con todo eso, como no cognosces el mal, no açiertas en la
cura. No está el humor do pusiste los defensivos, no es aquella la fístola do
diste los cauterios, no estava allí la opilaçión a do applicaste los socroçios, no
eran aquellas las venas ado me diste las sangrías; no açertaste bien la herida
ado me cosiste los puntos. Quiero dezir que más y más adentro de mí en mí
avías de entrar para mi mal cognosçer. Los sospiros que da el coraçón, y los da
de coraçón, no piense el que los oye que luego los entiende: solos los dioses
cognosçen las ansias del coraçón que criaron al coraçón. Por cierto muchas
cosas ay en mí que no cognosco yo de mí, quánto más el que está fuera de mí.
¡O!, Panucio, accúsasme que temo mucho la muerte: el temerla mucho,
niégolo, pero temerla como hombre confiéssolo. Por çierto negar yo que no
temo la muerte sería negar que no soy de carne. Vemos que al león teme el
elefante, y al elefante el osso, y al osso el lobo, y al lobo el cordero, y el ratón
al gato, y el gato al perro y el perro al hombre, y sólo se temen porque no se
maten. Pues si los animales rehuyen la muerte, los quales ni temen penar con
las furias ni gozar con los dioses, quánto más nosotros que morimos en dubda
si nos despedaçarán las furias con sus penas, o si nos acogerán los dioses en
sus plazeres. Pero hágote saber que el brío del temor natural de morir le tengo
domado con las sueltas y freno de la razón.
¿Piensas tú, Panuçio, que yo no veo que es agostada ya mi yerva, que es
vindimiada mi viña, que se desmorona mi casa, y que ya no ay sino el hollejo
de la uva y el pellejo de la carne y solo un soplo de toda mi vida? Bien sabes
tú que dende la atalaya miras el exército, dende la ribera echas las redes, dende
la talanquera corres el toro, a la lumbre te toma el frío y a la sombra el enojoso
calor. Quiero dezirte que gorgeas de la muerte teniendo en salvo la vida. ¡Ay
de mí, triste! que agora armado de la mortaja haré armas con la muerte, agora
desnudo de la vida avré de entrar a somorgujo en la sepultura, agora entraré en
el cosso adonde no de toros seré acossado, mas de gusanos seré comido. Y
finalmente véome de donde no puedo huir, y si espero espero morir.
Esto digo porque sepas que lo sé, y sientas que lo siento, y, porque no bivas
engañado, quiérote descobrir el secreto. Las novedades que has visto en mí,
que son aborresçer el comer, tener desterrado el dormir, amar la soledad,
darme pena la compañía, tener descanso en los sospiros y passatiempos en las
lágrimas, ya puedes pensar qué tormenta deve andar en la mar del coraçón
quando tales terremotos y lluvias vemos en la tierra de mi cuerpo. ¿Quieres
que ya te diga por qué está en passamiento mi cuerpo y tan desmayado mi
coraçón?
Hágote saber que por eso siento tanto la muerte, porque dexo a mi hijo
Cómmodo en esta vida en edad peligrosa para él y sospechosa para el Imperio.
En flor se cognosçen las frutas, en çierna se cognosçen las viñas, de potro se
cognosçe el cavallo y dende niño se cognosçe el moço: si será lerdo para la
carga o desbocado para la carrera. Mi hijo Cómmodo en lo poco que es en mi
vida, veo lo muy menos que será después de mi muerte. ¿No sabes por qué lo
digo, que no lo digo sin causa? Es el príncipe mi hijo moço en la edad y moço
y muy más moço en el seso, tiene la inclinaçión mala y no se haze fuerça en
ella, rígese por su seso como si fuese hombre experimentado, sabe poco y no
se da nada por ello, de lo passado no ha visto nada, en lo presente sólo se
occupa. Finalmente por lo que veo agora con los ojos y sospecho con el
coraçón, adevino que muy presto la persona de mi hijo ha de peligrar y la
memoria y casa de su padre ha de peresçer.
Crióle su madre Faustina muy delicado, y por pedregales muy ásperos le
queda de andar mucho camino. Entra agora en las sendas de la moçedad solo y
sin guía:
témome se quede emboscado en la espessura de los viçios. ¡O!, Panuçio, oye
esto que te digo, que no sin lágrimas lo digo. Tú no lo vees que mi hijo queda
rico, queda moço, queda solo, queda libre: de un viento, quánto más de quatro
y tales, caerá tan tierno árbol. Riqueza, moçedad, soledad y libertad quatro
landres son que emponçoñan al prínçipe, enconan la república, matan a los
bivos e infaman a los muertos.
Créeme una cosa, que las muchas graçias requieren para sustentarse muchas
virtudes. De las hermosas se pueblan los burdeles, los más dispuestos se hazen
rufianes, los más esforçados son salteadores, los de muy bivo juizio se tornan
locos y los más sotiles vemos hechos ladrones. Quiero dezir que los que están
vestidos de muchas graçias naturales, si les falta el afforro de virtudes
adquisitas, podémosles dezir que tienen cochillo en la mano con que se hieran,
huego a las espaldas con que se quemen, soga a la garganta con que ahorquen,
puñales a los pechos con que se maten, abrojos a los pies con que se espinen,
pedregales ante los ojos donde tropieçen y tropeçando caigan, y cayendo
pierden la vida y baratan la muerte. Los árboles generosos de los quales
esperamos frutas en el invierno y sombra en el verano, primero çimientan sus
raýzes firmes en las entrañas de la tierra, que sus ramas locas aventuren por el
ayre.
Nota, Panuçio, nota: el hombre que dende su infançia puso delante sí el temor
de los dioses, la vergüença de los hombres, está habituado a virtudes y
acompáñase de virtuosos, mantiene verdad a todos, bive sin periuyzio de
alguno; al tal árbol poder podrá la herizada fortuna hender la corteza de su
salud, tornar marchita la flor de su moçedad, secar las hojas de sus sabores,
coger la fruta de sus trabajos, desrronchar algún ramo de sus offiçios, inclinar
lo más alto de sus privanças, pero por mucho que de todos los vientos sea
combatido, jamás por jamás será derrocado. Por çierto, el padre que tiene hijo
muy dotado de graçias y el hijo por su ruindad las emplea todas en viçios, no
avía de nasçer en el mundo, y después de nasçido, en vida avía de ser
enterrado. ¿Para qué los padres sudan de día y se desvelan de noche por dexar
honra a su hijo, el qual de los dioses compró su padre con sospiros y le parió
su madre con dolores, y le criaron ambos con trabajos, y él sale tal que les ha
de dar mala vejez en la vida y gran infamia después de la muerte?
Acuérdome que el príncipe Cómmodo, siendo moço, y yo siendo viejo, él
siendo mi hijo y yo siendo su padre, contra su voluntad le destetávamos de los
viçios:
témome que yo muerto aborrezca las virtudes.
Acuérdome de muchos que de su edad heredaron el Imperio, los quales todos
fueron tan atrevidos en la vida, que meresçieron renombres de tyrannos en la
muerte.
Acuérdome de Dionisio, famoso tyranno de Tinacria, que assí dava premio a
los que inventavan viçios como nuestra Roma a los que vençían reynos. ¿Qué
mayor tyrannía podía ser en el tyranno que los más viçiosos fuesen sus más
privados?
Acuérdome de los quatro reyes que succedieron al Magno Alexandro: a
Tholomeo, Antíocho, Seleuco y Antígono, a los quales también los llaman los
griegos grandes tyrannos como a su señor gran emperador. Lo que Alexandro
avía ganado con famosos triumphos, ellos lo perdieron por muy viçiosos, y de
esta manera el mundo que partió Alexandro entre solos quatro, vino a manos
de más de quatroçientos.
Acuérdome que Antígono, teniendo en poco lo que a su señor Alexandro avía
costado mucho, era tan liviano en su moçedad y tan atrevido en su reyno, que
por escarnio, en lugar de corona de oro, traýa unas ramas de yedra y en lugar
de sçeptro traýa unas hortigas en la mano, y de esta manera se asentava a
juizio con los suyos y a departir con los estraños. Escandalizóme el moço
hazerlo, pero espantóme la gravedad de los sabios de Greçia soffrirlo.
Acuérdome de Calígula, quarto Emperador de Roma y moço en cuyo tiempo
no sé quál fue mayor: la desobediençia que tuvo el pueblo al señor, o el
aborresçimiento que el señor tuvo al pueblo. Y tan asenderado yva aquel moço
en sus moçedades y tan desapoderado en sus tyrannías, que si todos no velaran
por quitarle la vida, él se desvelava por quitarla a todos. En una medalla de oro
traýa escripto este letrero: «Utinam omnis populus unam haberet precise
cervicem, ut uno ictu omnes necarem.» Quiere dezir: «Pluguiese a los dioses
que toda Roma no tuviese más de una garganta porque yo sólo los matase de
una cochillada.»
Acuérdome de Tiberio, hijo adoptivo del buen Augusto (llámanle Augusto
porque augmentó mucho en Roma), pero no augmentó el buen viejo tanto en
su vida, quanto este moço su successor destruyó después de su muerte. El odio
que tenía el pueblo romano con Tiberio en la vida después se lo mostró muy
bien en la muerte.
El día que murió Tiberio (o le mataron) el pueblo hazía muchas proçessiones y
los senadores davan a sus templos grandes dádivas y los sacerdotes offresçían
a sus dioses sacrifiçios, porque al ánima del tyranno no la resçibiesen consigo,
sino que la entregasen a las furias del infierno.
Acuérdome de Patroclo, rey segundo de Corintho, que heredó el reyno de edad
de diez y seis años, y fue tan incontinente en la carne y tan desenfrenado en la
gula, que do su padre tuvo el reyno quarenta años, no le posseyó el hijo sino
treinta meses.
Acuérdome del muy antiguo Tarquino el superbo, séptimo rey de Roma, el
qual en gesto fue muy hermoso y en armas esforçado, en sangre muy limpio.
Este malaventurado todas sus graçias afeó con muchas maldades, que la
hermosura tornó en luxuria, las fuerças empleó en tyrannías. Por la traiçión y
fuerça que hizo a Lucrecia, castíssima romana, no sólo perdió el reyno, pero el
nombre de Tarquinos para siempre de Roma fueron desterrados.
Acuérdome de Nero el cruel, que heredó y murió moço, en el qual se acabaron
la memoria de los nobles Césares y se renovó la memoria de los antiguos
tyrannos.
¿A quién piensas este tyranno diera la vida quando a su madre dava la muerte?
Dime, te ruego: coraçón que mató a la madre que le parió, abrió los pechos
que mamó, derramó la sangre de que nasçió, ató los braços en que se crió, vio
las entrañas de do se formó, ¿qué no piensas que haría quando tal maldad
cometía? El día que mató Nero a su madre dixo orando un orador en el
Senado: «Por iustiçia meresçía la muerte Agripina, pues parió tan mal hijo en
Roma.»
Pues en estos tres días que me has visto assí elevado y ageno de mi juizio,
todas estas cosas se me han offreçido, y en lo profundo de mi coraçón comigo
las he tractado. Tiéneme este hijo engolfado entre las olas del temor y las
áncoras de la esperança. Tengo esperança que será bueno porque le he criado
bien, y tengo temor que será malo porque su madre Faustina le crió mal y el
moço es inclinado a mal. Y como vemos lo artifiçial peresçer y lo natural
durar, reçélome que, después de yo muerto, el moço se torne a lo que con su
madre le parió y no a lo con que yo le crié. ¡O, quién nunca tuviera hijo por no
dexarle el Imperio, y entonces escogera yo entre hijos de muy buenos padres y
no estuviera atado a este que me dieron los dioses!
Pregúntote una cosa, Panuçio: ¿a quién llamarás más fortunado, a Vespasiano,
padre natural de Domiçiano, o a Nerva, padre adoptivo de Traiano?
Vespasiano fue bueno y Nerva muy bueno, y de los hijos Domiçiano fue
summa de toda crueldad, y Traiano fue espejo de toda clemençia. Pues mira
cómo Vespasiano en la dicha de tener hijos fue desdichado y Nerva en la
desdicha de no tener hijos fue dichoso.
No sé los padres por qué desean hijos, pues son occasión de tantos trabajos.
¡O!, Panuçio, quiérote dezir una cosa, como de amigo a amigo porque sepas
quiénes somos y quién es el mundo. Yo he bivido sesenta y dos años, en los
quales he leído mucho, he oído mucho, he visto mucho, he deseado mucho, he
alcançado mucho, he posseído mucho, he suffrido mucho y he gozado mucho;
y véome agora morir, y de todo no llevo algo, porque ello y yo somos nada.
Gran cuidado tiene el coraçón en buscar estos bienes, gran trabajo siente el
cuerpo en allegarlos; pero sin comparaçión es mayor a la hora de la muerte
repartirlos.
¿Qué mayor enfermedad del cuerpo, qué sobresalto de enemigos, qué peligro
de mar, ni pérdida de amigos puede ser igual con verse un hombre cuerdo al
trago de la muerte dexar el sudor de su cara, la autoridad del Imperio, la
honrra de su persona, el abrigo de sus amigos, el remedio de sus deudos y el
pago de sus criados a un hijo que ni lo meresçe ni pudiendo lo quiere
meresçer? En la nona tabla de nuestras leyes antiguas estavan escriptas estas
palabras: «Mandamos y ordenamos que todo padre que en opinión de todos
fuere bueno pueda desheredar al hijo que en opinión de todos fuere malo. Item
qualquier hijo que huviere desobedeçido a su madre, robado algún templo,
sacado sangre a muger biuda, huido de la batalla y hecho traiçión algún
estrangero; quien en estos çinco casos fuere tomado, para siempre de la
vezindad de Roma y de la herençia de su padre sea expellido.» Por çierto la
ley fue buena y en el tiempo de Quinto Çinçinnato ordenada, aunque ya por
nuestros hados está en olvido puesta.
Estoy sin dubda, Panuçio, muy fatigado, y con el ahogamiento de los pechos
no puedo tener el resuelgo. De otra manera, yo te contara por orden (si no me
faltara mi memoria) quántos y quántos de los parthos, medos, assirios,
caldeos, indos, egypcios, hebreos, griegos y romanos dexaron a sus hijos
pobres pudiéndolos dexar ricos, porque eran viçiosos, y a hijos de otros
dexaron ricos siendo pobres, porque eran virtuosos. Yo te iuro por los dioses
immortales que, si (quando vine de la guerra de los parthos y a mí Roma dio el
triumpho y a mi hijo confirmó el Imperio) a mí me dexara el Senado, yo
dexara a Cómmodo pobre con sus viçios y al Senado hiziera heredero del
Imperio, porque a él fuera castigo y a todo el mundo exemplo.
Hágote saber que çinco cosas llevo de este mundo atravesadas con gran
lástima en mi coraçón. La primera, por no aver determinado el pleito que trae
la noble biuda Drusia con el Senado porque, como es pobre, no avrá quien la
haga iustiçia. La segunda, porque no muero en Roma, por dar un pregón antes
que muriese a ver si tenía alguno de mí querella. La terçera, que como maté
catorze tyrannos que tyrannizavan la tierra, no desterré los pyrratas o cossarios
que andan por la mar. la quarta, porque dexo muerto al infante Veríssimo, mi
querido hijo. Y la quinta, porque dexo bivo y por heredero del Imperio al
prínçipe Cómmodo.
¡O!, Panuçio, el mayor hado que los dioses pueden dar al hombre no
cobdicioso sino virtuoso es darle buena fama en la vida y darle heredero que
se la conserve en la muerte. Finalmente con esto concluyo: que yo ruego a los
dioses, si parte tengo en ellos, que si ellos se han de offender y Roma
escandalizar y mi fama desminuir y mi casa se ha de perder, por su mala vida
le quiten a él la vida antes que den a mí la muerte.
Capítulo XLIII
De lo que Marco el Emperador dixo a los ayos de su hijo y governadores del
Imperio. Habla que no sean embidiosos ni cobdiciosos, pues han de regir a
otros.
Véysme, ¡o, parientes, nobles y antiguos romanos, y mis muy fieles criados!,
exalar el ánima, rendirme a la muerte, dexar la vida, hazer pacto con la
sepultura. Doleros de mi dolor, angustiaros de mi angustia, penar por mi pena
no es de maravillar, porque de juizios claros, de sangres limpias, de amigos
fieles, de coraçones tiernos es olvidar sus trabajos y llorar los agenos. Si un
bruto se compadesçe de otro bruto, ¡quánto más un humano de otro humano!
Esto digo porque en las lágrimas de vuestros ojos conozco el sentimiento de
vuestros coraçones. Y pues la mayor paga del beneficio es conoscerle y
agradescerle, tanto quanto puedo hos lo agradezco. Y si mi débile
agradesçimiento no corresponde a vuestras lastimosas lágrimas, pido a los
dioses, pues me quitan en tan breve la vida, paguen por mí esta deuda. Plazer
es irse hombre a los dioses y gran pena dexar a los suyos, porque compañía de
largos años sobrada fatiga es dexarse en un día. En mi vida hize con vosotros
lo que devía, agora hago lo que puedo. Los dioses han de llevar mi ánima; mi
hijo Cómmodo, el Imperio; la sepultura, mi cuerpo; y vosotros, mis queridos
amigos, mi coraçón. Y por çierto es iusto que, pues vosotros fuistes suyo,
siendo yo bivo, él agora sea vuestro después de yo muerto. En lo demás, en
particular colloquio ha de ser esta noche nuestro razonamiento.
Ya veis, ¡o, mis precordiales amigos!, cómo estoy en lo último de la última
jornada de los hombres y en lo primero de la primera jornada para los dioses.
Yo a vosotros por lo passado y vosotros a mí por lo presente es razón que nos
creamos; porque a tiempo somos venidos en el qual ya ni tenéis qué me pedir
ni yo qué hos offreçer. Ya ni mis orejas pueden oír lisonjas, ni mi coraçón
suffrir importunidades. Si me cognoscistes, cognoscedme: yo fui el que soy,
yo soy el que fui. A vuestro paresçer en tiempos passados fui algo; véisme
aquí: soy poco. Pues de aquí a poco no seré nada.
A Marco el viejo, vuestro amigo, oy se le acaba la vida. A Marco, vuestro
pariente, oy se le acaban sus hados. A Marco, vuestro señor, oy se le acaba su
señorío. A Marco, vuestro Emperador, oy se le acaba el Imperio. Yo vençí a
muchos y soy vençido oy de la muerte. Yo soy el que di muchas muertes a
muchos y no puedo dar un día de vida a mí. Yo soy el que entré en carros de
oro y oy me sacarán en literas de palo. Yo soy por quien cantaron muchos y oy
llorarán todos. Yo soy el que fui muy acompañado de exércitos y oy me
entregarán a los hambrientos gusanos. Yo soy Marco, el muy famoso, que con
famosos triumphos subí al alto Capitolio y oy con olvido muy olvidado
desçenderé en el sepulchro.
Ya, ya veo por los ojos çerca de lo que se reçelava mi coraçón de lexos. Assí
los dioses vos sean favorables en este mundo, y a mí en el otro propiçios, que
nunca mi carne tomó plazeres para passar esta vida que mi coraçón no tuviese
sobresalto de la hora de la muerte. Pues no tengáis pena, que o vosotros de mí
o yo de vosotros el fin avíamos de ver. Y doy graçias a los dioses porque
llevan a este viejo consigo a descansar y dexan a vosotros moços para que en
el Imperio podáis servir. No quiero negar que no temo la muerte como mortal,
porque no ay comparaçión del hablar de la muerte en la vida a gustar la muerte
en la muerte quando ya se pierde la vida. No ay prudençia de prudente, ni
esfuerço de esforçado, ni señor tan enseñoreado, que pueda quitar el temor del
spíritu y el dolor de la carne en esta hora. Está tan aferrada, tan conglutinada y
en tanto parentesco coniuncta el ánima con la carne y el spíritu con la sangre,
que apartarse lo uno de lo otro es lo más terrible y último terrible de todas las
terribilidades. Y por cierto ¿cabe en razón que el ánima parta con lástima por
dexar a la carne entre los gusanos, y el cuerpo quede con imbidia por ver al
ánima ir a gozar con los dioses? ¡O, quán descuidados estamos en la vida hasta
que tropellamos y damos de ojos en la muerte!
Creedme esto que hos quiero dezir, pues he passado en lo que estáis y agora
experimento lo que veis: que nos tiene tan desacordados la vanidad a los
vanos, que quando començamos la vida, imaginamos que ha de durar un
mundo, y quando salimos della, no nos paresçe que ha sido un soplo. Y puesto
que la sensualidad pene por lo sensible y la carne por la carne, pero la razón
guiadora de los mortales me dize no pene con la partida. Si he bivido como
bruto animal, es razón que muera como hombre discreto. Morir yo no moriré:
morirán oy mis enfermedades, morirá la hambre, morirá el frío, morirán mis
congoxas, morirán mis tristezas, morirán mis çoçobras y todo lo que me dava
pena.
Oy se me quita el nublado, y hará raso y claro el çielo. Oy se me caen las
cataratas de los ojos y veré claro el sol. Oy se destropieça el camino para ir
camino derecho. Oy es el día a do se acaba mi jornada, en el qual ya no temeré
baybenes de la fortuna. Doy graçias a los dioses immortales porque me
dexaron bivir tan limpiamente y tan largo tiempo, que no los hados
desdichados de mí, sino yo dellos y de la fortuna imbidioso oy veo fin. Por
çierto, si los dioses mandaren asconder mi carne en la sepultura por ser mortal,
ellos, pues son iustos, ternán por bien mi fama quede immortal por aver bivido
bien. Pues do se commuta la enojosa compañía de los hombres por la dulçe de
los dioses, y el estado seguro por la fortuna dubdosa, y el temor continuo por
la paz perpetua, y la vida mala por fama buena, no me paresçe que es mal
troque.
Sesenta y dos años ha que la tierra crió a esta tierra: tiempo es ya que me
reconosca por hijo y yo a ella por madre. Por çierto, madre es muy piadosa,
que, aviéndola yo traído so los pies tanto tiempo, ella me resçiba agora en sus
entrañas para siempre. Y aunque soy yo quien soy, por ser ella quien es, estoy
çierto me terná allí más seguro entre los gusanos que Roma entre los
senadores.
Aunque a vosotros penase, si a mis dioses pluguiese, pues se ha de hazer y no
se puede escusar, holgaría que esta tela se cortase, y este ordimbre se
destexese, y en la possessión de la sepultura me diesen, y sería la primera cosa
mía propria y perpetua sin tener jamás reçelo de perderla. Todas las cosas
mortales que los mortales tienen de la imbidia de los imbidiosos son deseadas,
si no es la muerte y sepultura, que están privillegiadas de la rabiosa hambre de
la imbidia.
Bien hos veo derramar lágrimas de los ojos y dar tristes sospiros de lo íntimo
del coraçón porque digo esto. ¿Cómo no queréis que desee la muerte, pues los
médicos no me dan sino tres horas de vida y están en mi coraçón opiladas tres
mill años de congoxas, el ungüento de las quales está en el socroçio de la
muerte? Aunque es flaca nuestra flaqueza, pero es tan sentible nuestra honra,
que en el día de la muerte, quanto más se descargan los huesos de carne, tanto
más se carga el coraçón de cuydados. De manera que, quando se desatan los
nervios y huesos en el cuerpo, entonces se añudan con ñudos ciegos en el
coraçón.
Pues dexando lo que toca a mí en particular, quiero hablaros en general de lo
que conviene al príncipe moço y a vosotros sus ayos viejos. Veis aý a mi hijo
Cómmodo, único príncipe heredero, que oy espera heredar el Imperio: ni por
ser él bueno merezco loa, ni por ser malo reprehensión, porque lo natural tomó
de los dioses y la criança de vosotros. Muchas vezes, quando era niño, le ponía
en vuestros braços porque agora que es hombre le pusiésedes en vuestros
coraçones.
Hasta aquí hos tenía por ayos: agora hos ha de tener por padres. Vosotros,
siendo yo bivo, le teníades por príncipe para le criar, por Emperador para le
servir, por pariente para le ayudar, por hijo para le doctrinar. Hasta aquí
teníanle a cargo su padre, su madre y sus ayos; agora, vosotros solos. Queda
como nao nueva, que la cometen oy a las bravas mares y se ha de engolfar en
el golfo que no tiene suelo, a do las velas de la prosperidad la harán acostar y
las rocas de los infortunios la harán anegar. Pues entre tantos vientos
importunos y aguas instables, necessidad tiene de buenos remos.
Por çierto, yo tengo gran dolor del Imperio y no menor compassión de este
moço, y quien bien le quiere más llorará su vida, que no mi muerte; porque yo,
escapando de la mar, véome a puerto seguro y en tierra firme, y él, dexando lo
bueno que agora no cognosçe, se aventurará a navegar el mar que no sabe. De
su edad tierna y de mi experiençia larga se haría un emperador razonable. Mas
¿qué hará la triste de Roma, que quando tiene ya criado un príncipe bueno, o
los hados desdichados le acaban, o la imbidia de los malos le mata, o la
crueldad de los dioses le lleva, o él como cuerdo a su mano se alça; de manera
que en experimentar príncipes se le va toda su vida, llorando las moçedades de
los moços presentes y sospirando por la gravedad de sus viejos passados? ¡O!,
si creyesen los prínçipes que comiençan en el Imperio a los reyes quando salen
del mundo, cómo les enseñarían quán insuffrible es un solo hombre encargarse
de tantos reynos, y como él no puede sino tomarles la hazienda y ellos a él
robarle la fama; él desterrar sus personas, mas ellos affligir sus entrañas; a él
acabásele la vida y a sus súbditos nunca las quexas; él como él solo no puede
hazer más de por uno, y ellos como son muchos esperan que ha de hazer por
todos.
Mirad en quánta desaventura bive el príncipe, que el menor pagés del Illírico
piensa que para él solo y en él solo tiene puestos los ojos Emperador de Roma.
Y como el mundo sea tan cosquilloso y los que le pueblan tan indómitos, el
día que el príncipe se cubre de coronas y se arrea de sceptros, aquel día
subiecta la hazienda a los cobdiçiosos, la vida triste a los hados, la çerviz a los
tyrannos, la fama a los imbidiosos y todo su estado a paresçeres agenos. Pero
en esto muestran los dioses su poder, que todos los juizios estén atados y uno
solo libre, el paresçer de todos condemnen y uno alaben, den el señorío a uno
y la subiectión a tantos, a uno den el castigo de todos y a todos no el castigo de
uno. Para gusto de tantos dan un solo manjar, el sabor del qual a unos es dulçe,
a otros agrio, a unos cabe el hueso y a otros la pulpa, y al cabo unos quedando
ahogados y otros empalagados, y al fin todos han fin.
Querría yo preguntar a los muy ambrientos de mandar qué coronas de imperio,
qué sceptros de oro, qué collares de perlas, qué medallas de Achaya, qué ropas
de Alexandría ni qué vasos de Corintho, qué carros triumphales ni qué offiçio
de consules o dictadores desean aver a troque de su reposo, como sea çierto
que no se puede alcançar lo uno sin perder lo otro. Esto lo causa ser malos
mareantes y atrevidos pilotos, que, aviendo de huir de la mar a la tierra,
huimos de la tierra a la mar. Una cosa diré, aunque sea contra mí: que todos
aborresçen la guerra y ninguno procura la paz; todos se quexan del bullicio y
ninguno se contenta con el reposo; todos pregonan trabajo en el mandar y
ninguno quiere ser mandado.
Siempre fue en los siglos passados y es agora en este presente: que son tan
livianos los livianos, que antes eligen el mandar con peligro que el obedesçer
con reposo. Viendo que mis días se desminuýan y mis enfermedades se
acresçentavan, sospechando entonçes lo que veo agora, tornando de la guerra
de Tinacria acordé de hazer mi testamento, y es esto que aquí veis: abridle y
guardadle, y por él veréis cómo dexo a vosotros por ayos de mi hijo y
governadores del Imperio. Y mirad que sois muchos padres de mi hijo: en el
amor entre vosotros y fidelidad con él no seáis más de uno. Gran peligro tiene
el príncipe, y no menor desdicha la república, a do son tantas las intençiones
quantos los consejeros. Por çierto, aquél se llama príncipe glorioso, y gente
bien fortunada, y Senado venturoso, a do en todo se toma consejo, y los
consejeros son ançianos, y los consejos son muchos, y la intençión de todos en
todo no es más de una. Entonçes Roma era servida de buenos y temida de
tyrannos quando en sus muy acordadas consultas entravan trezientos
approbados varones, los quales si en el dar de los médicos eran diversos, por
çierto en voluntad y buen fin de la república todos eran unos.
Mucho hos ruego y por los dioses hos coniuro seáis muy amigos en la
conversaçión y conformes en el consejo. Todas las flaquezas en el príçcipe se
pueden suffrir, sino el mal consejo; y todos los defectos en los consegeros son
tolerables, sino la imbidia y passión. Quando esta pulilla entra en ellos causa
peligro en la iustiçia, desacatamiento en el prínçipe, escándalo en los pequeños
y parçialidad con los mayores. El privado que tiene el iuyzio offuscado con
passión, y tiene el coraçón occupado con ira, y las palabras demasiadas en ley
de bueno, es iusto que con los dioses pierda el favor, con el príncipe la
privança y con el pueblo el crédito. Y torno a dezir que es iustíssimo, porque
el tal se presume offender a los dioses con su mala intención, no servir a los
príncipes con su no buen consejo y offender a la república con su ambición.
¡O, quán ignorantes son los prínçipes que se recatan de las yervas que en los
manjares les pueden entoxicar y se descuidan de la ponçoña que sus privados
en los consejos les pueden dar! Y por cierto no ay comparaçión, porque las
yervas no las pueden dar sino una vez al día, pero el venino del mal consejo
cada hora.
El tóxicon tiene defensivos de olicornio y remedios de triaca y vómitos; pero a
la ponçoña del mal consejo ni le siento remedio ni menos defensivos. Y
finalmente hos digo que el venino del enemigo dado en el manjar no puede
matar sino a un emperador de Roma, pero la ponçoña que da el privado en el
mal consejo mata al emperador y destruye la república. Y como todo príncipe
cuerdo tenga en más la fama perpetua que la vida caduca, siendo vosotros
governadores del Imperio y ayos de mi hijo, no tienen tanto poder los que mal
le quieren sobre su vida como vosotros sobre su fama. Y por eso, si se vela de
los enemigos estraños, se deve desvelar entre los privados y amigos
domésticos.
Una cosa hos mando como a mis criados y hos ruego como a mis amigos, y es
que no hos mostréis tan privados en lo público como lo sois en lo secreto,
porque no parezcan unos naturales hijos y otros emptiçios siervos. El que es
cuerdo ha de tener mucho tino en aprovecharse de su señor en secreto, y dulce
y dissimulada conversaçión con todos en lo público; porque de otra manera la
su privança con el príncipe durará poco y el aborresçimiento del príncipe con
el pueblo muy mucho. Siempre lo leý de los passados y lo he visto en los
romanos presentes, que quando los pocos tienen mucho con uno, aquel uno
tiene poco con los pocos y menos en los muchos, los quales traen tan remotas
las voluntades quan propinquas las personas. Y como la maldad del tiempo e
instabilidad de fortuna no dexen las cosas siempre en un ser, sino que al sueño
más seguro cae el despertador del peligro, entonçes lo conozcen los prínçipes
quando, passados los plazeres y enriscados en los trabajos, buscan a todos y no
hallan a alguno. Esto viene que los unos con el temor presente quiérense
retirar y los otros con el disfavor absente no quieren acudir.
Quiérohos dezir una palabra (la qual traed a mi hijo siempre en la memoria):
los que en nuestros trabajos hemos de poner muy de lexos, sus voluntades
hemos de ganar. El cauto labrador en un año barbecha y en otro siega y coge.
No hos tomen en possessión de presumptuosos, porque la presumpçión del
privado ançiano desaze la autoridad del príncipe moço, y ni por esto hos
despreciéis y encojáis, que la poca manera y estado en el señor engendra
desvergüença y atrevimiento en el siervo. Yo dexo declarado por mi
testamento a Cómmodo, el príncipe, por hijo vuestro y a vosotros por padres
suyos; pero también quiero y mando todos cognozcan él ser señor vuestro en
el mandar y vosotros criados míos y vassallos suyos en el obedesçer.
En los negocios arduos, para ser bien guiados, la iustiçia se ha de ver por
sabios oradores, y el paresçer por vosotros sus governadores, mas la
determinaçión se ha de tomar del príncipe, que es señor de todos. Un consejo
hos daré, y si dél mal hos halláredes, quexaos de mí a los dioses: entonçes será
fixo el imperio de mi hijo en Roma y segura vuestra privança en su casa
quando vuestros consejos fueren medidos por la razón y su voluntad fuere
reglada por vuestros consejos. Mucho hos ruego no seáis cobdiçiosos: por eso
hos hize grandes merçedes en mi vida, por quitaros la cobdiçia después en mi
muerte. Cosa sería monstruosa los que han de refrenar las cobdiçias agenas
tener siempre las manos abiertas para sus utilidades proprias. Los cuerdos
privados ni han de hazer todo el mal que pueden hazer, ni pedir todo lo que
pueden alcançar, porque no les da el príncipe tanta hazienda para sus casas
como passión y imbidia del pueblo para sus personas. Y como de medianas
naos escapan más en mediano mar que de grandes carracas engolfadas en
bravas mares, assí los medianos estados entre medianos imbidiosos más
seguros biven que los grandes ricos estados, ricos y privados entre los
enemigos émulos y apassionados.
Trillada regla es entre sabios, y experiençia infallible entre buenos, y pienso de
oýdas lo sabrán los malos, que la gloria de uno en los mayores pone
menospreçio, en los iguales asechança y en los menores imbidia. Una de las
cosas que han de tener los que quieren bien regir es la libertad: quanto
fuéredes menos cobdiciosos, tanto seréis más libres, porque creçiendo la ravia
de la iustiçia, desminúyese la rectitud de la iusticia. Grandes días ha que me
determiné de encomendaros la governaçión del Imperio y la criança de mi
hijo, y luego proveý de dotar vuestras casas largamente dándohos de lo mío
por quitaros la cobdiçia del bien ageno. Creedme una cosa, que si tenéis
cobdiçia en vosotros y passión con vuestros vezinos, siempre biviréis con pena
y en los negocios agenos los coraçones estarán cruçiados, y los juyzios
suspensos, y después allí encaminaréis la iusticia agena do viéredes la utilidad
propria.
Un consejo finalmente hos quiero dar, el qual siempre para mí tomé: nunca
vuestras honras cometáis a los infortunios de la fortuna, ni hos offrezcáis al
peligro con esperança del remedio, porque la sospechosa fortuna tiene las
puertas anchas para el peligro y los muros altos y los alvañares angostos para
buscar el remedio, y porque me siento muy fatigado dexadme reposar un poco.
Capítulo XLIV
Cómo este exçellente Emperador a la hora de la muerte, delante su hijo
Cómmodo, único heredero, declaró los que quedavan por governadores del
Imperio.
Passado gran espaçio de la noche, ya que quería quebrar el día, aunque al buen
Emperador se le allegava el tiempo de acabar la vida, no por eso perdía el
cuidado de ordenar las cosas para después de su muerte. Estavan a la sazón allí
en la guerra muy exçellentes hombres de los senadores de Roma. Entre las
otras cosas, en ésta se mostró ser muy sabio: que jamás en su casa quiso tener
hombre viçioso. Traýa entre los otros cinqüenta cavalleros en su compañía,
que a cada uno dellos podían fiar la governaçión de Roma. Muchas vezes solía
él dezir: «Los prínçipes más seguros biven ayuntando en sus casas thesoros de
hombres buenos, que no sus arcas thesoros de dineros malos. Malaventurado
es el prínçipe que se preçia de tener sus arcas llenas de thesoros y sus consejos
llenos de hombres perdidos. Los hombres malos hazen a los príncipes pobres y
un hombre bueno abasta a hazer un reyno rico.»
Por çierto dezía bien este buen Emperador, porque cada día vemos lo que un
padre solo allegó en cinqüenta años, sus hijos perderlo en medio año.
Eligiendo, pues, de muchos pocos, y de pocos, los mejores, señaló seis muy
señalados varones, los tres de los quales fuesen ayos del hijo y los tres,
governadores del Imperio.
Fue el uno Pértinax, el qual fue después Emperador. El otro se llamava
Pompeyano, casado con su hija, varón más maduro en los consejos que no en
los años. El terçero fue Cneo Patroclo, del antiguo linaje de los Pompeyanos,
el qual no menos tenía la vida limpia que la cabeça blanca. Otro se llamó
Andrisco, al qual en hermosura de gesto, altura de cuerpo, esfuerço de ánimo y
cordura con sçiençia ninguno se le igualava en Roma. El quinto se nombrava
Bononio, el qual a la sazón era cónsul y en las leyes antiguas muy diestro. El
postrero se llamava Ianuario el Bueno; era llamado «el Bueno» porque jamás
en sesenta años le vio hombre hazer obra mala, ni dezir palabra oçiosa, ni
hazer cosa que no fuese en provecho de la república.
Caso que todos quedaron yguales en la governaçión (digo estos tres postreros),
pero a este Ianuario particularmente dexó por capitán del exército, y mandó
entregar sus thesoros, y en sus manos puso el testamento, y con muchas
lágrimas le encomendó al príncipe Cómmodo. Pues como fuese grave la
enfermedad y cada hora de vida esperase la hora de la muerte, mandó
despertar al hijo Cómmodo, el qual, descuidado, dormía su sueño. Traído,
pues, en su presençia, era lástima de ver los ojos del viejo hechos carne de
llorar y los ojos del hijo apegados de dormir. El hijo no podía despertar con el
descuido, y el padre no podía tomar el sueño con el cuidado. Puesto, pues, en
su presençia, visto quán en poco tenía el hijo la muerte del padre y quánto
deseava el padre la buena vida del hijo, moviéronse los coraçones de todos los
grandes señores que allí estavan a tener compañía al buen viejo, y no menos a
tomar enojo del moço. Entonçes, el buen Emperador, dirigiendo las palabras al
hijo, dixo.
Capítulo XLV
De lo que dixo Marco Aurelio Emperador a su hijo en la hora de la muerte.
Habla quán trabajoso es ser emperador, y noten los prínçipes esta plática.
A tus ayos y mis governadores he dicho cómo te han de aconsejar a ti, hijo.
Quiero agora dezir cómo tú por ellos pocos y todos por ti uno hos avéis de
regir. Y no es de tener en poco, porque la cosa más fáçil en el mundo es dar
consejo a otro y la más ardua es tomarle para sí. No ay hombre, por simple que
sea, que no dé un consejo, aunque no sea menester; y no ay sabio, por muy
sabio que sea, que no rehúse el consejo, aunque tenga dél neçessidad. Una
cosa veo:
que todos tienen consejo para todos y al fin al fin ninguno le tiene para sí.
Bien pienso, hijo, que, según son mis hados tristes y malas tus costumbres, no
ha de aprovechar. Lo que no heziste con el temor y presençia de mi vida,
menos espero que lo harás de que pongas en olvido mi muerte. Esto más lo
hago por complir con mi deseo y satisfazer a la república que no porque
espero de tu vida emienda. No ay peor quexa que la que el hombre tiene de sí
mesmo. Si tú, hijo, fueres malo, quéxese Roma de los dioses que te dieron tan
malas inclinaçiones; quéxese Faustina, tu madre, que te crió en tantos regalos;
quéxate de ti mesmo, que no te sabes hazer fuerça en los viçios; y no se
quexen de este viejo, tu padre, que no te ha dado buenos consejos. Yo soy
çierto que no es tan grande tu dolor de ver que se acaba la noche de mi vida
como es el plazer de ver que se viene el día en que has de ser Emperador de
Roma; y no me maravillo, porque donde sensualidad reyna, la razón se da por
despidida.
Muchas cosas son amadas porque en lo çierto no son cognosçidas. ¡O!,
quántas cosas ay, las quales si de verdad fuesen cognoscidas, muy de verdad
serían desechadas; pero somos en todas las cosas tan dubios, y andamos en
nuestras obras tan desatinados, que unas vezes nuestros juizios se despuntan y
saltan de agudos, y otras vezes no cortan nada de botos. Quiero dezir que para
el mal somos tan bivos, que perdemos por carta de más; y en lo bueno somos
tan simples, que perdemos por carta de menos. Y al fin todo es perder.
Quiérote, hijo, avisar por palabra lo que en sesenta y dos años he cognosçido
por larga experiençia, y pues eres hijo mío y moço, razón es creas a este que es
tu padre y viejo. Los príncipes, como estamos en el miradero de todos,
nosotros a todos y todos a nosotros nos miramos. Oy heredas el Imperio del
mundo y la corte romana. Bien sé yo que ay hartos en las cortes de los
prínçipes que no saben qué cosa es valerse y tenerse entre tantos engaños
como se tractan en las casas de los prínçipes. Hágote saber que en la corte ay
parçialidades antiguas, dissensiones presentes, juizios temerarios y testimonios
evidentes, entrañas de bívoras y lenguas de escorpiones, malsines muchos,
pacíficos pocos, adonde todos toman voz de república y cada uno busca la
utilidad propria, todos publican buenos deseos y todos se occupan en obras
malas; y finalmente todos biven en extremo, que unos por avariçia arañando
pierden la fama y otros como pródigos despeñan y pierden su hazienda.
¿Qué más quieres que te diga? En la corte cada día mudan señores, renuevan
leyes, despiertan passiones, levantan ruidos, abaten a los nobles, ensalçan a los
indignos, destierran los innocentes, honran los robadores, aman los lisongeros,
menospreçian los virtuosos, abraçan los deleites, acoçean las virtudes, lloran
por los malos, ríense de los buenos y finalmente tienen por madre a la
liviandad y por madrastra a la virtud. Pues más te diré, hijo: la corte que oy
heredas no es sino una tienda de buhuneros y un mesón de vagabundos, donde
unos venden almazén y otros compran mentiras, adonde unos el crédito, otros
la fama, otros la hazienda y otros la vida, y todos iunctos el tiempo pierden. Y
lo peor de todo, que andan todos tan abobados, que entonces sienten la herida
quando en el coraçón está ya presa la yerva. Roma tiene muy altos los muros y
muy abatidas las virtudes. Iáctase Roma que es muy grande el número de sus
vezinos; pues llore Roma que son más sin cuento sus viçios. En un mes podrá
contar un hombre todas las piedras de sus superbos edifiçios, y en mill años no
podrá comprehender las maldades de sus costumbres.
Por los dioses immortales iuro que en tres años solos reparé de ti, Roma, todo
lo caýdo, y en treinta años no he podido a bien bivir reformar un barrio.
Créeme, hijo, que las grandes çiudades de buenos moradores y no de grandes
edifiçios se han de iactar. Nuestros passados triumphavan de los estraños como
de menos fuertes en armas, y agora los estraños pueden triumphar de nosotros
como de hombres más vençidos de viçios. Por las proezas de los passados son
oy honrados los presentes, y por la poquedad de los presentes serán infamados
los advenideros. Por çierto es gran vergüença de lo dezir, y no menor infamia
de hazerlo, que las hazañas y sudores de los antiguos ayan tornado en locuras
y presumpçiones los presentes.
Mira, hijo, bien sobre ti, y el brío de la moçedad y la libertad del Imperio no te
hagan desmandar a cometer algún viçio. No se llama libre el que nasçe en
libertad, sino el que muere en ella. ¡O, quántos nasçieron esclavos y morieron
libres por ser buenos, y quántos morieron esclavos y nascieron libres por ser
malos! Allí está la libertad donde permanesçe la nobleza. Más osadía y
libertad te darán las proezas de tu persona que la autoridad del Imperio. Ésta
es regla general: que todo hombre virtuoso de neçessidad es osado y libre, y
todo hombre viçioso de necessidad es tímido y covarde. Osadamente castiga el
que de aquel viçio no es notado, y tibiamente castiga el que por aquello
meresçía ser castigado.
Tengan una cosa por çierta los prínçipes: que el amor del pueblo y la libertad
de su offiçio no la han de ganar o sustentar con armas derramadas por la tierra,
sino con muchas virtudes iunctas en su persona. Por çierto más naçiones
subiectó Octavio por la fama de sus virtudes, que no Cayo, su tío, con el
estrépito de muchas gentes. A un prínçipe virtuoso todo el mundo se le rinde, y
a un prínçipe vicioso paresçe que la tierra se le levanta. La virtud es alcáçar
que nunca se toma, río que no se vadea, mar que no se navega, huego que
nunca se amata, thesoro que nunca se acaba, exército que nunca se vençe,
carga que nunca se cansa, espía que siempre torna, atalaya que no se engaña,
camino que no se siente, socroçio que presto sana y fama que nunca peresçe.
¡O!, hijo, si supieses qué cosa es ser bueno, y quán bueno serías. Siendo
virtuoso, a los dioses harás serviçio, a ti darás buena fama, en los tuyos pornás
plazer, en los estraños engendrarás amor, y finalmente todo el mundo te terná
amor y temor.
Acuérdome que en los Annales de la guerra tharentina hallé que el muy
famoso Pyrrho, rey de los epirotas, traýa en un anillo estas palabras, que
dezían: «Al virtuoso poca paga le es ser señor de toda la tierra, y al viçioso
poco castigo le es quitarle la vida.» Por çierto fue sentençia digna de tal varón.
¿Qué cosa tan diffícil puede ser por un virtuoso començada que no espere aver
en ella buena salida? Miento si no vi en diversas partes de mi Imperio muchos
hombres muy obscuros por la fama, muy baxos por la hazienda, muy ignotos
por la sangre, y emprender tan grandes cosas, que me paresçía a mí temeridad
començarlas y después solo con las alas de la virtud dar famoso fin a ellas. Por
los dioses immortales te iuro, y assí Iúpiter me lleve a su casa y a ti, hijo,
confirme en la mía, si no vi a un hortolano y a un ollero en Roma que sólo con
ser virtuosos fueron causa de echar del Senado a diez senadores viçiosos, y la
primera occasión fue que al uno unas ollas y al otro unas moras no quisieron
pagar.
Dígolo, hijo, porque el viçio al osado desmaya y la virtud al desmayado
esfuerça. De dos cosas me he guardado en mi vida, y son no pleitear contra
clara iustiçia y no me tomar con persona virtuosa, porque con la virtud se
sustentan los dioses y con la iustiçia se goviernan las gentes.
Capítulo XLVI
De otros más particulares consejos que dio el Emperador a su hijo Cómmodo.
Especial le avisa que se allegue a consejo y que no sea pesado en el negoçiar,
y lo que trae cabe sí.
Veniendo a cosas más particulares, bien veo que quedas moço, y que lo natural
no se puede negar, y que como para los arduos negoçios son neçessarios
maduros consejos, no menos para sobrellevar la carga de la vida humana
deseamos algunas recreaçiones. Para tu moçedad déxote hijos de grandes
senadores con quien passes tiempo; para tu doctrina déxote viejos romanos
que te criaron y me sirvieron a mí con los quales te aconsejes. Inventar
theatros, pescar paludes, matar las fieras, correr los campos, volar las aves,
exerçitar las armas, cosas son que tu edad lo demanda y con la moçedad de los
moços se han de complir. Pero mira, hijo, que ordenar exérçitos, inventar
guerras, proseguir victorias, acceptar treguas, confirmar pazes, echar tributos,
hazer leyes, promover a unos, descomponer a otros, castigar los malos y
premiar los buenos: el consejo de estas cosas, que son muy arduas, de iuyzios
muy claros, de cuerpos muy cansados y de canas muy blancas se han de tomar.
Pues eres moço, de fuera regozíjate con los moços; y por ser Emperador, en lo
secreto ençiérrate a tomar consejo con los viejos. Guárdate, hijo, de toda
estremidad, que tan malo es el príncipe so color de gravedad regirse del todo
por viejos, como so espeçie de passatiempo acompañarse siempre de moços.
No es regla general que todos los moços siempre sean moços y livianos, ni
todos los viejos siempre sean viejos y cuerdos. Soy çierto de una cosa: que, si
los moços nasçen con locura, los viejos que viven y mueren con cobdiçia.
Pues guárdate, hijo, te torno a dezir, de ser estremado en este extremo, porque
los moços te corromperán las costumbres con su liviandad y los viejos te
depravarán el juizio con su cobdiçia. ¿Qué cosa más monstrua puede ser que el
príncipe que manda a todos se dexe mandar de uno solo? Por cierto la
governaçión de muchos tarde se govierna bien por el paresçer de uno solo. El
príncipe que a muchos ha de regir, el intento y paresçer de muchos ha de
tomar.
En los Annuales Pompeyanos me acuerdo que hallé un libro de memorias
pequeño que traýa consigo el gran Pompeyo, en el qual estavan muchas cosas
que él por sí avía leído y sacado, y muchos buenos consejos y avisos que para
diversas partes del mundo le avían dado, entre los quales hallé estas palabras
que dezían: «El que govierna la república y comete toda la governaçión a
viejos, muéstrase ser inhábil; el que la fía de solos moços es liviano; el que la
rige por sí solo es atrevido; y el que por sí y por otros es cuerdo.» Por çierto
fueron palabras dignas de tal varón.
Huelga, pues, hijo, de tomar consejo, y más en las cosas arduas, porque si no
se açertaren, como de muchos fue el consejo, repartirse ha por todos la culpa.
Aunque la determinaçión en los negoçios sea por pocos, el consejo tómale de
muchos. Entre otros, este bien tiene el consejo común, que uno el
inconveniente, otro el peligro, otro el medio, otro el daño, otro el provecho y
otro el remedio te dirán. Y ten los ojos tanto en los inconvenientes que te
ponen como en el remedio que te offresçen. Quando començares cosas arduas,
estima en tanto los daños pequeños para atajarlos luego, como los grandes
infortunios para remediarlos después.
Por çierto muchas vezes la poderosa nao por el descuido del piloto se anega en
poca agua, y otra no tan poderosa se salva en gran golfo con diligençia. Y no
seas pesado, tomando en cosas pequeñas cada hora consejo, porque muchas
cosas requieren luego hecho y se dañan esperando consejo. Lo que pudieres
expedir por tu autoridad propria y sin daño de la república no lo remittas a otra
persona. Y esto es muy iusto, que pues tu servicio depende solamente de los
tuyos, su galardón dependa de ti solo.
En el año de seiscientos y treinta y çinco de la fundaçión de Roma, después de
las crudas guerras con Iugurtha, rey de los númidas, el día que Mario
triumphó, sin poner alguna cosa de las riquezas que traya en el erario dividiólo
todo por su exército; y como fuese dello gravemente accusado porque no tomó
primero el paresçer del Senado, respondió: «Los que no tomaron paresçer de
otros para hazerme serviçios, no es iusto que yo tome consejo con otros para
hazerles merçedes.»
De otra cosa, hijo, te quiero avisar, y es que muchos te darán consejo sin que
se lo pidas, y en este caso ten esta regla general: «Iamás esperes segundo
consejo de hombre que te dio el primero en perjuizio de otro, porque el tal las
palabras offresçe en tu serviçio y el negoçio encamina a su provecho.» ¡O,
hijo, y quánto ay que cognosçer en los hombres! En quinze años fui senador,
cónsul, çensor, capitán y tribuno, y diez y ocho he sido Emperador de Roma,
en los quales muchos me hablaron en periuyzio de otros, y muy muchos en
provecho suyo y ninguno limpiamente me habló en provecho de otro y
serviçio mío. Gran compassión es de tener a los príncipes de todos por su
provecho, y ninguno por su amor y serviçio le siguen. Un consejo tomé para
mí todo el tiempo que en Roma governé:
jamás hombre tuve en mi casa dende que sentí ser odioso a la república.
En el año de la fundaçión de Roma de DCLIX, en la olimpiada CLXXVII,
yendo Lúculo Patriçio, el gran amigo de Sylla, a la guerra de Mithrídates,
acontesçió que en Tigrano, çiudad de los caldeos, halló una lámina de cobre a
la puerta del Rey, en la qual estavan unas letras, las quales dezían allí aver
esculpido el maestro de Alexandro Magno. Las letras eran caldeas y contenían
estas sentençias:
No es sabio el príncipe que quiere tener en peligro su vida por sostener la
privança de uno, y no quiere assegurar su vida y estado con el amor de todos.
No es cuerdo el príncipe que por dar a uno mucho quiere que tengan todos
poco.
No es iusto el príncipe que quiere más satisfazer a la cobdiçia de uno que a los
serviçios de todos.
Loco es el prínçipe que menospreçiado el consejo de todos, sólo se fía del
paresçer de uno.
Y finalmente, atrevido es el príncipe que por amar a uno quiere ser
aborrescido de todos.
Palabras fueron dignas de eterna memoria, y por çierto los príncipes las
avíades de traer en vuestra presençia. Pues más te diré, hijo, que Lúculo
Patriçio puso en presençia del Senado todos los thesoros que traýa, y de la otra
parte la lámina en que venían estas palabras para que escogesen lo uno y
dexasen lo otro, y menospreçiando el Senado todos los thesoros, eligió la tabla
de los consejos.
Capítulo XLVII
De las particulares encomiendas que Marco Emperador encomendó a su hijo,
espeçial a su muger y a sus criados.
Hete dicho, como de padre a hijo, lo que toca a tu provecho. Quiérote agora
dezir lo que deves hazer después de mi muerte por mi serviçio. Las cosas que
yo amé en mi vida, si quieres ser hijo de tu padre, haslas de tener en mucho
después de mi muerte.
Encomiéndote, hijo, la veneraçión de los templos, el acatamiento de los
saçerdotes y la honra de los dioses: tanto duró la honra de los romanos quanto
perseveraron en el serviçio de los dioses. No peresçió el reyno de los pennos
por ser menos rico y más covarde que el de los romanos, sino por ser más
amador de thesoros y menos cultor de los templos.
Encomiéndote, hijo, a Elia, tu noverca o madrastra; y acuérdate que, si no es
madre tuya, es muger mía. So pena de la mi maldiçión, no permittas sea
maltractada, porque su daño terná afrentada mi muerte e ynjuriada tu vida. Yo
le dexo los tributos de Hostia para su mantenimiento; y los huertos Vulcanos,
que yo planté para su recreaçión, no seas osado de tomárselos, porque
quitándoselos mostrarás tu maldad; en dexárselos como yo mando, tu
obediencia; en darle más, tu bondad y largueza. Acuérdate que es muger,
romana, moça y biuda, y de la casa de Trajano, mi señor, y que es madre
adoptiva tuya y muger natural mía, que te la dexo muy encomendada.
Encomiéndote a tus cuñados y mis yernos, y a tus hermanas mis hijas. Yo las
dexo a todas casadas, no con reyes estrangeros, sino con vezinos naturales.
Todos quedan dentro de los muros de Roma, do ellos a ti serviçios, y tú a ellos
hazer puedes merçedes. Ten, hijo, mucho tino en tractarlas de tal manera, que
ni porque sea muerto el viejo de su padre sean desfavoresçidas, ni porque vean
Emperador a su hermano se tornen locas. Son de muy tierna condiçión las
mugeres que de pequeña occasión se quexan, y de muy menor se
ensobervesçen. Consérvalas después de mi muerte como yo las tenía en mi
vida, que de otra manera será su conversaçión coxquillosa al pueblo e
importuna a ti.
Encomiéndote a Lípula, tu hermana, que está con las vírgines vestales.
Acuérdate que es hija de tu madre, mi Faustina, a quien yo amé mucho en la
vida y hasta mi muerte he llorado su muerte. Cada año dava a tu hermana dos
mill sexterçios para sus neçessidades. Yo la casara también como a las otras, si
no se quemara la cara en las brasas. Y todos tuvieron el caso a desdicha,
espeçial Faustina, su madre, que siempre la llorava; pero yo la desdicha le
cuento por dicha, porque no fue tan quemada su cara de las brasas quanto
fuera en este mundo su fama abrasada de muchas lenguas. Yo te iuro, hijo, que
para el serviçio de los dioses y para la fama de los hombres, ella está más
segura con las vírgines en el templo que no tú con los senadores en el Senado.
Desde agora adevino que, al cabo de la jornada, ella se halle mejor con su
ençerramiento que tú con tu libertad. En la provinçia de Lucania le dexo los
dos mill sexterçios: no cures de occupárselos.
Encomiéndote a Drusia, biuda romana, que trae gran pleyto con el Senado,
porque en los bulliçios passados fue de los proscriptos su marido. Yo tengo
muy gran compassión della, porque ha ya tres meses que tiene puesta la
demanda y con mis grandes guerras no he podido declarar su iustiçia. Hallarás
por verdad, hijo, que en treinta y çinco años que he governado en Roma, jamás
muger biuda de ocho días arriba tuvo delante de mí pleito o querella. Ten, hijo,
gran compassión de las tales, porque son muy peligrosas las mugeres
neçessitadas, y alargándoles el pleyto disminuyen de su crédito; y al fin al fin,
yendo el negoçio a la larga, no cobrarán tanto de su hazienda quanto perderán
de su fama. Ten compassión de los hombres pobres, y tenerla han de ti los
hombres muy ricos.
Encomiéndote, hijo, a mis criados antiguos. Mis años largos, mis guerras
crudas, mis neçessidades muchas, mi cuerpo pesado y mi enfermedad larga
hales sido occasión de mucha pena. Ellos, como leales, por darme la vida
tomavan la muerte.
Justo es que, pues yo tomo su muerte, ellos hereden mi vida. Una cosa ten
çierta: caso que mi cuerpo quede con los gusanos en la sepultura, siempre
delante los dioses terné dellos memoria. En esto paresçerás ser buen hijo: en
que pagues a los que sirvieron a tu padre. Mira, hijo, todo príncipe que haze
iustiçia siempre cobra enemigos en la execuçión della. Y como esto se haga
por mano de los que cabe él andan, quanto están más privados al prínçipe,
tanto están más odiosos al pueblo. Y como cada uno ame la iustiçia en general
y todos aborrezcan la execuçión della en particular, muerto el príncipe iusto, el
pueblo quiere tomar la vengança de sus criados iniusta. Quando eras niño, te
criaron mis criados porque los sustentases agora que son ya viejos. Por çierto,
infamia sería al Imperio, offensa a los dioses, injuria mía, ingratitud tuya, que
hallando tú diez y ocho años sus braços abiertos, hallasen ellos un día tu
puerta çerrada.
Estas cosas he querido encomendarte en particular, y tenlas siempre en la
memoria, que pues yo me acuerdo dellas en la muerte, piensa quán de coraçón
las amava en mi vida.
Capítulo XLVIII
De las últimas palabras que Marco dixo a su hijo, y de la tabla de los consejos
que antes que espirase le dio, y de lo que se contenía en ella.
Acabadas las encomiendas que el Emperador a Cómmodo, su hijo,
encomendó, quebrando ya el alba del día, començáronse a quebrar los ojos,
turbar la lengua y temblar las manos. Y como esto el venturoso Emperador
sintiese, sacando de la flaqueza fuerça y del desmayo coraçón, mandó a
Panuçio, su secretario, fuese a su escriptorio y le traxese una arca grande allí
en su presencia, y abriéndola sacó una tabla pequeña que tenía tres pies en
ancho y dos en largo. Era de líbano, y al derredor guarnida de olicornio;
çerrávase con dos puertas muy sotiles de una madera colorada, que dizen ser
del árbol do cría el ave Fénix, que se llama rasín, y que assí como no ay más
de una ave Fénix en el mundo, que se cría en Arabia Felix, assí no ay otro
árbol en el mundo de aquella manera. De partes de fuera, en una de las tablas
estava esculpido el dios Iúpiter, y en la otra la diosa Venus, y de la parte de
dentro en las tablas que çerravan estava el dios Mars y la diosa Çeres. En la
mesma tabla prinçipal, en lo alto della estava hecho un toro de talla
entretallado a maravilla muy al natural. En lo más baxo estava un rey pintado,
que dezían ser de mano del muy famoso Appelles, el antiguo pintor. Pues
tomando el Emperador la tabla en las manos, apenas podiendo hablar, dixo:
Ya, hijo, vees cómo de los baibenes de la fortuna escapo y en los tristes hados
de la muerto entro. No sé para qué los dioses nos criaron, pues ay en la vida
tanto enojo y en la muerte tanto peligro. Yo no entiendo a los dioses: ¿por qué
tan gran crueldad usaron con las criaturas? Sesenta y dos años he navegado
con grandes trabajos por el peligro de esta vida, ¿y agora mándanme
desembarcar de la carne y tomar tierra en la sepultura? Ya se desata el
argadillo, ya se destexe el ordimbre, ya se corta la tela, ya se me acaba la vida,
ya despierto desta modorra. Acordándome de lo que he passado en la vida, no
he gana de más vida. Y como no sé el camino por do nos encamina la muerte,
rehúso la muerte.
¿Qué haré? Determínome de dexarme en mano de los dioses de mi propria
voluntad, pues ha de ser de necessidad, a los quales pido que, si me criaron
para algo bueno, por mis deméritos no me priven dello. Ya estoy en el último
«vale», y para esta postrera hora te tengo guardada la mayor y más exçellente
joya que yo he posseído en mi vida.
Sabrás que en el año décimo de mi imperio se me levantó una guerra contra
los parthos, por cuya causa con mi persona propria les huve de dar la batalla.
La guerra acabada, víneme por la antigua Thebas de Egypto por ver algunas
antigüedades, entre las quales hallé en casa de un saçerdote esta tabla, la qual
el día que alçavan a uno los egypçios por rey, luego a la cabeçera de su cama
la colgavan. Y dezíame aquel sacerdote averla hecho un rey de Egypto por
nombre Ptholomeo Arsáçides, que fue muy virtuoso, y por memoria de aquel,
y para exemplo de los otros, la tenían muy guardada los sacerdotes. Yo, hijo,
la he tenido comigo, y ruego a los dioses que tales sean tus obras quales en
ella hallarás los consejos. Como Emperador, te dexo heredero de tantos
reynos, y como padre te doy esta tabla de los consejos. Sea ésta la última
palabra, que con el Imperio serás temido y con los consejos de esta tabla serás
amado.
Esto dicho y la tabla entregada, bolvió los ojos el Emperador, y por espaçio de
un quarto de hora passado espiró. Tornando, pues, a la sobredicha escriptura,
estava en aquella tabla, entre el toro y el rey un letrero de letras griegas, quasi
por modo de verso heroico, que en nuestro vulgar querían dezir:
Nunca sublimé al rico tyranno, ni aborreçí al pobre iusto.
Nunca negué la iustiçia al pobre ni perdoné al rico por rico.
Nunca hize merçed por sola affectión, ni di castigo por sola passión.
Nunca dexé mal sin castigo, ni bien sin galardón.
Nunca clara iustiçia cometí a otros, ni la obscura determiné por mí.
Nunca negué iustiçia a quien me la pidiese, ni misericordia a quien la
meresçiese.
Nunca hize castigo estando enojado, ni prometí mercedes estando alegre.
Nunca me descuidé en la prosperidad, ni desesperé en la adversidad.
Nunca hize mal por malicia, ni cometí vileza por avariçia.
Nunca di la puerta a lisongeros ni las orejas a murmuradores.
Siempre trabajé ser amado de buenos y temido de malos.
Finalmente, favorescí a los pobres que podían poco; fui favoresçido de los
dioses que podían mucho.
Aquí acaba el primero libro llamado Áureo, en el qual tracta de los tiempos de
Marco Aurelio, Emperador XVII de Roma. Fue traduzido por el Reverendo
Padre fray Antonio de Guevara, predicador en la Capilla de la Sacra, Céssarea,
Cathólica Magestad.
FIN
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